Manzanillo (Granma)/Durante el más reciente aguacero que azotó Manzanillo, Marta estaba segura de que su peor pesadilla se iba a cumplir. Las rajaduras en las paredes de su cuarto se acentuaron, las goteras se multiplicaron y el tejado estuvo a punto de desplomarse por la presión del agua y el viento. Lleva años viviendo con sus dos hijas en el enclenque edificio de Mártires de Vietnam esquina a León y cada vez que llueve entra en pánico.
“Es como si el edificio se fuera a partir en dos”, cuenta a 14ymedio. “Esta vida no se la deseo a nadie”. Marta y sus dos hijas –y sus vecinos, otra familia– son los últimos “sobrevivientes” del edificio, una mole de dos plantas a punto de derrumbarse. Los demás han logrado escapar, no siempre a mejores casas, pero sí menos peligrosas.
Marta, para quien estar nervioso es ya un estado natural, repite un mantra: “Tengo miedo por mis hijas”. Sin posibilidades de salir, el poco dinero con el que cuenta es para comer. Y no alcanza. “¿Adónde me voy a ir?”, es la pregunta que le ha hecho muchas veces al gobierno municipal, que al cabo de decenas de peticiones sigue sin ocuparse de su situación.
El edificio, que conserva algo de su porte señorial y sus inmensas puertas –hoy remendadas con tablas y con candados en lugar de cerraduras–, conoció tiempos mejores. “Mis abuelos me contaban que, antes de 1959, todos los años le daban mantenimiento”, recuerda Marta. Sus esperanzas: que se cumpla la promesa que, desde 2022, le hicieron las autoridades con la entrega de un terreno y un subsidio para construir una casa y salir del “infierno”.
- CHECALO -
Los que escapan de Mártires de Vietnam recalan por lo general en el reparto Taíno, uno de los más pobres de Manzanillo. Los habitantes del municipio han inventado sobrenombres a estos barrios llega y pon (viviendas improvisadas) para indicar cómo es el día a día de quienes emprenden una nueva vida dentro de sus límites. Así, por ejemplo, en la geografía de la miseria de Manzanillo, el barrio Juvenil –también muy pobre– se conoce como Mierda Seca. El reparto Taíno recibió un apodo elocuente: El Pingazo.
En uno de los recodos del reparto Taíno vive Luis, un joven de 27 años que huyó con su mujer del destartalado edificio de Mártires de Vietnam y construyó una casa de tablas de palma, cercada por cactus. “Tuve que salir de allí por miedo a que el techo nos cayera encima», rememora.
Cortinas que hacen las veces de puertas, un pequeño televisor, un contador que cuelga de sus propios cables, los peluches de los niños, una cubeta y una bicicleta. “La hice con mis propias manos”, se enorgullece, en el portal de su casa.
Luis ve venir el colapso de su antiguo hogar. La cantidad de derrumbes en Manzanillo se multiplica. Todos los días se oyen noticias de alguna desgracia y a los más pobres, desamparados por el Estado, no les queda otro remedio que recalar en los “nuevos” barrios. La vida es igual de precaria en lo que se refiere a comida y necesidades básicas, “pero desde hace más de tres años vivo tranquilo con mi esposa y mis hijos”.
Para mitigar por su cuenta la debacle, algunos grupos de vecinos –a los que los manzanilleros llaman jocosamente “brigadistas”– han intentado tomar medidas para arreglar lo que puedan en la parte que les toca de la ciudad. Así ocurre en el barrio Juvenil, que da a la costa, cuyos vecinos intentan limpiar las calles de vez en cuando y reparar los daños causados por el viento, las inundaciones o el oleaje.
“Todo el mundo ayuda”, asegura, optimista, Pablo, de 40 años, que ha visto cómo el mar es capaz de “llevarse” una casa. Remozan los caseríos con lo que pueden: plástico, tablas, cartones, fibrocemento o cinc. La solución no es permanente, pero resuelve problemas concretos. “Usamos lo que tenemos a mano, lo mismo una teja o un fibro, que una tabla o una yagua de palma», coincide Carmen, otra vecina del barrio Juvenil.
Pero el problema es de fondo. Según cifras oficiales, el Gobierno cubano construyó 16.065 viviendas en 2023, lo cual representa apenas el 65% de su plan constructivo anual. El déficit habitacional del país, según los cálculos del Estado, es de unas 856.500 casas, una cifra que fue presentada esta semana al primer ministro Manuel Marrero por el Ministerio de la Construcción.
El ministerio describió el “retroceso” de provincias como Santiago de Cuba, Camagüey y Holguín, además de la “complejidad” de La Habana, la última estación de muchos de los que, emigrando de las provincias orientales, buscan una mejor vida en la capital. En contraste con la precariedad de la vivienda, el plan de construcción de hoteles de lujo en Cuba es faraónico, mientras el número de turistas sigue cayendo, dejando la ocupación por los suelos.
Desde la sala de su casa en Manzanillo, Luis no se pierde las últimas noticias sobre el auge hotelero en su país. El acero y el cemento que el Estado lleva años negándole para reforzar su casa los destina a terminar la Torre K o el mastodóntico Gran Muthu Habana, dos colosos que solo verá –si no hay apagón– en la pantalla de su televisor.
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