Detrás de la construcción del icónico Dolmen de Menga hubo mucho conocimiento científico sobre física, arquitectura e ingeniería.
El Dolmen de Menga, un monumento megalítico en Antequera, España, ha demostrado que los antiguos habitantes de esta región probablemente poseían conocimientos más sofisticados de física, geometría y geología de lo que se pensaba. Una nueva investigación destaca que la maestría con la que colocaron las enormes piedras de la cámara demuestra la mentalidad científica de los pueblos neolíticos.
Construido alrededor del 3800 al 3600 a.C., este dolmen destaca por su tamaño y diseño, con enormes piedras formando una cámara. Es uno de los mayores ejemplos de arquitectura prehistórica en Europa y se cree que tenía funciones rituales o funerarias. Su orientación inusual hacia la Peña de los Enamorados, un hito natural cercano, lo diferencia de otros dólmenes en la región.
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Cómo construyeron el Dolmen de Menga
Un estudio publicado en Science Advances ofrece una interpretación innovadora sobre la construcción de este monumento. En este sugieren que los creadores aplicaron conocimientos avanzados sobre ingeniería y principios científicos para erigir una de las estructuras más impresionantes de la prehistoria.
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Los constructores del Dolmen de Menga utilizaron 32 rocas calizas que pesan un total de 1140 toneladas, incluyendo una de las piedras más grandes de la prehistoria europea, con 150 toneladas. Esta estructura techada y amurallada se mantiene casi intacta. Aunque su función exacta no está confirmada, se cree que Menga era una tumba, similar a otras estructuras neolíticas.
“Nuestros resultados muestran que Menga es un ejemplo único de genio creativo y ciencia temprana entre las sociedades neolíticas”, explican los investigadores. “Fue diseñado como un proyecto de ingeniería completamente original, del que no conocemos precedentes en Iberia”.
El equipo reveló que más de un tercio de las piedras de la pared del Dolmen de Menga se incrustaron profundamente en la roca madre para garantizar estabilidad. Las 32 piedras del monumento también fueron colocadas en un orden específico, encajando entre sí como piezas de Tetris. Según Leonardo García Sanjuán, uno de los autores, los bloques están colocados con gran precisión, asegurando su mutuo soporte.
Además, para fortificar e impermeabilizar, los constructores neolíticos colocaron un montículo de rocas más pequeñas y tierra sobre el techo. La piedra más pesada, con forma ligeramente convexa, distribuye su carga hacia los lados, aplicando el principio arquitectónico del arco.
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La ciencia que usaron los antepasados
La evidencia fósil de algas, crustáceos y moluscos encontrados en las piedras indican que estas procedían de una cantera de rocas sedimentarias ubicada a unos 850 metros al suroeste del monumento. Esa cantera se encuentra 50 metros por encima de Menga, lo que sugiere que los constructores transportaron las piedras gigantes cuesta abajo.
“Hoy no habría ningún ingeniero que pudiera construir este monumento con los recursos y medios de los que disponía hace 6,000 años”, afirma García Sanjuán.
Otros estudios han sugerido que las piedras fueron arrastradas sobre troncos, sin embargo, los investigadores proponen que los trineos habrían sido más efectivos para esta tarea, ya que la piedra blanda se deslizaba mejor. En conjunto, la evidencia muestra que los constructores neolíticos poseían un conocimiento avanzado de logística, planificación, estructuras, materiales y geometría.
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