Cienfuegos/Las heladerías Coppelia son en Cuba un símbolo descarnado de la crisis. Ideados por la Revolución como muestra de prosperidad y bonanza, existen en no pocas capitales provinciales y solían ser centros de esparcimiento para los cubanos. Hoy, en pleno aprieto financiero, cuando ni siquiera los alimentos básicos están garantizados, el helado ha pasado a ser un lujo y los Coppelia abren, de vez en cuando, para vender minucias. La heladería estatal de Cienfuegos no es la excepción.
Después de pasar meses con las sillas metálicas descolocadas y las mesas vacías, las autoridades de la ciudad habían prometido a inicios de año que Coppelia abriría al público este verano. Tras ver transcurrir junio y julio sin que el local vendiera “ni una bola”, muchos perdieron la esperanza de disfrutar de una copa Lolita o una ensalada de helado.
Esta semana, para sorpresa de muchos, Coppelia volvió a abrir sus puertas, pero la decepción de la clientela, que añora el servicio de antaño, no ha pasado desapercibida. A las 12:00 del mediodía de este sábado, la cola de cienfuegueros que esperan para entrar al local, frente a El Prado, aglutina a decenas de personas que buscan sombra en los portales aledaños.
“Hace meses que estoy por tomar helado de chocolate. Veremos si alcanzo, porque ya salió el portero diciendo que queda poco”, comenta Yaíma, que se queja del calor y el cansancio mientras carga en brazos a su niño de dos años. Lleva más de una hora en la fila, y “el servicio lento y la gente que se cuela” la han obligado a plantearse en varias ocasiones desistir de probar el postre frío.
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Desde fuera, la joven madre no pierde pie ni pisada a los camareros, que circulan de un lado a otro del local con copas y fuentes en la mano que, desde la distancia, ofrecen a Yaíma información valiosa: los sabores que quedan en el menú, los que ya se han acabado y la agilidad de los meseros. “Además de que te obligan a tomar un único sabor, las bolitas las sirven cada vez más pequeñas. Es verdad que cada una vale 12 pesos nada más, pero eso no justifica que equivalgan a una cucharada de helado”, refunfuña.
Cuando 14ymedio cuestionó a uno de los empleados sobre el tamaño de las bolas, la respuesta fue tajante: “A cada tina se le gana un mínimo de 500 pesos. Mientras más la estires más dinero da”. El helado, como tantos otros productos de locales estatales, también genera ingresos por la izquierda a los trabajadores. “Ese hombre que acaba de salir con dos cubetas plásticas es vecino mío y, si no logro comprarle helado a mi niño aquí, a él es a quien voy a tener que pagarle 60 pesos por una barquilla que nos mate el antojo”, señala Yaíma.
“Desde que abrió Coppelia, todos los días pasan por mi casa vendiendo la bolsa de helado, que trae 5 litros, a 1.300 pesos”, relata Yuri, otro cienfueguero que no cree en las casualidades. “Más allá del precio, imposible de pagar con un salario medio, es obvio que los revendedores y carretilleros sacan el helado de aquí”, explica.
“Los negociantes están aprovechando ahora, pues saben que en cualquier momento la fábrica puede volver a romperse”
“Los negociantes están aprovechando ahora, pues saben que en cualquier momento la fábrica puede volver a romperse o puede faltar la materia prima para la producción”, opina. Mientras, convertidos en bocaditos de helados, con barquilla o a granel, el helado circula por la ciudad pero solo lo prueba quien lo puede pagar. “Tanto vendedores como clientes sabemos que se acabará de nuevo, por eso cada cual trata de beneficiarse a su manera”, zanja el cienfueguero.
De hecho, hay horarios y días específicos en los que Coppelia, que abre de martes a domingo, tampoco ofrece servicios. “El miércoles pasé por aquí a las 10:00 de la mañana y esto estaba más cerrado que un convento. Todo depende de la cantidad de helado que tengan para el día. Si no hay, no abren”, valora Yuri.
A las 2:00 de la tarde, los empleados de Coppelia anuncian que se han quedado sin producto. Yaíma y su hijo fueron de los últimos en pasar y consumir los sabores de menor demanda. Los primeros camareros empiezan a salir con sus bolsos y jabas abultados con lo que han podido “raspar” del fondo de las tinas.
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