▲ Danae Ahuja Aparicio, en un fotograma de la cinta de Ángeles Cruz.
D
e nueva cuenta, como hace dos años, la Muestra Internacional de Cine elige empezar sus funciones en la Cineteca Nacional con una película de Ángeles Cruz, una realizadora mexicana que en aquella ocasión sorprendió con Nudo mixteco (2021), su primer largometraje, un relato cautivador que entrelazaba tres monólogos femeninos en un señalamiento de los abusos sexuales en un entorno doméstico dominado por la intransigencia patriarcal. Tres confidencias ásperas, aunque a la postre liberadoras.
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En Valentina o la serenidad (2023), el tono es muy distinto, como lo sugiere el título. Se trata de una experiencia de duelo referida a través de la mirada de Valentina (Danae Ahuja Aparicio), una niña de siete años que en espacio de pocos días habrá de transformar la dura experiencia de la pérdida de su padre en una conciencia prematura de la fragilidad de la existencia humana y el poder reparador que tiene la naturaleza silvestre sobre un dolor en apariencia irreparable.
En esta nueva cinta, la realizadora de origen mixteco, nacida en esa misma sierra oaxaqueña que describe con un lirismo nada complaciente, revela un gran poder de observación en su registro de la variadísima gama de emociones que muestra la niña Valentina en su temperamento inquieto, desde su negativa rotunda a aceptar la muerte de su progenitor, hasta la difícil y paulatina recuperación de un sosiego espiritual que le permitirá reconciliarse con los seres que le rodean: su fiel amigo de infancia, Pedro (Alexander Gadiel Mendoza), sus dos hermanos, su maestra, y en especial su madre (Myriam Bravo, estupenda), una mujer que debe lidiar, paralelamente, con su propio proceso de duelo y con el reto de impedir que su hija sucumba a una zozobra parecida.
A lado de esto, Ángeles Cruz acompaña a Valentina en su particular percepción de la naturaleza como algo animado con vida propia y que puede representar un bálsamo o una amenaza.
El río en el que ha perdido la vida Emiliano, el padre, simboliza así un desastre siempre latente, pero también una corriente vital portadora de un ánimo de regeneración moral; aparece de igual modo el trueno como alusión recurrente que para la niña representa un aliado de poder.
Ante su aceptación gradual de la muerte como una realidad inevitable, Valentina confía con lucidez sorprendente a su amigo Pedro, su convicción de que ya sólo nos acompaña el silencio
. No sorprende que ese espacio de soledad descubierto por la niña, vaya ahora ella a colmarlo con una palabra nueva, la de su propia expresión indígena, decidiendo romper su mutismo y aprender mixteco, intuida como lengua de liberación y de una serenidad recobrada.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 16:15 y 21 horas.
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