La Habana/Una litera con un delgado colchón, unas botas que tuvo que devolver cuando se desmovilizó y un uniforme alejado del color verde olivo, fueron durante meses las principales pertenencias de Abdiel, de 20 años, quien acaba de concluir su Servicio Militar Activo (SMA) en el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT). En los albergues donde antes era difícil encontrar espacio, el joven apenas se topó con «cuatro gatos» debido al éxodo masivo y la baja natalidad.
Abdiel, con el nombre cambiado para evitar represalias, es del grupo de los reclutas que hizo el Servicio «diferido», un total de 14 meses desde que entró al EJT y hasta que salió para cursar una especialidad en La Colina universitaria de la capital cubana. «Tuve suerte porque aunque no alcancé la carrera que quería, pude coger una que me permitió no tener que pasar los dos años de Servicio Militar», explica a 14ymedio .
Residente en el municipio de Plaza de la Revolución y proveniente de una familia de Testigos de Jehová, que no participa siquiera en el Comité de Defensa de la Revolución, Abdiel fue a parar a la lista de los que no son confiables para entrar en unidades militares donde se esté en contacto con «información estratégica para la nación», según le advirtieron en el Comité Militar cuando hizo la inscripción para el SMA. Lo ubicaron en una base del EJT en La Habana del Este.
- CHECALO -
Abdiel fue a parar a la lista de los que no son confiables para entrar en unidades militares donde se esté en contacto con «información estratégica para la nación»
«Pensé que me iban a mandar a la lucha contra el Aedes Aegypti o a reparar las líneas del ferrocarril pero lo que hice todos estos meses fue perder el tiempo», reflexiona Abdiel. Fundado en 1973, el EJT se nutrió de la Columna Juvenil del Centenario y de las tristemente célebres Unidades Militares de Apoyo a la Producción (Umap) a donde iban a parar desde religiosos y homosexuales hasta los considerados «desafectos» al Gobierno. Desde sus inicios, al Ejército Juvenil del Trabajo se le destinaron labores en la agricultura y la construcción.
Fernando Ponce, de 56 años y residente en Miami, Estados Unidos, recuerda su paso por el EJT. «Era una manera de pasar el servicio de una forma menos dura, así que muchos padres movían sus influencias para que sus hijos terminaran en el EJT. También había quienes se inventaban una enfermedad, una fe religiosa o decían que eran gays para no tener que terminar en un entrenamiento militar duro, en una unidad de esas perdidas en medio de la nada».
Ponce pasó por el EJT y ahora su hijo acaba de salir de Cuba gracias al proceso de reunificación familiar escapando justamente antes de entrar al SMA. «El último año tuvimos muchos momentos duros porque ya le tocaba desde agosto de 2023 entrar a la previa del Servicio, pero el año pasado cuando terminó el preuniversitario, él y su mamá, que todavía vive en La Habana, se mudaron y eso le dió agua al dominó«.
Cuando los jóvenes cumplen 16 años en Cuba son llamados para que se inscriban al SMA, con frecuencia eso coincide con el fin del preuniversitario o de los estudios en algún centro de formación ocupacional, en el caso de aquellos que siguen insertados en el plan docente oficial. El hijo de Ponce estaba concluyendo entonces su grado 12 y no tenía planes de seguir la formación universitaria pero, no obstante, hizo los exámenes de ingreso.
«Ya el proceso del visado para la reunificación familiar iba caminando y hasta tenía la fecha de la cita en el consulado de Estados Unidos en La Habana, pero siguió comportándose como si nada de eso existiera y solicitó la carrera de Historia», detalla el padre. Justo un poco antes de hacer los exámenes de ingreso, la familia del adolescente se mudó de casa, barrio y municipio.
Cuando los jóvenes cumplen 16 años en Cuba son llamados para que se inscriban al SMA, con frecuencia eso coincide con el fin del preuniversitario
«Varios colegas de él le dijeron que cuando fueron al Comité Militar le preguntaron si sabía dónde estaba pero la citación para inscribirse nunca llegó a sus manos, así que estuvo como un año entre una cosa y otra: no llegó a sentarse en el aula de la Facultad de Historia, tampoco tuvo que ingresar al Servicio Militar porque le estamparon la visa y le compré el primer vuelo después de que salió del Consulado».
Ahora en Miami, el hijo de Ponce mira hacia atrás y siente que se libró «por un tilín», asegura el padre. En La Habana, su litera estuvo vacía todo el tiempo que Abdiel y los otros pocos jóvenes de su unidad del EJT se mantuvieron movilizados. Las otras tantas camas que tampoco tenían ocupantes eran posiblemente de emigrantes o de cubanos que ni siquiera llegaron al mundo hace cerca de dos décadas debido a la caída en la natalidad.
Con la crisis demográfica y el éxodo masivo, Cuba ha perdido un 18% de su población entre 2022 y 2023, según un estudio independiente del economista y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos. «El primer día que pasé en la Unidad no llegábamos ni a diez los nuevos reclutas», cuenta a este diario Abdiel. «Pensé que en la medida en que avanzara el mes de septiembre o llegara octubre se iban a incorporar más pero eso nunca pasó».
En el primer matutino, con los jefes de la unidad militar, los más altos grados a cargo del lugar mostraron su cara más inflexible. «Pero eso duró hasta la hora del almuerzo», advierte el joven. «Enseguida nos hicieron saber que había poca comida y que podíamos ir a comer a la calle y dormir en nuestras casas porque eso le ahorraba recursos a la Revolución». Rápidos para captar el mensaje, «ese mismo día hicimos la estampida».
El resto del SMA fueron «matutinos, formaciones y arengas», explica. «No pudimos ir a inspeccionar o fumigar en la lucha antivectorial [contra el mosquito Aedes Aegypti propagador del dengue] ni una sola vez porque no había combustible para llevarnos y las motomochilas estaban rotas», cuenta a 14ymedio. «Íbamos a la unidad, nos veían la cara y con la misma nos íbamos para nuestra casa, así perdí un año de mi vida sin hacer nada».
Rápidos para captar el mensaje, «ese mismo día hicimos la estampida»
Las tropas del EJT fueron exhibidas, durante los años en que Raúl Castro era ministro de las Fuerzas Armadas, como un ejemplo de gestión administrativa y productiva. En la capital cubana se abrieron numerosos mercados agrícolas, como los de la calle 17 y J en El Vedado y el de Tulipán, en la barriada de Nuevo Vedado, gestionados por esa entidad y que se exponían como el camino para una producción y un comercio eficiente y apegado al poder adquisitivo de la población.
Pero aquellos días de gloria han quedado en el pasado. La mayor parte de las tarimas de los mercados del EJT ya están bajo gestión privada y los jóvenes enfundados en sus uniformes, de un color beige que aparcaba cualquier cercanía con conflictos bélicos, y unas gorras que remedaban a los atuendos de los boy scouts en Estados Unidos, ya cada vez se ven transitar menos por las calles de la Isla.
Un amigo de Abdiel, residente en Jovellanos, provincia de Matanzas, no tuvo la suerte de alcanzar una carrera universitaria y terminó como recluta por 24 meses, de los cuales pasó el primer año en una unidad militar gestionada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y destinada a la defensa, pero ahora está con el EJT. «Debemos ocuparnos de reparar las líneas de trenes pero no hay casi recursos ni gente para hacerlo», asegura.
«Debemos ocuparnos de reparar las líneas de trenes pero no hay casi recursos ni gente para hacerlo»
«Estoy en un albergue junto a otros jóvenes de Matanzas y hay también algunos de Mayabeque, somos un buchito pero los jefes se han quedado en los viejos tiempos y creen que tienen un ejército. Se paran a gritarnos órdenes, nos dividen en pelotones y tienen una estructura de mando que parece que somos miles. Muy ridículo», explica el joven bajo condición de anonimato.
Los pases para ver a la familia que en los momentos de mayor tensión, con una posible invasión enemiga tocando a las puertas, eran espaciados, ahora «son hasta dos veces a la semana porque a los jefes lo que les conviene es que no nos quedamos a almorzar ni a comer en la unidad. Cada boca que no hay que alimentar es comida que ellos venden por otro lado o se llevan para sus casas», considera.
De todas formas, el menú no permite demasiadas ganancias por lo reducido de la cuota y la poca variedad de productos. «Un arroz que es un fango, un caldo que parece agua y de vez en cuando un pedazo de calabaza o boniato», detalla el joven. «Ni los perros de la unidad se comen lo que nos ponen en la bandeja». Como ventaja ante los pocos reclutas de su albergue, «se puede repetir en el comedor si uno quiere, pero a nadie le interesa ese sancocho».
A cada rato, los reclutas de varios lugares coinciden en alguna actividad oficial a la que los llevan vestidos de civil para «hacer bulto». Entre los temas que conversan, además de los sueños para el día después de la desmovilización, está la situación de las unidades y la falta de «brazos para coger un arma». Los jefes, mientras tanto, hacen como si los albergues estuvieran llenos y las áreas de formación repletas. «¡Atención, soldados!», les escuchaban decir, hasta hace pocas semanas, Abdiel y los «cuatro gatos» de su campamento.
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