La Habana/A sus 52 años, Juan Carlos comparte su atención entre Milán y La Habana. En Italia tiene a sus hijos, su esposa y también residen sus padres, pero en la capital cubana lleva más de dos años tratando de vender una casona en El Vedado que le ha dado «más dolores de cabeza que alegrías». Ubicada a pocos metros de la calle Línea, la vivienda forma parte de un proyecto de vida que «creció y fracasó».
A finales de los años 90, Juan Carlos se ganó una beca como artista plástico en una universidad italiana. Cuando partió del Aeropuerto Internacional José Martí sabía que «para atrás ni para coger impulso» y que debía labrarse una vida fuera de la Isla. «Siempre había vivido con mis padres y mis hermanas en un apartamento pequeño, así que desde muy chiquito mi sueño fue tener una casa propia, amplia, luminosa y con una zona para mi estudio».
Con el tiempo, Juan Carlos se casó con una italiana y en 2014 decidió hacer el proceso de repatriación a Cuba, tras haber perdido su residencia por pasar varios años sin visitar su país. «Había mucho embullo y varios amigos míos, algunos de ellos artistas y otros diseñadores, se sumaron a esa ola de volver a tener un carné de identidad cubano».
Una de las ventajas de contar con la residencia en la Isla era la posibilidad de comprar una vivienda. «Para ese momento mi esposa y yo estábamos ganando buen dinero y su padre había muerto dejándole una herencia significativa, así que decidimos comprar la casa en El Vedado. Era mi sueño de toda la vida y finalmente podía cumplirlo».
- CHECALO -
Una de las ventajas de contar con la residencia en la Isla era la posibilidad de comprar una vivienda. «Era mi sueño de toda la vida y finalmente podía cumplirlo»
La casona, con jardín delantero, dos plantas, patio amplio con árboles frutales, cinco habitaciones, tres baños, azotea libre de vecinos y un amplio portal en el que sentarse a disfrutar de la brisa marina que llega hasta el lugar, le costó un poco más de 100.000 dólares en aquel momento. «Recuerdo que firmé la compra de la vivienda la misma semana que Barack Obama visitó La Habana. ¿Qué podía salir mal si todo parecía que iba a mejorar?».
Reparar aquella casa, cuenta, le costó “casi lo mismo que haberla comprado”. A medida que avanzaban en las obras se encontraban con más problemas: “vigas oxidadas, humedad en las paredes, problemas en los cimientos”. Tuvieron que rehacer hasta parte de los capiteles de las columnas, “porque cuando los empezamos a pintar se desmoronaban”.
El proceso fue largo y costoso: “Tenía que ir a Cuba hasta cinco veces al año, así que a los gastos de la construcción hay que sumar los boletos de avión. Aquella casa parecía comer dinero, todos los meses se nos iban miles de dólares en restaurarla y cuidarla, porque tenía que pagarle a dos custodios para que no nos robaran los materiales”.
Al fin, seis años después de comprada, en abril de 2022, terminaron los trabajos.
Quedó, dice Juan Carlos, “hecha un sueño”, pero, para entonces, ya no quería tener una propiedad en Cuba. “Había pasado largas temporadas en La Habana y todo estaba deteriorándose mucho. Pensé en sacarle dinero, alquilarla a algún diplomático o a un emprendedor que quisiera montar un restaurante pero me di cuenta de que iba a tener que estar supervisando el lugar todo el tiempo por aquello de que el ojo del amo engorda al caballo».
En mayo de ese mismo año, decidió poner en venta la vivienda recién amueblada y decorada. El problema, ahora, es que nadie se la compra. «He puesto la oferta en varias inmobiliarias y también he hecho varias rebajas, ahora estoy pidiendo 150.000 dólares con todo dentro pero llevo dos años en esto y nada». El mercado de compraventa de viviendas está saturado en la Isla debido al éxodo masivo que desangra al país.
Basta con echar un vistazo a las redes de las inmobiliarias de la Isla. Una casa colonial habilitada como “local” en Víbora Park, ofrecida como “una oportunidad de oro”, se vende por 60.000 dólares, con “el 80%” de lo que contiene incluido (“desde los vinos hasta las cafeteras”, detalla la agencia). Un apartamento en El Vedado con vistas al mar y 120 metros cuadrados se ofrece por 80.000 dólares. Una “finca de recreo”, con una casa de cuatro habitaciones y una extensión de 1.450 m2 se encuentra por 50.000 dólares.
De muchas propiedades no se indica el precio, pero sí se brindan imágenes que dan idea de su lujo
Otros anuncios evidencian el regateo. Un penthouse en El Vedado, recubierto de mármol y con el océano de fondo –en cuyas fotos se cuela su anciana propietaria–, pasó de anunciarse por 270.000 dólares a 190.000.
De muchas propiedades no se indica el precio, pero sí se brindan imágenes que dan idea de su lujo, la mayoría de ellas tras evidentes y costosas reformas. Una residencia en Nuevo Vedado, de arquitectura de los años 50, siete habitaciones, cuatro baños, patio, terraza, jacuzzi. O uno de los amplios apartamentos del Edificio Hermanas Giralt, levantado en 1958 con todas las modernidades de la época y hoy, cayéndose a pedazos por fuera desde hace años.
Ese es uno de los problemas a la hora de vender esas casas: quienes osan poner un pie en el entorno donde se ubican, salen espantados. Es el caso de un apartamento en San Lázaro, publicitado como “penthouse de lujo con vista al mar en el corazón de la ciudad”, rodeado de los edificios en ruina y los basureros en cada esquina de Centro Habana.
Otra particularidad del saturado mercado inmobiliario es que ahora se venden, incluso, las gigantescas mansiones en Siboney que se confiscaron tras el triunfo de la Revolución y de las que se apropiaron los líderes del régimen. Y he ahí otro problema: que habiendo sido nacionalizadas tras el exilio de sus dueños originales, podrían estar sujetas a una demanda en el futuro.
Rita, una cubana que se dedica de manera particular a la compraventa de casas, explica el panorama: “Están tan desesperados por vender que, antes, ese tipo de propiedades se tramitaba con alguna agencia que mantenía la discreción, pero ahora los propios dueños ponen los anuncios en Facebook, a la cara”.
«No voy a regresar más a Cuba y, claro, perderé la residencia cuando me pase más de 24 meses fuera pero ya no me interesa»
Lo que pretenden los dueños, como Juan Carlos, es “que me pongan el dinero fuera de Cuba porque es una suma alta y después tendría muchos problemas para sacarla, pero todo el mundo está en lo mismo: quiere la divisa y la quiere en el extranjero».
Su plan es «esperar unos meses más y volver a hacer una rebaja». Una vez que venda la casa: «No voy a regresar más a Cuba y, claro, perderé la residencia cuando me pase más de 24 meses fuera pero ya no me interesa».
«Yo pensé que en esa casa iban a terminar de crecer mis hijos, que Cuba iba para arriba y para adelante, pero me equivoqué y, entre una cosa y otra, esta jugada nos ha costado más de un cuarto de millón de dólares a mi mujer y a mí». Con la vivienda tiene sentimientos encontrados: «Muy linda, en Milán una casa así me costaría una fortuna pero quién quiere vivir ahora en Cuba».
La mansión con sus vitrales interiores, la larga balaustrada de mármol de la escalera central, su cocina enchapada en granito negro importado, sus bañaderas señoriales y sus enormes espejos en la sala sigue en el mercado a la espera de un comprador, como tantas otras casas que una vez representaron el sueño de miles de cubanos de vivir y envejecer en la Isla.
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