Cienfuegos/Son solo sombras en medio de la penumbra frente a la sucursal del Banco Popular de Ahorro en el boulevard de la ciudad de Cienfuegos. Cada noche están ahí para hacer la cola que, a la mañana siguiente, permita sacar efectivo de los cajeros automáticos. A veces las largas horas de espera terminan en frustración porque un corte eléctrico, la falta de dinero, una rotura técnica u otro percance se cruza en el camino.
«Cualquiera puede pensar que estamos huyendo de los apagones o tomando un poco de fresco, pero la realidad es que le cuidamos el turno a nuestros clientes», cuenta Ulises a 14ymedio, un anciano cuyo rostro forma parte ya del paisaje urbano en ese tramo de la calle. «Esto es un sacrificio grande y la mayoría de nosotros somos jubilados. Yo vengo cada tres días, la gente interesada en que les haga el servicio me contactan desde bien temprano».
Aunque Ulises lleva jubilado varios años, ha tenido que buscarse un trabajo como custodio en un local estatal cercano para lograr ingresos extras. Sus potenciales clientes lo buscan en ese lugar durante el día y una vez que extraen el efectivo del cajero deben entregar al anciano 1.000 pesos por su servicio. Una verdadera ruleta marcada por el azar si se toman en cuenta los continuos apagones y problemas técnicos que golpean al entramado bancario de la ciudad.
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Ante una tarea tan difícil se ha creado un cuerpo de coleros que garantiza, al menos, que los que pueden pagar sus servicios no tengan que pasar una madrugada a la intemperie. «La gente se queja de que copamos los primeros lugares de las colas pero lo que nosotros hacemos es un trabajo, una ocupación que ayuda a otra gente que no puede estar toda la noche en esto», añade el pensionado.
«Nos conocemos casi todos, si alguno tiene algún problema y tiene que irse un rato para su casa le cuidamos su puesto»
El hombre enumera qué tipo de personas requieren de su labor. «Hay familias con niños chiquitos que no los pueden dejar solos, gente que cuida enfermos postrados y no puede alejarse de su casa, otros que están a cargo de algún anciano y tienen que cobrar la pensión pero tampoco pueden dedicarle tanto tiempo a la cola del cajero. En fin, necesitados de dinero en efectivo pero que no quieren estar aquí todo este tiempo».
Los coleros se cuidan las espaldas. Las madrugadas en el bulevar pueden ser peligrosas, especialmente cuando no se ven ni las manos debido al apagón, algo que cada vez ocurre con más frecuencia en una ciudad que sufre hasta más de 20 horas sin electricidad cada día. «Nos conocemos casi todos, si alguno tiene algún problema y tiene que irse un rato para su casa le cuidamos su puesto». La solidaridad es vital para una labor que está prohibida y no goza de una buena reputación entre los usuarios de la sucursal.
«Los primeros puestos de la cola siempre están en manos de los coleros, a ese banco definitivamente no se puede ir», lamenta una joven ingeniera que ha desistido de sacar dinero en efectivo de la sucursal, la más cercana a su casa. «Trato de hacer todo lo que pueda a través de transferencias electrónicas pero no en todos los negocios las aceptan y siempre se termina necesitando dinero en efectivo».
La ingeniera asegura que los clientes se han quejado en repetidas ocasiones a la gerencia del banco sobre las dificultades para acceder a los cajeros. Las denuncias no solo van dirigidas contra los coleros, sino también a quienes tratan de usar un solo turno en la fila para extraer dinero desde varias tarjetas. «Tienes el cinco en la cola y piensas que vas a alcanzar, pero una persona delante de ti hace cinco extracciones y se acabó todo».
A partir de las quejas, los directivos de la sucursal han impuesto como norma que cada cliente solo puede sacar dinero de una tarjeta. El aparato tiene, además, un límite de billetes por cada operación que restringe las cantidades. «Solo se pueden sacar 5.000 pesos en cada operación pero es tan poco el efectivo que le ponen al cajero que a veces lo recargan a las nueve de la mañana y ya a las once se quedó vacío».
La joven ha optado por movilizar a su familia para marcar en al menos tres colas a la misma vez
La joven ha optado por movilizar a su familia para marcar en al menos tres colas a la misma vez. «Mi esposo se pone en la sucursal de la calle Argüelles, mi madre en el banco de San Carlos y yo en este del bulevar, pero a veces ni así logramos sacar dinero». En su opinión, los coleros que están frente a la oficina desde la madrugada solo son el resultado de un problema mayor: «La falta de dinero y que todo ha pasado a costar mucho, cientos o miles, ya los billetes más chiquitos no te los quieren ni aceptar».
Una de las coleras con más experiencia en el bulevar es Arminda, de 68 años y con una pensión de 1.500 pesos mensuales. «He pasado madrugadas sin dormir, me han picado los mosquitos y hasta he vivido algunos sustos, para que después salga una empleada del banco y diga que ese día no le van a poner dinero al cajero o que se vaya la corriente justo en el momento de abrir al público».
Su objetivo principal para mantenerse en el oficio, a pesar de los riesgos y frustraciones, es comprar en el mercado informal los medicamentos y alimentos que necesita su hija, una joven con problemas de locomoción que apenas puede levantarse de la cama. «Si quitan la luz en el momento en que va a entrar en operaciones el cajero, entonces tengo que quedarme ahí bajo el sol para no perder el turno, hasta que se acabe el apagón».
Los insectos, la frialdad de la madrugada o los calores del mediodía no son las únicas cosas que incomodan a Arminda. «Los empleados del banco salen, paran la cola y meten tres o cuatro tarjetas para sacarle dinero a sus amigos o a gente que a su vez les paga por eso», denuncia. Para la anciana, «aquí todos los días hay una bronca distinta, la gente se pone muy agresiva porque, claro, el dinero es algo muy delicado».
La pasada semana Arminda tuvo algo de suerte porque de tres colas que hizo durante la madrugada, logró que sus clientes extrajeran efectivo al menos en dos jornadas. Pero sabe que en el frágil negocio de garantizar un puesto en la cola frente al cajero nada está asegurado. La suya es una ocupación tan inestable como escurridizos son esos billetes con el rostro de Céspedes o Frank País.
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