La Habana/Los enormes equipos de audio y un escenario, colocados en la calle, desentonaban este martes con la fachada estrecha y casi infantil de la casa natal de José Martí en La Habana. En el aniversario 172 del nacimiento del héroe nacional de Cuba, un apurado acto oficial, con algunas autoridades locales, sacudió la rutina de la barriada de San Isidro, una zona donde la crisis y la falta de inversiones han dejado profundas heridas.
En el número 41 de la calle Paula, la casita que ha sido dibujada por cada niño cubano, descrita en canciones y fotografiada hasta el cansancio, cumple este enero un siglo de haberse convertido en museo. En el lugar, donde Martí pasó solo tres años de su vida, cuelgan fotos de su adolescencia, imágenes de su tiempo en Nueva York, instantáneas junto a su hijo, infinidad de documentos protegidos tras los cristales y algunos objetos personales.
La fachada de un amarillo impecable, las ventanas con su azul retocado y el tejado rojo conforman un llamativo contraste con los alrededores
La fachada de un amarillo impecable, las ventanas con su azul retocado y el tejado rojo conforman un llamativo contraste con los alrededores. Mientras la casa, construida en 1810, parece resistir el paso del tiempo, otras viviendas cercanas están al borde del derrumbe o convertidas en meros escombros. A pocos metros del museo, de un edificio estilo neoclásico de principios del siglo XX apenas quedan los arcos. A través de los huecos donde una vez estuvieron sus puertas brotan ahora montañas de ladrillos, hierros retorcidos y basura.
- CHECALO -
Al doblar la esquina, en la avenida de las Misiones, otro inmueble abandonado tras el desplome de su techo “saluda” a los visitantes que se acercan al lugar donde, en 1853, el llanto de un bebé anunció una vida tan breve como prolífica. Más allá del corto fragmento frente a la entrada del santuario, la realidad se vuelve más dura y descuidada. Las aceras llenas de huecos, los balcones a punto de colapsar sobre los transeúntes y el rostro angustiado de los residentes en busca de alimentos chocan con el suave tono de la guía que detalla las ocurrencias de aquel niño inquieto nacido de una madre canaria y de un padre valenciano.
Si se dobla a la derecha hacia la calle que da nombre al barrio el periplo se convierte entonces en un descenso a La Habana más pobre y olvidada. La basura se acumula, los animales abandonados buscan algo para comer entre los desperdicios y un padre de familia arrastra una carretilla con cubos y bidones llenos de agua para usar en su casa. Otro giro, también a la derecha, y se desemboca en la calle Damas. Allí, en los alrededores del número 955, esta mañana había un operativo policial. Una convocatoria para visitar hoy la casa de Luis Manuel Otero Alcántara y apreciar su obra Campesinos felices 1938-2024 se saldó con amenazas contra los organizadores y varios artistas con el servicio móvil cortado.
A diferencia de la impoluta fachada martiana, la de Otero Alcántara parece que lleva muchos siglos enfrentada a la intemperie. En sus paredes casi no se puede distinguir el tono azul que una vez las cubrió. Un amasijo de cables atraviesa la parte superior y la puerta que da acceso a la vivienda del artista, preso desde julio de 2021, tiene unas tablas mal clavadas para impedir que se venga abajo. Unos pocos atrevidos llegaron hasta allí este 28 de enero después de leer en redes la convocatoria, pero solo hallaron pobreza y abandono. No había tarimas con micrófonos, ni funcionarios haciendo discursos y mucho menos turistas sacando fotos. Tampoco se escuchaba la voz de esas guías diligentes que explican los detalles de cada pieza expuesta, de cada foto colgada en la pared. Nada de eso, sino el desprecio por el joven artista que gritaba «patria y vida».
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