La Habana/Los gatos de La Habana Vieja la conocen. Se llama Nélida y cada cierto tiempo arrastra su carrito por la calle O’Reilly hasta llegar a la esquina con Mercaderes y, mientras los turistas la observan, va desempacando con cuidado platos desechables, viejas latas de sardina y algunos papeles que estira en el piso. Cuando termina el ritual, y el arroz con alguna salsa desconocida ya está situado sobre la mesa improvisada, los animales comienzan a llegar.
Primero, como si lo hicieran en agradecimiento, los gatos ronronean para la mujer y le rozan las piernas. Luego, ya pueden comer. Para los felinos de O’Reilly, que compiten con los “autorizados” perros de la Oficina del Historiador –a los que Eusebio Leal dio carnés y puestos de “callejeros oficiales” de La Habana Vieja–, conseguir comida no es fácil. Las sobras de los restaurantes y lo que lance a la calle algún turista se reparte entre la colonia, y en orden de llegada.
Cuando la mujer aparece, sin embargo, y aunque no tenga fecha fija su visita, los gatos la reconocen como su “madrina” y se sientan a recibir de ella, además de comida, unas cuantas caricias. Algunos relamen las latas, buscando el sabor original de las sardinas debajo del arroz, mientras otros se conforman con tomar el sol. La gente que pasa la mira con sorpresa y recuerda que no es la primera vez que la ven allí. Como está Cuba hoy, dicen, por lo menos hay alguien que se sigue preocupando por los animales callejeros.
- CHECALO -
Los primeros en llegar, ya comidos, van dejando lugar a los nuevos comensales
Mientras dura la comida, los animales se respetan entre sí. Los primeros en llegar, ya comidos, van dejando lugar a los nuevos comensales. A veces se arrima algún perro, que los gatos dejan pasar con cierta desconfianza. Al lado de la mujer dos gatas mariposas –mutación del pelaje, de tonos negros, blancos y naranjas, que solo aparece en las hembras de la especie– se relamen las patas.
La mujer se sienta a mirar a los gatos comer, impasible, velando quizás que nadie se atreva a perturbarles la única comida segura del día. Cuando los animales quedan satisfechos o las provisiones no dan para más, la mujer se levanta, sacude los restos de arroz y vuelve a colocar los platos, latas y papeles en el carrito. En una semana, dos o quizás tres, cuando el arroz vuelva a ser suficiente y haya algún caldo en que mojarlo, la mujer volverá a O’Reilly a alimentar a sus gatos.
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