Adriana Balmori A.
Por increíble que parezca, en nuestra ciudad hay muchas personas, sobre todo jóvenes que no conocen una planta de café, a pesar de que, todavía vivimos rodeados de este bello y generoso arbusto, que ha sido protagonista de la vida de nuestra ciudad y origen en gran medida de su bonanza y crecimiento, pilar en la agricultura y sustento directa o indirectamente de gran parte de su población.
Pero vamos al principio y conoceremos una de las bellas y casi mágicas, historias de su origen:
Se cuenta que hace muchos siglos, en Abisinia, lo que hoy es Etiopía, al oriente de África, o tal vez en Yemen, territorio situado enfrente, pero ya en la península Arábiga, había un pastor llamado Kaldi, que perdió una de sus cabras más queridas, la buscó por todas partes hasta que el cansancio y la preocupación lo vencieron y se quedó dormido; al amanecer lo despertaron ruidos conocidos, y grande fue su sorpresa al ver que su cabra había regresado, pero además muy contenta y juguetona, esa noche sucedió lo mismo pero no sólo con esa cabra sino con algunas más que regresaban igualmente eufóricas, por lo que decidió seguirlas; un gran trecho más adelante del lugar donde hacía su pastoreo, las vio subir a un pequeño montículo cubierto por frondosos arbustos de brillantes hojas color verde oscuro y en sus ramas gran cantidad de cerezas rojas que las cabras mascaban con fruición, pero más grande fue su asombro al ver los efectos que esas bayas producían en sus cabras, ya que al rato de haberlas mascado parecían poseídas de gran energía y alegría, intrigado se acercó también él a los arbustos y probó sus brillantes cerezas; al poco tiempo empezó a sentir sus efectos: euforia, sensación de bienestar, una gran energía y lucidez. Al día siguiente, pasado el efecto contó lo sucedido al prior de un convento cercano, quien le pidió le llevara algunas de esas bayas, así, él mismo comprobó sus efectos, y le pareció adecuado probarlas para mantener alertas a los monjes durante sus vigilias de oración. Otro monje, al prepararlas, accidentalmente dejó caer unas cerezas al fuego que empezaron a desprender un aroma delicioso y embriagador, por lo que preparó con ellas un oscura infusión, que proporcionaba los mismos efectos y la llamaron qawha, que traducido del árabe, significa “fuerza o vigor”, a partir de este momento la historia adquiere tintes de leyenda y magia: que si el profeta Mahoma, en sueños les había revelado el modo de preparación, que si el mismísimo arcángel Gabriel se la había dado a tomar a este profeta y otras versiones más. Lo cierto es que a partir de ese momento el café se popularizó y de Etiopia y Arabia pasó a Turquía y de ahí, seguramente por los mercaderes venecianos, saltó a Europa, cuidando sus productores árabes de guardarse muy bien el secreto de su cultivo y teniendo cuidado de exportar el grano después de metido al horno o bañado con agua caliente, para evitar que germinara si era sembrado.
Pero su viaje había comenzado y fue imposible frenarlo, ni aclimatarlo en Europa, entonces, lo siembran en sus colonias americanas, así, desde Francia llega a sus posesiones en las islas del Caribe, primero Martinica, después Haití, enseguida a América continental, y a México; hasta donde se puede saber, hay autores que aseguran que Juan Antonio Gómez de Guevara hizo las primeras siembras en 1795 en la llamada “finca madre”, la hacienda de Guadalupe, “La Patrona”, que era de su propiedad, donde así mismo sembró y aclimató por primera vez en México el delicioso Mango, que había traído de Manila, Filipinas, dicha hacienda está a 10 Km al sureste de Córdoba y en ese entonces pertenecía al Cantón de Córdoba. Un dato que da luz a esta fecha es que, en 1792, una Real Orden del Gobierno español, eximía de impuestos a los “utensilios para ingenios de azúcar y café”, que eran importados de la metrópoli, que ya se utilizaban en las Antillas
Se aclimata de manera espléndida y dadas las condiciones de altura, humedad y clima, el café de Córdoba, pronto destaca como uno de los mejores cafés del mundo, llegando con el tiempo a cotizar en la bolsa de Nueva York.
En nuestra zona predomina el cultivo de la variedad arábiga, de gran calidad, de arbustos siempre verdes que no alcanzan gran altura y deben permanecer cobijados por la sombra de plátanos, huizaches y árboles de mayor tamaño.
Actualmente, se están introduciendo nuevas variedades resistentes al enemigo implacable del café, la espora de “la Roya”.
La floración del café tiene lugar a inicios de la primavera, las ramas se llenan de grupos de pequeñas y delicadas flores blancas parecidas al azahar, sólo que más frágiles, y si las condiciones de humedad, calor y lluvia son las adecuadas, cada flor se convertirá en grano, -con lo que se puede predecir si la cosecha será abundante o pobre-, que estará maduro y listo para ser recolectado, siempre a mano, desde finales de octubre hasta marzo, tiempo que dura la cosecha y que se convierte en derrama económica para Córdoba y la región. Después al café se le quita la cáscara roja, se lava y se seca, en los antiguos “asoleaderos” o en máquinas secadoras y se almacena para su comercialización en consumo nacional o exportación. Queda con una cascarilla que se le quita antes de tostarlo y molerlo a nuestro gusto, para consumirlo, como ese brebaje exquisito, que nos da energía por la mañana, pone punto final a una buena comida, se platica por la tarde y solo o con leche es por la noche nuestro último sustento del día.
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