La Habana/La paciencia de los cubanos se gasta a la par que la batería de sus celulares. Para sus familiares en el exterior, el desespero llega cuando se esfuman la imagen, la voz y hasta los mensajes. Que una persona ya no esté en línea significa que se sumergió en el apagón, y que el silencio durará hasta que el dispositivo –indispensable para mantener la cordura en las noches– encuentre dónde recobrar la carga.
Lo sabe bien Jorge, residente desde hace cuatro años en Ciudad de México, que no soltó el teléfono hasta que –tres días después del anuncio de la “desconexión total”– su madre le escribió el primer “Hola”. En Santiago de Cuba, la mujer no había logrado encontrar dónde conectar su teléfono. Bajo la lluvia, logró caminar los cuatro kilómetros que la separaban de su hermana, durante un “alumbrón” de tres horas. Allí lavó, preparó algo de comida y marcó el número de su hijo.
“Solo pudimos hablar unos minutos”, lamenta Jorge. “La videollamada se congeló y nos vimos durante un segundo. Luego se cayó”. Si llamar a Cuba en tiempos normales es engorroso –Etecsa no necesita ciclones ni debacles energéticas para desconectar a los cubanos de una orilla y otra–, el apagón ha hecho de cada intento de comunicación un conjunto de gruñidos y palabras entrecortadas.
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En el poco tiempo que duró el diálogo, Jorge escuchó de su madre el relato de las primeras horas del apagón. La sopa que se tomó ese día la hizo en su fogón de leña. Ya habían empezado a aparecer las primeras señales de descomposición en un poco de carne de cerdo que tenía en el refrigerador: la tiró al caldero y la frió por trozos. “Con eso como dos días”, le dijo entonces, “después, veremos”.
En Madrid, Ana tardó dos días en enterarse de que su abuela –una mujer robusta e hiperactiva, de 74 años– había sufrido un derrame cerebral en Santa Clara
En Madrid, Ana tardó dos días en enterarse de que su abuela –una mujer robusta e hiperactiva, de 74 años– había sufrido un derrame cerebral en Santa Clara. “La encontró mi papá desmayada sobre la mesa de la cocina”, cuenta. El hombre se había extrañado de que su suegra no respondiera el teléfono y fue a su casa. Sin señal en los teléfonos y en medio de una crisis de transporte que el apagón llevó a su punto crítico, el padre de Ana se las arregló para llamar a una ambulancia. Por supuesto, tardó bastante en llegar.
“Supe toda la historia cuando mi familia encontró la manera de llamar. No sabía nada de ellos desde que empezó la desconexión y a duras penas pude entender la noticia cuando me la dieron”, afirma Ana. Para la muchacha, enfermarse ahora en Cuba es como ganarse una lotería de calamidades. Sin insumos ni corriente, con los médicos agobiados por la situación personal y la hospitalaria, el mensaje después del diagnóstico fue claro: “No le dieron más de 72 horas”.
Por su parte, Alfredo –que se mudó a Sevilla después del 11 de julio de 2021 (11J)– supo que a su primo, en Cienfuegos, le habían pasado a pocos metros dos patrullas cuando salió de noche a pasear con su novia. Según el joven, la ciudad estaba “militarizada” con el apagón. La señal era mínima y la voz de su primo le llegaba de forma intermitente.
“La última vez que viví algo así fue durante el 11J”, recuerda Alfredo. La crispación en las calles era similar y la caída de internet –intencional en aquel momento– dificultaba, como ahora, que las noticias de la situación rebasaran las fronteras del país y llegaran a los familiares en el exterior. “Mi primo me dijo que ya habían sonado algunos calderos, pero como está la cosa puede ser lo mismo un cacerolazo que un episodio de Masterchef socialista, con fogón de leña y en plena calle”, ironiza.
Los periodistas oficiales habituados a salir del país han tratado de disimular la situación y defender al régimen
Los periodistas oficiales habituados a salir del país, como la camagüeyana Yanetsy León, han tratado de disimular la situación y defender al régimen contra los que afirman que en Cuba se “romantiza” el apagón. “Hemos pasado meses resistiendo los apagones, los días sin electricidad y el peso de la incertidumbre”, alegaba León, que ha vivido la mayor parte de este año viajando por Europa.
Invitaba, además, a “cuidar el bienestar emocional” y hacer caso omiso a quienes “desde fuera o desde otras partes del país” subrayan la gravedad del apagón nacional. Admitía que existía una “desconexión” no solo entre los cubanos que se fueron y los que residen todavía en la Isla. Pero no buscaba culpables. “Todos estamos lidiando con nuestras propias formas de resistencia”, zanjaba, sin una sola petición de cuentas al Gobierno de Miguel Díaz-Canel.
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