Salamanca/Señora Yanetsy León, no le pregunto si está bien porque lo que se sabe –dicen los taitas africanos– no se pregunta. Leo religiosamente sus crónicas sobre Madrid en Adelante, ese periódico que nuestro Partido Comunista subvenciona en Camagüey, su tierra natal, sin que nadie tenga la delicadeza de preguntar de dónde sale el dinero o cómo se sostiene la prensa socialista bajo el asedio imperial y el recrudecimiento del bloqueo.
Con sus textos me ha hecho recordar a Mella, al que se le atribuye una incombustible frase: “Hasta después de muertos somos útiles”. Gracias a sus periplos, a su crónica de ultramar, usted ha sido más útil que nadie. ¿Qué nos pueden ofrecer sus colegas camagüeyanos? ¿Reportajes sobre un cochambroso paladar frente a la catedral? ¿La foto de una venduta junto a la casa de Agramonte? ¿Los nombres de los animalitos disecados en el museo provincial? Todo eso aburre hasta el horror. Mejor Madrid.
Nadie imagina cuánto duele, para una verdadera revolucionaria, estar lejos de la patria. Para usted, ausencia no quiere decir olvido. No crea que no me di cuenta en su última crónica, la que narraba su visita a la exposición de CaixaForum. No había manera de disimular su nostalgia entre los esqueletos de dinosaurios. ¿Cómo no reconocer a Fidel en el rostro de ese Gigantosaurus, “coloso depredador que gobernó aquellas tierras hace millones de años”; en el gentil Manidens –“un ágil herbívoro del tamaño de un perro mediano”– a Raúl; o a los cubanos, que también hemos sido reptiles frente a “épicas luchas por la supervivencia”?
- CHECALO -
¿Cómo no reconocer a Fidel en el rostro de ese ‘Gigantosaurus’, “coloso depredador que gobernó aquellas tierras hace millones de años”?
Al lado de los dinosaurios –sufro al releerlo– estaba Buzz Lightyear, ese Gagarin gringo cuyo mantra es “al infinito y más allá”. Se tuvo que reír usted frente a esa consigna: ni el infinito (la vida ultraterrena) ni el más allá (la Yuma y sus variantes) tentarán jamás a un lector de Marx. Hay más películas de Pixar en la expo. Pase de largo y olvídese de ellas. ¿Monstruópolis? La Habana. ¿Buscando a Nemo? Una parodia de mal gusto del niño Elián. ¿Wall-E y su “futuro desolado”? Por favor: si quieren una excursión al apocalipsis vayan al barrio Timbalito o al Condado santaclareño. Lo sé, estimada León, yo tampoco soporto a los aficionados.
Varios meses en España han bastado para que usted comprenda cómo se vive aquí –y hablo también de Salamanca, mi bella ciudad adoptiva, que sé que ha visitado–. ¿No es verdad que es bueno manifestarse en las calles, como usted hizo hace poco, sin que la Policía te masajee a base de tonfazos? ¿No es supercalifragilístico tener siempre leche en el frío y café en la despensa? Noto que usted, como yo, no admite inventos: vi la reluciente cafetera italiana con que cuela su infusión. ¿Nueva, verdad? Enhorabuena. Usted tiene, vamos a ver, lo que tenía que tener, como pedía el cliché de Guillén.
En un acto de perfecta simetría histórica, usted le extirpa a España toda clase de relatos
No sin lucidez, una de sus crónicas cuenta cómo los españoles descuajaron los cedros cubanos para construir El Escorial. En un acto de perfecta simetría histórica, usted le extirpa a España toda clase de relatos. Y aunque dudo que Adelante le pague en euros, contribuye a que el diario refresque: hoy, por ejemplo, abren con una mala foto de Mijaín López y una nota sobre los caramelitos agramontinos. Se hace lo que se puede. Y allá se puede poco.
También hay una ética del descaro, y usted la personifica como nadie. No me tome a mal la palabra: cuando sale, el cubano debe perder su cara. Debe perderlo todo, de hecho, porque no todo el mundo vuela “por motivos profesionales”, como usted o James Bond o los Ángeles de Charlie. La ética del descaro supone estar dispuesto a todo. La cara –la vergüenza, la pobreza, la angustia, el hambre– se la devolverán en el Aeropuerto Internacional José Martí, o en el Ignacio Agramonte, si hay vuelos directos.
Habrá quien la critique por mostrar la vida real en Europa a lectores que nada tienen. No los oiga. Morir por la patria no es vivir
Habrá quien la critique por mostrar la vida real en Europa –esta maravillosa burbuja de cultura y bienestar– a lectores que nada tienen. No los oiga. Morir por la patria no es vivir. “Las gratuidades encierran sus trampas”, anota usted frente al Palacio Real de Madrid y creo que es uno de los apotegmas más sutiles que he leído nunca. No se vive bien impunemente y lo descubrirá cuando vuelva a Cuba, a Adelante, al maltratado Camagüey. Cuando el Prado sea un sueño húmedo y Florencia un pueblo de Ciego de Ávila en vez de una ciudad italiana. Cuando no haya café, ni leche, ni sea tan fácil abordar el metro, como en la estación de Chamartín.
Hágame el favor –si vira– de resistir la tentación. Acuérdese del Castrosaurus, del Ramiroráptor, del Rauloceratops. Acuérdese de que nada hay gratis de este lado del mundo, y que esto le parecerá comunismo, o precomunismo, pero no es más que una mera democracia europea, con partidos y elecciones y toda esa fanfarria.
No sucumba y recite aquello de Senel Paz, otro gran revolucionario viajero: Si te vas, “lo quieras o no, asumes la condición de traidor. Desde un principio lo sabes y lo aceptas porque viene incluido en el precio de pasaje. Una vez que lo tengas en la mano no podrás convencer a nadie de que no lo adquiriste con regocijo”.
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