La Habana/“En tiempos duros se antepone la croqueta al cerebro”. El diagnóstico, acuñado por un profesor universitario de Las Tunas, sintetiza la situación de ingreso a la enseñanza superior en la Isla, que tiene en esa provincia oriental uno de los cuadros más críticos. En la universidad provincial, por ejemplo, de los 7.000 estudiantes cuya matrícula tenían prevista para el curso que viene, solo se registraron 6.320 y prevén más pérdidas.
“Nuestro equipo conversó con muchachos diáfanos que revelaron (grabadora apagada mediante y exigiendo discreción) que eligen cualquier carrera para pasar apenas un año de Servicio Militar y no piensan llegar a estudiarla”, admite Periódico 26 en un reportaje publicado este jueves. ¿Adónde van? El diario local del Partido Comunista responde con un eufemismo: “sus proyectos de vida están en otras latitudes”. Mientras, se concentran en “hacer dinero” para el viaje en el sector privado.
El futuro no pinta bien para las universidades cubanas. El problema –según el periódico– es que ya no es rentable “quemarse las pestañas” porque la carrera demanda un gasto excesivo de dinero (viajes, comida, ropa) y el pago del recién graduado es ridículo, atendiendo al costo de la vida en Cuba. “Es mejor vender en Revolico”, el sitio web de compraventa, confiesa uno de los entrevistados.
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En los preuniversitarios de Las Tunas, unos 800 estudiantes se presentaron a las pruebas de ingreso
En los preuniversitarios de Las Tunas, unos 800 estudiantes se presentaron a las pruebas de ingreso, una cifra ligeramente menor a la de 2023, pero catastrófica si se compara con 2022 –acudieron alrededor de 1.000– y todavía más si se coteja con 2021, cuando más de 2.000 fueron a la segunda convocatoria. De los que se presentaron este año, solo el 72% aprobó Matemática y el 27%, Historia. Español, el mejor resultado, cerró con un 99% de aprobados.
Pero eso no garantiza nada. La “curva” en la que casi todos los aprobados se “pierden” es a la hora de elegir su carrera. Según los docentes de la Universidad de Las Tunas, es muy difícil convencer a los alumnos de elegir carreras que, tradicionalmente, eran las más demandadas, como Medicina. La solución –explica un profesor de la casa de altos estudios– ha sido decirles a los jóvenes que en el nivel superior “se sale igualmente avalado para el sector estatal como para el privado”.
Joel Borrero Alarcón, vicerrector de la universidad, explica a Periódico 26 el “alto porciento de deserciones escolares, no solo en el primero o segundo año de la carrera. Incluso en el cuarto, a punto de egresar, se dan casos ya”.
Ante el anuncio del viaje al extranjero –la “reunificación de las familias” a la que alude el profesor, con otro eufemismo– nadie espera. Otros, también preparados por si les llega el parole humanitario de EE UU u otra vía de escape, “crean sus propios negocios en medio del período docente y piden la baja”.
“Y hay alumnos que, después de conquistados los títulos, no se incorporan a sus puestos laborales, pero esos son los menos; lo que más abunda es que las nuevas formas de gestión, al ofrecer mejores salarios, se quedan con los graduados más valiosos en muchas especialidades”, asegura Borrero Alarcón. “Se van para asumir puestos alejados de lo que estudiaron y cae en el olvido las urgencias territoriales”.
Otros ni siquiera entran a la universidad, aunque hayan aprobado los exámenes de ingreso. La culpa la tienen las “actuales transformaciones sociales”, lamenta uno de los docentes entrevistados. “Lo que sucede en un aula es reflejo de la sociedad, no viceversa”. Los jóvenes necesitan el dinero y muchas familias no pueden pagar todo lo que una carrera demanda del bolsillo doméstico.
El testimonio de Mirtha –una madre que expuso su situación al diario– es elocuente al respecto. Su hija, estudiante universitaria en la vecina provincia de Camagüey, a duras penas puede viajar de su casa a la facultad. Cada pasaje, cuenta la mujer, “cuesta 39 pesos” en un ómnibus estatal, pero si se cae el viaje o no logra el boleto, le “toca dar” 700 pesos a un transportista privado. Así la joven ha pasado dos años moviéndose entre Camagüey y Las Tunas, pero Mirtha no sabe cuánto tiempo más pueda pagar.
“Compro harina, pan y salchichas para que tenga qué picar en la beca. Cuando sumas, el salario del mes se me va en ella”
Además, no es solo el transporte sino también la comida y el “dinerito extra”. “Compro harina, pan y salchichas para que tenga qué picar en la beca. Cuando sumas, el salario del mes se me va en ella; eso sin hablar de lo que vale la ropa, los zapatos, las recargas de datos para que estudie”, cuenta.
Según Periódico 26, todavía la Medicina despierta algo de interés, pero por “la visión de que puede ejercerse en cualquier latitud y circunstancia”. Los que eligen la carrera piensan cómo revalidar sus títulos fuera de Cuba y, si tienen que acabar el proceso docente antes de que les llegue el viaje, no quieren perder tiempo. Sin embargo, lo habitual es escoger disciplinas “de ciclo corto”, que permitan obtener un título en dos años y en la propia provincia. Bajo ese concepto, hay jóvenes “con índices astronómicos que escogen ser licenciados en Informática aquí y dejar a un lado la oportunidad de egresar de la Universidad de Ciencias Informáticas en La Habana”, afirma el diario.
En resumen, existen “alumnos muy buenos que no aspiran a la universidad”, un hecho que hubiera sido inconcebible hace diez o veinte años, afirman los directivos de la casa de altos estudios. La conclusión de Mirtha sobre el futuro de su hija, después de graduarse, lo refleja: “Si me huelo esto, la desembullo de la carrera; total, al final los 4.000 pesos y pico que ganará no le alcanzarán para vivir”.
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