La Habana/“Yo tengo mi propio cementerio de equipos electrónicos”, cuenta Carlos y la imagen no es una exageración. Desde controles remotos hasta celulares, los dispositivos se acumulan en las gavetas, el escaparate y el cuarto de desahogo de su casa en Santa Clara. “No se bota nada”, dice, “porque nunca se sabe si una pieza te hará falta para una reparación”. Guardar es la regla de oro en la interacción de los cubanos con sus electrodomésticos.
En su haber, Carlos tiene tres computadoras –“a dos les cayó agua de una gotera”–; un video VHS al que “le cayó un rayo” y que no sabe por qué guarda; una freidora a la que se le rompió el chip que controla la temperatura, y que ahora “achicharra la comida” si no la vigila; dos máquinas de pelar, compradas en dólares y que duraron poco tiempo: y un sinnúmero de mandos a distancia, que “se rompen mucho y es raro que tengan arreglo”.
Cada municipio de la Isla tiene una brigada de técnicos del llamado Programa de Ahorro Energético. Con sus característicos pulóveres color naranja, los empleados de cada “consolidado” –como se les conoce a los talleres de reparación– despiden a sus clientes con las manos vacías: o traen ellos mismos la pieza faltante o el equipo se queda sin arreglar.
- CHECALO -
Carlos recuerda la última visita que hizo al “consolidado”, con su olla arrocera, a la cual se le había roto la resistencia. En el taller –una nave oscura en el barrio de Virginia– había solamente un empleado, que recibió el aparato y le pidió que volviera al día siguiente. El equipo estuvo funcionando pocos días y luego volvió a fallar.
El mecánico ponía un ‘truco’ en la resistencia para que fallara al cabo de los días y uno tuviera que morder de nuevo en el taller
“Se lo volví a llevar al mismo técnico al menos dos veces más. Con los calores que hacen en Cuba, pensé que era normal que la olla se sobrecalentara”, relata. “Hasta que un vecino me contó que a él le había pasado lo mismo: el mecánico ponía un ‘truco’ en la resistencia para que fallara al cabo de los días y uno tuviera que morder de nuevo en el taller”.
La prensa oficial llamó la atención este miércoles sobre la precariedad con la que operan los consolidados. Al margen de los “inventos” y estafas, es cierto que los talleres estatales carecen no de “algunos componentes” –como afirma el oficialista Adelante– sino de todo tipo de piezas y herramientas indispensables para su oficio.
Adelante pone el foco en los “consolidados” de Camagüey y las fotos que publica bastan para constatar lo lamentable de la situación. Espacios mal techados y sin iluminación, pocos instrumentos –a veces solo un destornillador y una pinza– y montañas de trastos que forman un “fondo” de piezas.
En la ciudad de Camagüey hay 70 técnicos, asegura el periódico, “la mayoría con diez años de experiencia” pero sin contenido de trabajo por la “dificultad” de adquirir piezas de repuesto. Adelante critica los “incumplimientos y retrasos en el arribo al país de las piezas”, una realidad que ya se ha hecho habitual.
Los trabajadores logran hacer arreglos menores, pero cuando se trata de un electrodoméstico de mayor envergadura –un refrigerador o un televisor, por ejemplo– las “complejidades”, como el diario llama a la ausencia total, desde hace meses, de implementos para reparaciones de este nivel, complican cualquier tarea.
La solución de Adelante: el “encadenamiento” con las mipymes. En Santa Clara, asegura Carlos, la conexión mipymes-“consolidados” es, desde hace rato, una realidad al menos “por debajo del telón”. Los privados importan la pieza y el técnico la revende, explica. “Si la compras directamente con el técnico te sale más cara, pero ellos siempre tienen”, añade.
Con los apagones y el verano se desgastan los electrodomésticos, diseñados para temperaturas más clementes
Los técnicos siguen “enfrascados” en hacer su trabajo, dijo a Adelante Yalile Almaguer, directora del consolidado de Camagüey, pero quieren condiciones que permitan “generar ingresos y utilidades que los motiven”. Quieren, como sus clientes, “soluciones” por parte del Estado, remató Almaguer, porque no solo de “talento” y “compromiso” se vive.
Las ollas “reina”, las arroceras, las “cajitas” –decodificadores de canales– y sus mandos, los calentadores eléctricos y hornillas que todavía funcionan son las sobrevivientes de la Revolución Energética decretada por Fidel Castro hace dos décadas. Con los apagones y el verano es frecuente que los electrodomésticos –diseñados para temperaturas más clementes– se desgasten y rompan.
La creatividad de los cubanos ha llevado a la reutilización –a menudo insólita– de equipos rotos. Los calderos rojos de la Revolución Energética, que no tardaron en agujerearse, acabaron convertidos en macetas en los patios de la Isla; las pantallas de los televisores se transformaron, tapón y nailon mediante, en bidones para fabricar vino casero; los cables de cualquier electrodoméstico se readaptaron a la instalación eléctrica de las casas; las rejillas protectores de un ventilador sirvieron como vianderos; y las máquinas de pelar, cuando pierden filo y potencia, se venden a un veterinario, que las usa para trasquilar animales.
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