Salamanca/Gran parte de la biblioteca de Juan Gualberto Gómez se guardaba en la casa que el patriota y su esposa habían construido en Santos Suárez. Cuando la familia decidió irse de Cuba, después de la llegada de Fidel Castro al poder, no les dio tiempo a sacarlo todo. Allí vivía aún Angelina Edreira, su hija, que fue reubicada. El Gobierno selló la casona y la entregó, poco después, a una familia numerosa, que arrojó a la calle lo que quedaba del archivo.
Un amigo informó a Clara Caballero Caraballo, bisnieta de Juan Gualberto, que los libros de la familia –incluyendo los suyos– estaban desperdigados por la acera. Ella fue a buscarlos. Logró llevarse una foto de su bisabuelo y un ejemplar dedicado por Emilio Roig, cuyo título, a la luz de las circunstancias, no dejaba de ser irónico: Por Cuba Libre.
Este viernes se cumplen 170 años del nacimiento de Juan Gualberto y su bisnieta ha organizado un homenaje en Madrid, donde vive exiliada desde hace décadas. Arquitecta e investigadora de la sacarocracia cubana, Caballero conversa con 14ymedio sobre el olvido y la recuperación de la memoria del prócer, cuyo pensamiento ha sido relegado por la Revolución porque sigue siendo –asegura– “democrático y peligroso”.
Nacido en 1854, Juan Gualberto Gómez figura en los libros de historia cubana como “amigo de Martí”, siempre en segundo plano, y muy rara vez se estudia su obra. Caballero cuenta que su bisabuelo “murió pobre y no tuvo ni un metro cuadrado de tierra para ser enterrado y que se le construyera una tumba”. Durante las ceremonias por el centenario de Martí en 1953, su abuela Angelina se le acercó al gobernador de La Habana y le dijo: “La República está de fiesta y los restos de Juan Gualberto Gómez están acogidos por una archicofradía religiosa”.
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Al año siguiente –cuando Caballero acababa de nacer–, el patriota pudo contar con un sepulcro digno, pagado con un crédito gubernamental. “Era una sociedad racista y su nombre no aparecía en ningún libro de historia”, lamenta Caballero, para ilustrar lo relegada que fue su memoria. La tía de Caballero, Nancy Loyola Edreira, tuvo que batallar mucho para que Eusebio Leal incluyera la casa de la calle Empedrado 359 –donde vivió y trabajó Juan Gualberto– en el plan de restauración de La Habana. Hoy es un museo.
“En la familia se transmitía que Juan Gualberto era muy amoroso y sincero. La generación de mi padre y mis tías optaron por la pedagogía –en particular la historia y la geografía– y la cultura francesa. Mi abuela estudió en la Alianza Francesa de La Habana y viajaba mucho a Europa antes de la Revolución. Y, por supuesto, sabía bailar chotis”, bromea Caballero.
Angelina salió de Cuba en 1968. Otros miembros de la familia se exiliaron en Nueva York o Chicago, cuya universidad tiene un centro de estudios que lleva el nombre de Angelina Pedroso, nieta de Juan Gualberto y benefactora de alumnos hispanos. Todos veneraban también a Martí. Durante la República, la familia compró una casa en Zaragoza –donde estudió el héroe nacional cubano– a la que iban de vacaciones.
“Al final de las comidas y cuando iba alguna visita, en la casa siempre se hablaba de historia, alrededor de una mesa con documentos, libros y papeles”, rememora Caballero.
Juan Gualberto también vivió algún tiempo como exiliado en Europa. Caballero comenta que los legajos oficiales de la época aluden a su bisabuelo como un “filibustero”, y admiten que estaba bajo estrecha vigilancia de la inteligencia española. Tengo una información más amplia de su vida en Madrid, Ceuta y París, que sus biógrafos iniciales no tenían y en nombres de calles o escuela hay que corregir, pero sin espíritu revisionista. He encontrado direcciones en las que vivió y hay un edificio que se mantiene en pie en muy buen estado”, explica.
Para Caballero, el legado de Juan Gualberto Gómez se resume en encontrar el equilibrio entre los viejos valores de libertad, igualdad y fraternidad. Lograrlo en la Cuba futura no será fácil, porque se trata de “generaciones humilladas de mil y una manera, en la que se ha transmitido sobre todo el miedo”.
“Juan Gualberto era un demócrata convencido. Desde su juventud parisina había luchado con su pluma durante la dominación colonial, y en tiempos de la República no podía entrar en las filas de ningún partido reaccionario, por lo que dimitió, abandonó, fundó y fusionó partidos. Y para cada partido fundó un periódico como ideario. No miró atrás nunca, sino hacia adelante. Ese es su legado, es un ejemplo para políticos y periodistas de todos los tiempos”, afirma.
Sus escritos y su biografía insisten en la necesidad de la tolerancia. En España, explica Caballero, se relacionó con personas diametralmente opuestas al separatismo y que lo respetaban mucho. “Promovió, como Martí, el amor entre cubanos de la Isla, peninsulares y de la emigración. Logró que se legalizara la propaganda separatista pacífica tras su escrito Por qué somos separatistas, por el que fue condenado a dos años, once meses y once días de prisión”, añade.
“En Cuba, por desgracia, ya son décadas de traición y acoso a los que piensan diferentes. Incluso dentro de la familia, como lo refleja el libro de Eliseo Alberto, Informe contra mí mismo. Eso no comulga con el pensamiento de Juan Gualberto”.
Este viernes, Caballero intentará –en sus palabras– “mostrar una imagen del personaje a un público de Madrid”. Hacerlo en el Ateneo, un lugar “muy simbólico” por lo que representó para Juan Gualberto, es una profesión de fe en el librepensamiento.
“Para componer la mesa he convocado a personas conocedoras de los avatares sociopolíticos que en la Cuba colonial y en la republicana sufrió Juan Gualberto. Suponen visiones valiosas y diferentes”, asegura, aludiendo a sus invitados: el editor y poeta Pío E. Serrano, y los historiadores Luis Miguel García Mora y Christina Civantos.
“Se hablará también de los problemas entre los autonomistas y los liberales de la Cuba colonial. Además, de la investigación sobre su vida en Ceuta, que me encanta porque argumenta la postura de Juan Gualberto en cuanto a los términos de cubanos blancos y negros, en defensa de la construcción de una identidad nacional, y abarca también la religión abakuá o ñañiguismo, que no suele tratarse cuando se habla de temas patrióticos políticos. También expondré fotos y libros antiguos que olvidé poner en el programa”.
Su objetivo es “abrir otras perspectivas sobre Juan Gualberto”, para lo cual se halla en una posición privilegiada, pues “no hay otros descendientes interesados en el tema”. Sin embargo, reconoce que ve en otros miembros de su familia –como su hija, Ángel, o su tía Angelina–, no solo los rasgos de su bisabuelo sino también su “honestidad política, moral y ética”.
Otro punto significativo es homenajear a Juan Gualberto Gómez en Madrid, una ciudad en la que han recalado cientos de exiliados cubanos. Organizar el homenaje ha sido también para Caballero un ejercicio de reflexión sobre la historia familiar y personal. Llegó a España en los años 70 con sus padres, se labró una carrera como arquitecta y ahora quiere “honrar a sus ancestros”. La Isla, tan cerca en lo sentimental, sigue lejos en lo geográfico. “Yo aprendí a vivir sin el mar”, dice.
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