Cienfuegos/Cienfuegos nunca fue un enclave turístico de gran importancia como La Habana o Varadero, pero su encanto arquitectónico, más republicano que colonial, atraía a quienes buscaban un turismo de ciudad, pero sin el bullicio de la capital. En los últimos años, sin embargo, el número de viajeros que pasan por la Perla del Sur ha caído, y, al menos desde la pandemia de covid-19, los negocios que dependían de ese trasiego son menos y más pobres.
A pocos metros del bulevar de la ciudad, a un costado del parque José Martí, los artesanos del Fondo de Bienes Culturales tienen un espacio dedicado a la venta de los productos que confeccionan. Desde esculturas de madera hasta textiles y bisutería, los puestos que ofrecen mercancía hecha a mano han ido perdiendo su prosperidad.
María Luisa, una artesana que maneja una de las mesas, ha sido testigo de la debacle. “Las ventas se han afectado mucho. Hace apenas unos años aquí paraban diariamente hasta diez guaguas con turistas y, aunque casi todo lo que vendemos está destinado a ellos, de vez en cuando algún cubano nos hacía una comprita también”, cuenta a 14ymedio.
“Entonces nos podíamos dar el lujo hasta de hacer ofertas con rebajas de precio, porque las ganancias daban para vivir”, recuerda la cienfueguera de 43 años, que vende todo tipo de memorabilia que pueda atraer el interés del extranjero: pinturas de Compay Segundo, maracas adornadas con banderas cubanas, collares de hueso de vaca o imanes del Che.
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En la situación actual, explica María Luisa, los precios de las materias primas han subido tanto que “no solo es difícil conseguirla, sino también lograr vivir de las artesanías”. “Si antes a quienes les iba mejor les alcanzaba hasta para contratar a un vendedor, ahora son los propios artesanos los que comercian los productos. Entre inversión, los impuestos y el pago por el espacio de la mesa muchos incluso han debido abandonar la venta”, asegura.
Otros negocios particulares que vivían del turismo en la ciudad también han experimentado las consecuencias de la debacle del sector. Es el caso del pequeño hostal que administra Alberto, a quien le preocupa que esta temporada baja sea la última de su local. El cienfueguero posee una casa republicana de dos pisos que habilitó hace algunos años para recibir turistas. Sin embargo, con su edad –72 años– y lo trabajoso que se ha vuelto conseguir alimentos y aseo, “es difícil prestar servicios”.
Los costos por noche en un hostal privado oscilan entre los 20 y los 50 dólares o, si los dueños aceptan el cambio, su equivalente en MLC (moneda libremente convertible), según las características y la ubicación del lugar. “Antes se le podía brindar servicio de alimentación a los huéspedes, pero ahora entre lo cara que sale la comida y lo difícil que es encontrar productos variados y de calidad para ofrecer lo que ellos buscan, casi hemos pasado a brindar solo un desayuno sencillo”. Ofrecer otros servicios como el de internet, común en otros países, también supone un reto. “Es gastar dinero en algo que la mayoría de las veces no funciona o es muy lenta la conexión”, explica.
La casona también ha comenzado a mostrar humedades en algunas esquinas, lo que le causa a Alberto dolores de cabeza por adelantado ya que, de necesitar alguna reparación importante, los materiales no solo serán casi imposibles de encontrar, sino que además le costarán “un ojo de la cara”.
Aun así, muchos de los extranjeros que pasan por la ciudad prefieren un hostal particular, que ofrece un servicio más personalizado, antes que alojarse en instalaciones estatales. Es de esperar, por tanto, que estas también sufran la falta de clientes. El propio hotel La Unión, en la ciudad, con categoría de cuatro estrellas, recientemente vió sus 46 habitaciones vacías a la vez.
“Tratamos de suplir la ausencia del turismo internacional con la habilitación de servicios para clientes nacionales. Aunque no todo el mundo puede acceder a los precios de nuestra piscina o cafeterías, al menos intentamos complacer a nuestros visitantes, aunque a veces tengamos elevadores rotos y otras deficiencias que causan lógicas molestias, tanto a turistas como a empleados. Nuestras utilidades están por debajo de lo planificado, pero hacemos lo posible por prestar una buena atención”, explicó a este diario un trabajador del complejo gestionado por la española Meliá, que tiene alojamiento a partir de 70 dólares la noche.
Al final de la cadena están los restaurantes de la ciudad, muchos pensados para recibir exclusivamente a turistas, que ahora se han quedado de golpe sin clientela y han debido “adaptarse”. Frente al parque José Martí está situada la cafetería El Palatino, cuyos clientes actuales son –contrario a su propósito inicial– “cienfuegueros que vienen a tomarse un café, una cerveza o un trago de la cantina”. En el local ya no tocan músicos ni abundan las propinas para los camareros, condenados a sobrevivir con salarios “muy bajos para los tiempos que corren”.
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