La Habana/La calle San Francisco en su esquina con Carlos III, en Centro Habana, sigue cerrada con una cinta amarilla y un viejo sofá de mimbre que impide el paso de los vehículos. Desde que el domingo 23 de junio se derrumbara parte del emblemático edificio Manzanares, varios vecinos afectados se mantienen apostados en los alrededores para evitar el saqueo de sus pertenencias. Este miércoles, la llegada de unas vigas de madera, para apuntalar la entrada, les daba cierta esperanza de poder evacuar algo de ropa y electrodomésticos.
Los postes, traídos por la brigada estatal que trabaja en la recogida de los escombros interiores, estaban colocados sobre el asfalto, muy cerca de la fachada con el número 912, un muro lleno de humedad que desde hace años mostraba los problemas que afectaban a uno de los íconos del art déco habanero. Con sus caras largas, los damnificados que se han quedado vigilando en la calle calculaban si aquellas maderas reutilizadas y con señales también de deterioro servirán para sostener la estructura y poder acceder a sus apartamentos.
Los damnificados que se han quedado vigilando en la calle calculaban si aquellas maderas reutilizadas y con señales también de deterioro servirán para sostener la estructura
En el interior, el panorama es mucho más grave de lo que se puede apreciar desde fuera. El desplome de parte de un apartamento de los pisos altos, que comenzó en la zona de su patinejo, creó un efecto dominó que arrastró en su caída a las viviendas de las plantas inferiores. La montaña de escombros supera la altura de un hombre y los pedazos de paredes amontonados tienen unas dimensiones imposibles de cargar sin maquinaria pesada. La loma de piedras y aceros retorcidos bloquea el paso hacia el resto del edificio.
- CHECALO -
Sobre las ruinas, se refleja el sol que entra por el boquete donde una vez estuvieron los pequeños balcones interiores en que las familias tendían sus ropas. «La pregunta ya no es si vamos a poder volver a nuestras casas sino si vamos a poder salvar algunas cosas que se quedaron dentro», comentó a 14ymedio una anciana que asegura no haberse movido del lugar desde aquel fatídico domingo. «Comenzamos a sentir una arenilla que caía desde arriba y salimos. Después se sintió el estruendo y lo perdimos todo: techo, camas, televisores y hasta la comida que teníamos en los refrigeradores».
La ilusión de los vecinos es llegar antes de que los ladrones, que trepan azoteas, bajan por los tubos de desagüe y se mueven en la noche, se acerquen
Ahora, la ilusión de los vecinos es llegar antes de que los ladrones, que trepan azoteas, bajan por los tubos de desagüe y se mueven en la noche, se acerquen a la billetera que quedó sobre la mesa, al crucifijo heredado de la abuela que cuelga de una pared o a la olla eléctrica donde hasta hace dos semanas una familia cocinaba el arroz. Es una carrera contrarreloj en la que llevan la de perder: los cascotes de muros impiden entrar a lo que una vez fue su hogar.
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