En un centro comunitario del este de Londres, unos 20 hombres se reunieron en su encuentro regular para almorzar, en el que tomaron café y té en tazas de diversos tipos y practicaron un pasatiempo cada vez más popular en las democracias del mundo: quejarse de su gobierno.
Se sienten distantes de los dirigentes del país: su acaudalado primer ministro y sus miembros del Parlamento.
“Da la sensación de que uno es una persona de segunda clase. Nuestros parlamentarios no nos representan. Los líderes políticos no entienden lo que vivimos”, dijo Barrie Stradling, de 65 años. ”¿Escuchan a la gente? No creo que lo hagan”.
- CHECALO -
En una cafetería de Yakarta, Ni Wayan Suryatini, de 46 años, se quejaba de los resultados de las recientes elecciones, en las que el hijo de un expresidente de Indonesia ascendió a la vicepresidencia del país y los partidos de oposición parecieron hacer poco por detenerle.
“Es difícil confiar en ellos, ya que sólo quieren alcanzar sus objetivos. Mientras consigan sus objetivos, se olvidarán de todo lo demás”, dijo Suryatini de los políticos.
Y dentro de su encantadoramente desordenada tienda de artesanías de Greeley, Colorado, Sally Otto, de 58 años, mira con temor las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos entre el presidente Joe Biden y el hombre al que derrotó en 2020, el expresidente Donald Trump: “Siento que estamos de vuelta donde estábamos, con las mismas dos opciones deficientes”, lamentó Otto.
Mientras la mitad de la población mundial vota en comicios este año, los electores están de pésimo humor. De Corea del Sur a Polonia y Argentina, gobernantes en funciones han sido vencidos en unas elecciones tras otras.
Sólo en la última semana, votantes de Sudáfrica aturdidos por la pobreza, la desigualdad y el desempleo han infligido una derrota histórica al Congreso Nacional Africano, que perdió su mayoría parlamentaria por primera vez desde el fin del apartheid hace 30 años.
Tan sólo en América Latina, los gobernantes y sus partidos habían perdido 20 elecciones seguidas hasta las elecciones presidenciales del fin de semana en México, según un recuento de Steven Levitsky, profesor de gobierno en la Universidad de Harvard.
Es probable que la dinámica se repita cuando la Unión Europea inicie esta semana sus elecciones legislativas, en las que se prevé que partidos populistas conservadores registren triunfos en todo el continente.
Las elecciones parlamentarias de la UE suelen ser una ocasión para que los votantes de cada país desahoguen sus frustraciones, ya que los candidatos que elijan tendrán poder en Bruselas y no en sus propias capitales nacionales. En el Reino Unido, el primer ministro Rishi Sunak convocó a elecciones para fines del verano en las que se calcula que su partido se verá en apuros.
“En muchos sentidos nunca nos había ido tan bien, objetivamente hablando, y sin embargo la gente está tan insatisfecha”, afirmó Matthias Matthijs, investigador sénior del organismo independiente Council on Foreign Relations en Washington.
Economía, Cultura y política azuzan la cólera
Las razones de la insatisfacción son muchas, desde la capacidad de las redes sociales para amplificar los problemas, a la dolorosa recuperación de la pandemia del coronavirus, hasta la reacción hacia los cambios económicos y culturales provocados por la globalización y la inmigración masiva.
Aunque en lugares como Europa, la derecha populista ha registrado varios avances y se prevé que consiga más, el descontento tiene pocas concordancias ideológicas con otros casos a nivel global. En una reciente encuesta de Pew realizada en 24 democracias, una media del 74 % de los encuestados afirmó que no creía que a los políticos les importara lo que piensan personas como ellos, y el 42 % dijo que ningún partido político representaba su punto de vista.
“Tiene que ver con la economía y la cultura, pero también con el funcionamiento de la política en sí misma”, dijo Richard Wike, director general de Global Attitudes Research (Investigación de Actitudes Globales) de Pew, aludiendo a la polarización de los votantes en bandos enfrentados. “Puede llevar a una situación en que la política se vea como un juego de ganadores y perdedores. En el otro bando las personas parecen más que nada una amenaza existencial, y eso hace que la gente no esté contenta con la democracia”.
Los expertos dicen que hay una notable excepción a la tendencia de enfado global con los gobernantes electos: los lugares donde los gobernantes son caudillos populistas opuestos al sistema, de todas las tendencias ideológicas.
“Las figuras populistas antisistema que llegan desde fuera del gobierno están ganando más que en el pasado”, dijo Levitsky. “No tengo claro si constituyen algún movimiento”.
En México, el presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador se encuentra al final de su mandato, pero rompió la racha de derrotas de los partidos de los gobernantes latinoamericanos, ya que su sucesora elegida por él, Claudia Sheinbaum, ganó las elecciones presidenciales del domingo.
En Argentina, el presidente elegido el año pasado, Javier Milei, autodenominado “anarcocapitalista” y apodado “El loco” por sus admiradores, sigue siendo popular a pesar de los agobiantes problemas económicos del país, que han persistido después de sus reformas de austeridad y desregulación.
“Nunca me interesó la política porque nunca cambiaba nada”, dijo Sebastián Sproviero, un ingeniero de 37 años, en un concierto en Buenos Aires en el que Milei cantó himnos de rock. “Ahora sí”.
En India, donde el primer ministro Narendra Modi ha sido criticado por erosionar la democracia con la mayor población del mundo, la encuesta de Pew reveló que el país tenía el mayor apoyo entre todas las naciones encuestadas a una forma de gobierno más autoritaria: dos tercios de las personas encuestadas se mostraron a favor de un sistema de gobierno con un líder fuerte.
Señales de alarma para la democracia
Sin embargo, incluso algunos de los gobiernos más autoritarios como el de Modi han tenido que hacer frente al descontento con el statu quo. Parece que Modi será primer ministro de India por tercera vez luego de las elecciones nacionales que concluyeron el martes, pero su partido nacionalista hindú conservador obtuvo resultados decepcionantes y probablemente tendrá que unirse a una coalición para formar un gobierno.
En Hungría, donde el primer ministro Viktor Orbán ha llenado el poder judicial y los medios de comunicación de partidarios leales y ha enmendado la Constitución del país para favorecer a su partido, un antiguo miembro de su partido Fidesz, Péter Magyar, ha surgido como un nuevo crítico y contrincante cada vez más popular.
“Más y más gente en Hungría siente cada vez más este deseo antisistema”, dijo Péter Ember mientras asistía a una de las recientes manifestaciones de Magyar en Budapest. “Realmente queremos reformar esta cultura política existente, desde la oposición hasta el partido gobernante. Queremos una nueva, y queremos gente que trabaje para nosotros”.
El estado de ánimo global en contra de los gobernantes en el poder, unido al éxito de los populistas antisistema, ocurre en medio de varias señales de alarma sobre la salud de la democracia. Según la encuesta de Pew, la democracia está perdiendo atractivo, aunque sigue siendo el sistema de gobierno preferido en todo el mundo. Freedom House, una organización con sede en Washington que promueve la democracia, declaró que su “Índice de Libertad”, que mide la salud democrática mundial, ha descendido durante 18 años consecutivos.
Adrian Shahbaz, vicepresidente de Freedom House, atribuyó la erosión del apoyo a una serie de crisis desde el cambio de siglo, incluidos los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, la recesión mundial de 2008-2009 y la pandemia de coronavirus. A ese estrés se suma la creciente atención que se presta en la política democrática a cuestiones de identidad como las políticas sobre las personas transgénero y la inmigración, especialmente en Europa y Estados Unidos.
“Las principales divisiones en las democracias tienden a girar en torno a cuestiones de identidad más que económicas», señaló Shahbaz. «Eso en sí mismo puede ser muy riesgoso porque la democracia depende de una identidad civil que va más allá de las identidades tribales».
Sin embargo, no todo es pesimismo para la democracia. El fervor contra los gobernantes en el poder también contribuyó a impulsar algunas victorias del derecho de los ciudadanos a elegir a sus dirigentes.
En Senegal, los votantes eligieron a un nuevo presidente en marzo después que el actual mandatario intentara posponer las elecciones, sin éxito. En Guatemala el año pasado, Bernardo Arévalo, sociólogo y luchador contra la corrupción, ganó los comicios presidenciales a pesar de los intentos del partido en el poder por bloquear la certificación de su victoria.
En Estados Unidos hay un profundo descontento
Una de las mayores pruebas llega a Estados Unidos en noviembre, cuando los votantes decidirán si se quedan con Biden o regresan a Trump a la Casa Blanca. El expresidente intentó sin éxito remontar su derrota electoral de 2020, lo que desencadenó el ataque al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 y dos de los cuatro casos penales que enfrenta actualmente. Por su parte, Biden se ve obstaculizado por un público poco entusiasta: el 61 % de los adultos no aprobaba su actuación en el cargo en una encuesta de AP-NORC realizada en marzo. Una encuesta de CNN reveló que el 53 % de los votantes empadronados se mostraban descontentos con tener que elegir entre Biden y Trump.
Las bajas cifras de las encuestas frustran a muchos asesores de Biden, dado el relativamente buen comportamiento reciente de la economía estadounidense en comparación con el resto del mundo. Pero encuestadoras internacionales afirman que Estados Unidos muestra signos particularmente crudos de polarización y descontento. La encuesta Pew identificó niveles de polarización más pronunciados en ese país que en la mayoría de las demás democracias. Según la Organización Gallup, entre los países ricos del G7, Estados Unidos ocupa el último lugar, o casi, en la confianza en sus instituciones.
Una de las pocas cosas que une a los votantes estadounidenses es la frustración por sus opciones en la contienda presidencial de este otoño, un vestigio del sistema constitucional del país en que el ganador se lleva todo, lo que naturalmente deriva en contiendas entre los dos principales partidos políticos que se libran en los pocos estados en que los votos del Colegio Electoral puede ganarlos cualquiera de los dos.
“Estoy enfadado, pero, ¿cuál es la solución a mi enfado? Por quién voy a votar es una gran pregunta, porque la respuesta es que realmente no lo sé, para ser honesto”, dijo Kenji Takada-Dill, un editor de video de 30 años de Seattle. “Hace tiempo que sabemos que el sistema bipartidista no funciona. Ninguno de los candidatos representa mis creencias ni mis valores”.
En Greeley, una ciudad de 112.000 habitantes situada en las llanuras de Colorado, a 100 kilómetros (60 millas) al noreste de Denver, Otto, la propietaria de la tienda de artesanías, dice que probablemente se inclina por los conservadores, pero desde hace tiempo ha tratado de ignorar la política. Esto le ha resultado más difícil desde que empezó a utilizar redes sociales para promocionar su negocio, donde las desagradables disputas partidistas del país se han colado en sus publicaciones mientras promociona clases de cerámica y programas para jóvenes.
Al entrar en la tienda con sus dos hijos, Kristina McGuffey, de 41 años, también lamentó la creciente toxicidad de la política estadounidense.
“Me encanta la forma en que Estados Unidos fue fundado, una nación bajo Dios”, dijo McGuffey. “Nos hemos convertido en personas que, cuando no nos salimos con la nuestra, hacemos un berrinche”.
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