La Habana/Es complicado lograr que las peripecias de un país quepan en una sola foto. A veces, sin embargo, los planos se juntan frente a la cámara y el país dice lo que tiene que decir sobre sí mismo. 14ymedio captó esta instantánea que resume, si no todos, algunos de los puntos clave de la crisis en que Cuba lleva años sumergida.
Se trata de un segmento de la calle Revillagigedo que da a la ensenada de Atarés, en La Habana Vieja, en la que recaló este viernes un vehículo de Supermarket 23. El mercado en línea es la vía que muchos cubanos tienen para conseguir comida siempre y cuando alguien, en un “más allá” de donde provienen los dólares, la pague.
Uniformado y limpio, el empleado reparte la “jabita” con los productos en un barrio que no puede estar más destartalado y en el que proliferan los vertederos. A pocos metros de donde está parqueado el carro, una persona –gorra en la cabeza, mochila y medias rojas– escarba un contenedor. Para quien no disfruta de las remesas, queda siempre la basura.
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En el depósito de basura desbordado encuentran su comida los mendigos y, quienes recolectan y venden materia prima al Estado, trastos que desmantelar. Bien aprovechado, un contenedor puede ser una mina de oro para quienes la prensa oficial, que no escatima eufemismos, llama “deambulantes”.
Para quien no disfruta de las remesas, queda siempre la basura
Rejas en las puertas, ventanas y aires acondicionados son signos elocuentes de la inseguridad que vive el país: sin los barrotes, cualquier equipo está en riesgo de ser arrancado de la pared, y cualquier agujero puede servir de entrada a bandoleros y ladrones cada vez más violentos. Afincado sobre su moto, un hombre intenta engrasar y echar a andar el mecanismo, mientras vecinos y transeúntes recorren Revillagigedo. Calle arriba, calle abajo.
En la desembocadura de la vía, cuando ya se ve el mar, aparece la imponente silueta de la patana turca. Sufrir un apagón cuando se está tan cerca de una máquina tan contaminante como poderosa es irónico para los habaneros. Las torres de la central flotante no sólo evocan la inestabilidad energética del país, sino que le dan al barrio un aire apocalíptico, que combina muy bien –tristemente– con los edificios agrietados y sin pintar. Así es la capital de un país cuyos males, no obstante, una foto no agota.
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