La Habana/«Lo que es del mar, al mar regresa», es una máxima que conocen muy bien los residentes en San Leopoldo, una barriada habanera que limita con el Malecón. Zona baja, en ese trozo de la capital cubana son frecuentes las inundaciones costeras, las alcantarillas que además de drenar las aguas residuales traen hasta las casas el olor del salitre mezclado con las miasmas albañales y los desagües de los que salen unos cangrejos flacos y pálidos, hijos de un litoral contaminado y con pocos nutrientes naturales.
Hace casi cien años, para la construcción del muro en el que tantos habaneros se refrescan cada noche, se cubrieron las rocas, se robó a las olas unos metros aquí, otros allá, y se rellenaron zonas que hasta finales del siglo XIX eran pura costa. Buena parte de esas áreas arrebatadas al mar vuelven a estar bajo su dominio cuando los temporales y los huracanes azotan la capital cubana. El agua sube en pocas horas, se adueña del Parque Maceo, irrumpe indetenible por las calles Lealtad, Escobar, Perseverancia y reina en Belascoaín. Nadie la para.
Con las penetraciones del mar flota también la basura que antes descansaba sobre el asfalto. Navegan los trozos de madera, circunvalan las cuadras las botellas de plástico y zarpan desde las esquinas las jabas de nailon con restos de comida y suciedad. Los contenedores de desperdicios se convierten en buques, góndolas sucias y resquebrajadas que se mueven hacia donde las aguas las llevan. Pero también retornan los residuos que la gente ha ido lanzando al otro lado del muro.
- CHECALO -
El agua sube en pocas horas, se adueña del Parque Maceo, irrumpe indetenible por las calles Lealtad, Escobar, Perseverancia y reina en Belascoaín
Cuando el mar se retira, toda una capa de inmundicias cubre las calles más cercanas. Frente al muro del Malecón, en la zona desde Gervasio hasta Galiano se concentra la mayor cantidad de la porquería. Algas que se van secando, plástico de todos los tamaños, latas de cerveza a las que ya no se les distingue la marca, chancletas infantiles que las olas se habían llevado y algunas bolsas infladas y pestilentes que nadie osa siquiera mirar por temor a lo que llevan dentro.
Desde la tormenta del pasado fin de semana, allí han quedado bajo el sol todos los restos que el mar le trajo de regreso a los residentes de San Leopoldo, junto a la basura que removió de sus calles y que llevaba semanas acumulándose sin que la Empresa de Comunales viniera a recogerla. Es como si la naturaleza les estuviera devolviendo los despojos y, de paso, aclarándoles que los desechos de una ciudad siempre retornan a sus calles, por mucho muro que la proteja.
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