Madrid/Después de 65 años de represión y abusos cometidos desde el anonimato, el régimen decidió mostrar en televisión, como nunca antes, los rostros de su jauría. Los Órganos de la Seguridad del Estado celebran cada año un acto “político-cultural” por su aniversario, pero hasta ahora lo habían hecho con suma discreción. Las notas de prensa que reseñaban estas galas evitaban mostrar fotos o mencionar nombres. Solo en aniversarios cerrados se atrevían a exponer caras, con rápidos flashazos y enfocándose en personajes ya conocidos.
Pero el pasado 26 de marzo tiraron la casa por la ventana. Amplias tomas y lentos movimientos de cámara nos dejaron una inmensa galería de rostros, con sus uniformes y grados militares. Tanta soberbia e indiscreción ha sido un regalo para los archivos de los que hemos sido sus víctimas y para los servicios de inteligencia de otras naciones. Los griegos, a eso, le llamaban hybris. Y según las reglas de la tragedia, después de la hybris viene la hamartía (error fatal).
Raúl Castro, con casi 93 junios en las costillas y una apariencia caterética, ha tenido que hacer este año más apariciones de las previstas. Los ideólogos del poder siguen creyendo que el anciano de cuatro estrellas es como la carta Shadow Lugia del Pokémon revolucionario. Están convencidos de que su sola presencia envía un mensaje de unidad, solidez y respaldo a las políticas de su sucesor designado. Pero Díaz-Canel no se cansa de acumular desastres. Cuando el general de Ejército se convierta inevitablemente en cenizas, tendrán que momificar ese pie que dice tener en el estribo, para que la nave no se hunda.
- CHECALO -
Raúl Castro, con casi 93 junios en las costillas y una apariencia caterética, ha tenido que hacer este año más apariciones de las previstas
Viendo la gala en las redes, recordé los rostros de mis interrogadores y algunas de sus torpezas durante el 11J. El oficial que enviaron hacia el Vivac dijo llamarse Antonio y su piel mostraba signos de vitíligo. Estaba claramente estresado y no parecía llevarse muy bien con el resto de los militares de la prisión. Se había quedado sin cigarrillos y llevaba varias horas sin dormir.
El 12 de julio fue a buscarme a mi celda para llevarme a un nuevo interrogatorio. El guardia de esa nave le pidió su nombre para anotarlo en el registro. Pero cuando el oficial le dijo: “Antonio”, el guardia no aceptó su respuesta. Le dijo: “Usted sabe que yo aquí no puedo poner Antonio, eso no me sirve”. Entonces el oficial me miró, clavó luego la mirada en el soldadito y le soltó en tono amenazante: “¡Ponga ahí…. teniente coronel Samuel!”
Por el camino intentó calmarse y agarrar un tono más profesional. Me explicó que otro oficial había venido a verme, que se trataba del que me había estado interrogando desde el 27 de noviembre del año anterior. Antonio-Samuel me murmuró en voz baja y agotada: “Omar vino a verte”. ¿Quién es Omar?, le pregunté. El que te atiende, me contestó. A lo que yo riposté: ¿entonces no se llama Rodrigo? Antonio-Samuel volvió a perder la calma, se agarró el pelo que le caía sobre la frente sudada y me espetó, como si ya estuviese en su límite de obstinación: “Omar es Rodrigo, Rodrigo es Omar, y yo llevo dos días sin dormir y sin fumar, ¿ok?”.
«Antonio es Samuel, Rodrigo es Omar, Tom is a boy, Mary is a girl». La carcajada del grupo rompió el temor lógico que nos acompañaba
En ese “paseo” pude percatarme de que el Vivac estaba a tope. Todas las naves, casi vacías cuando llegamos en la tarde del día anterior, estaban ya repletas de prisioneros de todos los sexos, colores y edades. Ahí fue cuando comprendí que las protestas habían sido masivas. Cuando volví a mi celda les dije a mis amigos: “La cosa fue en grande.” Nosotros no teníamos ni idea de la magnitud del 11J, fuimos de los primeros en ser detenidos en La Habana, como a las tres de la tarde del domingo. A los del ICRT nos lanzaron a un camión de escombros y nos llevaron hasta aquella prisión provisional conocida como Vivac. “Otra cosa, (les dije a los muchachos) Antonio es Samuel, Rodrigo es Omar, Tom is a boy, Mary is a girl”. La carcajada del grupo rompió el temor lógico que nos acompañaba.
La Seguridad del Estado se sabe tan desacreditada que una de sus tácticas contra la oposición es intentar generar la idea de que todos son “segurosos”. Y es que, ser “chivato”, desde San Antonio a Maisí, siempre ha sido un oficio despreciable. La única razón por la que conservan el poder es porque tienen, por ahora, el monopolio del silencio. Pero hasta esa fuerza se les está acabando.
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