La Habana/Yuca con mojo criollo, tamales a los que se les coloca una buena ración de sofrito por encima y el adobo previo a las carnes que no debe faltar. En cada uno de esos casos hay un ingrediente que lidera y supera en importancia a todos los otros: el ajo. Las cocinas cubanas huelen básicamente a este condimento aromático que acompaña a buena parte de las recetas cotidianas.
Sin embargo, garantizar que unos dientes de ajo terminen junto a los frijoles negros o las malangas hervidas está siendo cada día más complicado para el bolsillo de las familias en esta Isla. Tradicionalmente a la venta en los formatos de cabeza, pata o ristra, la especia es uno de los productos que ha experimentado una mayor subida de precio en lo que va de año en los mercados agrícolas que cada semana monitorea 14ymedio.
A inicios de enero, en la Plaza Boulevard de la ciudad de Sancti Spíritus, una ristra de ajo alcanzaba los 1.000 pesos cubanos y la oferta de esta sazón en cabezas o dientes apenas aparecía en las tarimas. «No podemos vender ajo sueltos porque no nos da negocio», sentenciaba en enero pasado un vendedor del conocido agromercado cuando este diario cuestionó que los clientes tuvieran que comprar, sí o sí, una ristra completa con unas 50 cabezas de tamaño pequeño.
Con el popular bulbo «se sazonaba casi todo y además se usaba en tisanas para muchos padecimientos y en emplastos para aplicar sobre la piel»- CHECALO -
«Una cabecita de estas yo la pongo completa en el exprimidor de ajo y sobra espacio», se quejaba una compradora. «Eso no vale la pena ni pelarlo porque los dientes están tan esmirriados que se pasa mucho trabajo, mejor aplastarlos todos juntos y echarlos así mismo para que al menos den algo de sabor a la comida», explicaba así su método para «no renunciar a comer con algo de ajo».
Con una pensión de 1.400 pesos mensuales, tras trabajar más de 30 años en una empresa vinculada al transporte de pasajeros en territorio espirituano, Pascual Gómez recuerda que cuando era niño las manos de su madre «olían a ajo». Con el popular bulbo «se sazonaba casi todo y además se usaba en tisanas para muchos padecimientos y en emplastos para aplicar sobre la piel», explica.
Hoy, con 72 años y sin hijos que lo apoyen desde dentro o fuera de la Isla, Pascual ha renunciado a comer con ajo. «No vale la pena pagar esa cantidad por una ristra y quedarme el resto del mes con 400 pesos para todo lo demás», explicaba en enero pasado, sin imaginar que tres meses después el precio se duplicaría.
Esta semana, en la Plaza Boulevard, la ristra con medio centenar de cabezas de ajo ya cuesta 2.000 pesos y las opciones al menudeo siguen sin aparecer. Para sustituir al preciado condimento, muchos apelan a las formas deshidratadas que llegan al país, fundamentalmente, en las importaciones de los viajeros y de la mano de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes).
“Yo sé cuando alguien en mi barrio está manejando buen dinero porque cuando paso por sus casa huelen a ajo”
En sus estantes, las mipymes exhiben con frecuencia especias en polvo que tiene «mucha demanda», reconoce el empleado de una de estos comercios ubicado en el centro colonial de Sancti Spíritus. «La gente viene buscando mucho el ajo granulado, la cebolla deshidratada y también comino, o una mezcla que ofertamos de limón, pimienta y cilantro». En el negocio privado venden estas sazones en varios formatos, incluso unas dosis para una sola comida de la marca Goya que «son las que tienen más salida», remacha el hombre.
El ajo fresco va quedando para las ocasiones especiales y las familias con más recursos. Pascual recuerda que su padre le decía mucho a su madre cuando ella cocinaba: «¡Echa, echa ajo!», para conminarla a impregnar los platos con el aroma de la hortaliza. “Ahora lo que la gente dice es: ‘Oye, ahorra ajo, no eches tanto’”, advierte.
“Yo sé cuando alguien en mi barrio está manejando buen dinero porque cuando paso por sus casa huelen a ajo”, remacha. “Los vecinos aquí tenían la costumbre de enganchar en la pared de la cocina la ristra para ir cogiendo las cabezas en la medida en que las necesitaban, pero ahora las esconden porque nadie quiere que le pidan un diente de ajo”.
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