La Habana/Las declaraciones a la prensa oficial de Gilda Tápanes, administradora de la óptica estatal de la Calle del Medio, en Matanzas, dejan pocas dudas de su opinión sobre las mipymes que le hacen sombra a las ópticas estatales. “Nos han robado la clientela”, lamenta, a pesar de que su servicio “es bien barato”. Sin embargo, el testimonio de otros directivos, optometristas y clientes entrevistados por Girón deja claro que los talleres del Estado no tienen nada que ofrecer desde 2020, cuando recibieron el último lote de cristales y armaduras.
En la supuesta “competencia” que describe Tápanes, las desabastecidas ópticas estatales llevan las de perder. Mientras a los 13 talleres provinciales les faltan “patas, tornillos, terminales, plaquetas y armaduras”, las mipymes como SuperVisión –a la cual el telecentro local dedicó un entusiasta reportaje el pasado junio– ofrecen “todos los servicios posibles”.
Con una recepción minúscula y un personal joven –describe el periódico oficialista–, SuperVisión no para de recibir clientes y planea expandirse a otros municipios. Trabajan con “seguridad y confianza”, insiste Girón, que no se pone de acuerdo sobre a quién apoyar, si bien concluye que “los emprendimientos son los que sostienen hoy la producción de espejuelos en Matanzas”.
En solo 10 días, SuperVisión –por un precio que va de 5.500 pesos “en adelante”, hasta rebasar los 10.000– consigue el cristal y la armadura apropiada con ayuda de la Oficina del Conservador de Matanzas, que facilita las importaciones.
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Conseguir un par de espejuelos por la vía estatal, caracterizada por la “precariedad”, es “un dolor de cabeza”, afirma Girón. Fue el caso de Gabriel Rodríguez, un matancero entrevistado por el diario cuyo hijo –con una afectación grave en la vista– necesitaba un par de espejuelos especiales.
Los talleres estatales, lamentó, “no tienen prácticamente nada. Incluso, hasta para reparaciones escasean las piezas de repuesto. Ni hablar, entonces, de la fabricación de espejuelos. La escasez es generalizada e incluye armaduras, lentes; en el caso nuestro, no existía ni la manera de tratar con el lente, debido a la profundidad que requerían los del niño”.
En la óptica no tenían materiales, pero conocían un taller “sin licencia” que podía “garantizarle un buen trabajo” por 16.000 pesos, más el costo de la armadura. Rodríguez acabó recalando en una mipyme y los espejuelos para su hijo le costaron 12.000 pesos. No obstante, su odisea no acabó allí. Cuando fue a comprobar en el hospital pediátrico que la graduación de los cristales era correcta, el número no coincidió con el de la receta. En la mipyme intentaron tranquilizarlo: “La máquina del Pediátrico no está calibrada y da errores”. Rodríguez no supo a quién creerle.
Pedro Tanquero Riaño, director provincial de la Empresa de Farmacia y Ópticas, admite que no habrá una solución para el problema a ningún plazo. “No existe financiamiento ni recursos”, asegura. Los talleres “están parados hace unos cuatro años por materias primas y piezas de repuesto que no ha sido posible obtener, porque todo se compra en dólares y los servicios de óptica en el mundo son caros”, alega.
Girón termina el texto culpando, cómo no, al bloqueo de EE UU y asegurando que, pese a las “voraces exigencias del mercado” que parecen imperar en Matanzas, en algún momento el Estado salvará la gratuidad de ese servicio de Salud, “una de las mayores conquistas del sistema social cubano”.
Mientras, para la mayoría de los matanceros, que ven por las nubes el precio de las mipymes pero deben pagar lo que sea cuando el paciente es un niño o tiene una enfermedad visual grave, la disyuntiva está planteada: “Deben decantarse entre sobrevivir el mes o mejorar su visión”.
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