L
uego de que el domingo pasado en la Plaza México un público desmemoriado y mitotero se extasió con la tauromaquia artificiosa de El Pana de Ibiza o El Brujito de Baleares, conocido en España como Antonio Ferrera, no supe qué me decepcionó más: si un imitador afanoso y dominador que intenta amexicanarse con su histrionismo habilidoso y eficaz, o unos espectadores que nunca vieron a Luis Procuna ni a Rodolfo Rodríguez o que si los vieron ya los olvidaron, si bien aún quedan niveles de intensidad en la expresión artística. Si por acá ya no aquilatamos autenticidades y tan olvidadizos nos volvimos que lo más expresivo vestido de luces ahora es el buen Ferrera, oriundo de gimnesias, como llamaron los griegos al archipiélago de las Islas Baleares, entre la gimnasia y la magnesia, entre la personalidad y la impostura, todavía hay diferencias.
cincuenta años antes en esa misma fecha y mismo escenario, con un lleno a reventar, se había despedido de los ruedos El Berrendito de San Juan Luis Procuna, al que el sistema taurino mexicano, torpón desde siempre, había marginado por líos entre los matadores, fastidiando de paso las carreras de Luis, del maestro Chucho Córdova y del elegante Óscar Realme, entre otros, como más tarde frustrarían los sueños del perturbador Pana. El protagonismo revanchista de siempre por encima de la fiesta. ¿Por qué apasionaron Luis y Rodolfo? Por desplegar una personalidad que reflejaba el espíritu de un pueblo, no por el expediente facilón del barroquismo
sino por la difícil facilidad de expresar esa mezcla de raíces.
El Grupo Cultural Taurino Tertulia Onces, que dirigen los entusiastas aficionados Chencho Rodríguez y Alfredo Álvarez, se reunió este 11 de marzo en un amplio salón de la Casa de Coahuila, magnífico recinto cultural de los coahuilenses radicados en la Ciudad de México, donde los miembros del citado grupo conmemoraron varias fechas: como siempre, el comienzo y la partida del fundador de los Onces, Jaime Rojas Palacios (11 de julio y 11 de agosto), pero además la coincidencia de fechas (7 de marzo) del nacimiento de Lola Beltrán, en Rosario, Sinaloa, y de la alternativa del matador Miguel Cepeda El Breco, en Texcoco, estadode México.
- CHECALO -
Con el apoyo de la licenciada Lilia Cárdenas, presidenta de la Casa de Coahuila, aquella coincidencia de fechas se convirtió en un rumboso desfile de santos laicos, esos que expanden el alma de cuantos los ven y escuchan. El magnífico declamador-matador Curro Plaza, acompañado por la guitarra flamenca de Lucio Rodríguez, recitó unos versos inspirados en Lola La Grande; el escultor Alberto Hernández entregó al matador Rodrigo Cepeda El Breco hijo, una escultura que lo representa ejecutando la tlaxcalteca, una suerte de capa creación de El Pana, y el magnífico tenor de Saltillo, Antonio Calcáneo, interpretó algunas melodías, al igual que el charro-cantor Javier Mendoza, luego de que el incorregible Breco conminara a las cantantes a enamorarse de un torero para mejorar su expresión.
Y es que las magníficas intérpretes de ranchero Paloma Fierro, Julia Palma y María Elena Leal Beltrán, hija de Lola y del fino matador Alfredo Leal, acabaron con el cuadro. De bella presencia y formidable estilo, sus espléndidas voces acariciaron el corazón de cuantos tuvimos la fortuna de escucharlas en ese repertorio atemporal que los empleados del pensamiento único determinaron que ya no tiene caso difundir a diario por radio y televisión, mientras otros santos laicos, Tomás y José Alfredo, nos recordaban con su inspiración una cuna que ya casi olvidamos. ¿Cuántos Brecos y Brecas desaprovechados desde siempre?
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