No podemos viajar en el tiempo. Es una realidad dolorosa, pero es lo que hay. Es imposible retroceder atrás hasta esa época del año que te habría gustado vivir, ese abrazo que no sabías que sería el último o ese primer beso que nunca debiste dar. Pero en el espacio sí que se puede estudiar el pasado. No solo porque hay objetos tan lejanos que la luz que nos llega se envió hace millones de años. También porque existen pequeñas cápsulas del tiempo que nos cuentan cómo surgió algo tan grande como nuestra galaxia, tan íntimo como nuestro planeta o tan amplio como nuestro sistema planetario. Por eso, para estudiar el origen del sistema solar, llevan años lanzándose misiones dirigidas al análisis de asteroides que posiblemente nacieron con él. Es algo interesante, pero para algunos científicos sería mucho más provechoso el estudio de las minilunas.
No es un error. Es cierto que en la Tierra hay solo una Luna, pero minilunas tenemos unas cuantas. Estos son pequeños cuerpos cósmicos, bastante cercanos a la Tierra, cuya órbita está influenciada tanto por ella como por otros componentes del sistema solar.
Lo mejor de estas minilunas es que se encuentran bastante cerca de la Tierra. Por eso, enviar una misión hasta allí sería mucho más sencillo que lanzarla hasta esos asteroides que ya están estudiando algunas sondas. Aunque el origen de las minilunas no está del todo claro, se cree que pueden tener su origen en el famoso cinturón de asteroides, ubicado entre Marte y Júpiter. Se considera que este cinturón formó parte en su día de la nebulosa protosolar, que supuestamente dio origen al sistema solar. Por lo tanto, no es necesario recurrir a asteroides lejanos para saber cómo nació nuestro sistema planetario. Tenemos las pistas necesarias mucho más cerca de nuestro planeta.
Misiones para estudiar el origen del sistema solar
Las dos principales misiones que han viajado hasta asteroides para estudiar el origen del sistema solar son Osiris Rex, de la NASA, y Hayabusa 2, de la agencia espacial japonesa (JAXA).
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El primer objetivo de Osiris Rex ha sido el asteroide Bennu, del cual envió sus primeras muestras a la Tierra el pasado mes de septiembre. Ahora, se encuentra de camino a otro asteroide, Apophis, al que se espera que llegue en 2029. En cuanto a Hayabusa 2, su misión ha sido muy parecida a la de Osiris Rex, pero en el asteroide Ryugu.
Se cree que ambos asteroides, que apenas se han modificado con el paso del tiempo, pueden conservar algunos de los materiales que tenía en su origen el sistema solar. El problema es que están muy lejos. La distancia a nuestro planeta va variando a medida que se mueven; pero, en general, para Bennu supera los 100 millones de kilómetros y para Ryugu los 300 millones. Las misiones que se han enviado hasta allí han sido muy costosas y llevan muchísimo tiempo, por lo que hacerlo con regularidad no es nada fácil.
¿Por qué no aprovechamos lo que nos llega?
Podríamos preguntarnos por qué no estudiamos el origen del sistema solar con los fragmentos de asteroides que han colisionado con la Tierra en forma de meteorito. Es una buena pregunta, pero tiene fácil respuesta. Su estudio no nos serviría de nada, porque ya se han contaminado con nuestra propia atmósfera. Es necesaria otra opción y la clave está en las minilunas.
El papel de las minilunas para conocer el origen del sistema solar
Las minilunas, probablemente, conservan también materiales del origen del sistema solar. Exactamente igual que esos asteroides tan lejanos. Pero su ventaja es que están mucho más cerca.
Según ha explicado en una entrevista para Live Science el astrónomo del MIT Richard Binzel, las minilunas, desde su origen, han sido rebotadas y arrastradas por los distintos componentes del sistema solar, como si de un pinball se tratase. Eso podría darnos aún más información sobre cómo ha ido evolucionando nuestro sistema planetario.
Es cierto que no podemos comparar estas minilunas con nuestro satélite principal. Pero tienen muchas historias que contarnos. Vale la pena que al menos conozcamos su existencia.
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