Puede parecernos que hurgar la nariz es una costumbre únicamente infantil. Sin embargo, algunos personas siguen haciéndolo a medida que se hacen adultas. A veces, incluso sin darse cuenta. De hecho, existen dos términos para hacer referencia a este hábito. Por un lado, el simple hecho de sacar con los dedos mocos o cualquier objeto del interior de la nariz se denomina rinotilexis. En cambio, cuando se convierte en un acto compulsivo, pasa a llamarse rinotilexomanía. A veces, las personas lo hacen de una forma tan insistente que puede llegar a hacerse heridas. Pero esa no es la única consecuencia negativa. Según un estudio publicado recientemente en Biomolecules, podría incluso convertirse en una causa de alzhéimer.
Como hemos dicho en muchísimas ocasiones, el alzhéimer es una enfermedad multifactorial. Esto significa que no hay una única causa que lleve a estos pacientes a enfermar. La genética juega un papel muy importante, pero también lo hace el ambiente. En los últimos años se ha visto que la inflamación cerebral juega un papel importante en el desarrollo de la enfermedad. Precisamente por eso se está empezando a investigar más a fondo cómo influye la alimentación en su aparición. Pero lo que comemos no es lo único que puede desencadenar procesos inflamatorios cerebrales.
Se sabe que muchos microorganismos también tienen ese potencial. Al fin y al cabo, la inflamación puede aparecer como consecuencia de la lucha del sistema inmunitario frente a una amenaza. También se conoce que el hecho de hurgar la nariz puede introducir muchos microorganismos, presentes en los dedos, que podrían llegar hasta el cerebro. Eso es lo que han querido discernir estos científicos. No han realizado experimentos, pero sí han recopilado mucha literatura científica al respecto, demostrando que, efectivamente, es bastante plausible que la rinotilexis pueda ser uno de los muchos factores que aumentan la probabilidad de padecer alzhéimer.
Rinoteliexis y rinotilexomanía
Probablemente, el acto de hurgar la nariz sea casi tan antiguo como el ser humano. La evidencia más antigua que existe sobre ello se encuentra en un papiro del 1330 antes de Cristo, en el que se ofrece el pago de tres cabezas de ganado, además de comida y alojamiento, para el hurgador de la nariz de Tutankamón.
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No solo se hacía, sino que se pagaba a otras personas para que lo llevasen a cabo. Con el tiempo hemos dejado de ser tan remilgados y quien se hurga la nariz lo hace sin terceras personas. Además, es mucho más común de lo que parece. En 1995, se llevó a cabo un estudio en el que se preguntó a 1.000 adultos al azar sobre el hábito de hurgar la nariz. Curiosamente, el 91% de ellos refirió haberlo hecho alguna vez.
Unos años después, en 2001, se realizó una investigación similar, pero con 200 estudiantes de escuelas indias. Casi todos reconocieron hurgarse la nariz con un promedio de 4 veces al día. Entre los motivos, el más habitual fue aliviar la picazón, pero hubo un 12% que reconoció que lo hacía simplemente porque le hacía sentir bien. Probablemente como Tutankamón.
¿Qué ocurre al hurgar la nariz?
Generalmente, una persona no se lava las manos antes de hurgar la nariz. Por eso, los microorganismos presentes en los dedos pueden entrar en ella.
Este órgano tiene acceso directo con el cerebro, por lo que algunos de esos microorganismos podrían llegar hasta él. Quizás no lleguen a causar enfermedades, pero sí una inflamación, imperceptible desde fuera, que, a la larga, podría relacionarse con patologías como el alzhéimer.
De hecho, en esta investigación se citan estudios en los que se detectó la presencia de ciertos microorganismos en el cerebro de pacientes con alzhéimer. Desde virus como el HSV-1 hasta bacterias como las espiroquetas, pasando por hongos como Candida albicans.
También hay estudios que asocian el virus causante de la COVID-19 con el aumento de probabilidades de padecer alzhéimer.
Pero todo esto no es lo único que podría aumentar la probabilidad de que se genere la enfermedad por hurgar la nariz. Al realizar este gesto tan aparentemente simple, también podemos afectar a la propia microbiota nasal. Es decir, los microorganismos que viven naturalmente en ella. Estos se encargan, entre otras misiones, de evitar infecciones. Por eso, indirectamente, se podrían generar de nuevo los mismos efectos. Una posible inflamación que podría llegar hasta el cerebro. En ratones se han llevado a cabo estudios que demuestran que, si se daña el epitelio nasal, podría aumentar el riesgo de infección, generando en el cerebro una respuesta similar a la de los pacientes con alzhéimer.
Por eso, aunque este puede parecer un hábito inocente, es importante conocer posibles consecuencias. No te preocupes si lo has hecho alguna vez. O incluso si lo haces con frecuencia. No parece que sea una causa única ni de las más frecuentes; pero, por si acaso, esta puede ser una buena excusa para abandonar ese hábito.
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