Desde el portal
Marcela Prado revuelta
«Que alguno tocando está./ Es el amigo cartero/ en su gran bolsa de cuero/ mi buen amigo el cartero/ ¿Qué traerá…»
- CHECALO -
Es el inicio de «Calicot». el poema de Manuel Gutiérrez Nájera, (1860 – 1895), que tengo en mi viejo libro «Antología de Poetas Americanos», compilación de Ernesto Morales, (Editorial Latinoamericana, 1956), que me regaló el Dr. José Risso Baijén, en la ESBAO, un día que saqué el primer lugar, hace sopetecientos años, en 1961.
Pero les digo a mis tres lectores y medio, que esta vez estoy más bien saturada, aburrida y tantito harta de las cuestiones electorales, de los chapulinos, saltibanquis, y de esos otros temas de que nos saturan todos los medios, todos los días.
Así que me fui a Correo de México a buscar una carta y mi frustración fue mayor. Me dije: «mejor sigue escribiendo y criticando y burlándote de la política», pero fue inútil. regresé de la excursión a buscar la Historia de Correos de México y a Gutiérrez Nájera y me senté a llorar mi desventura, cabeza dura, porque Correos de México ya no es lo que era y, aparentemente, ya no lo será.
Y descubrí, fascinada, que el correo en México es un «servicio público desde el primero de Enero de 1884, cuando entró el vigor el Código Postal de los Estados Unidos Mexicanos», lo mismo que el primer Reglamento y Manual de Administración, ambos documentos publicados por el Presidente Manuel González, (1880 – 1884).
Además de mi viejo libro de poesía, recurrí a «La Historia, el Valor y los Valores del SEPOMEX», un estudio realizado por Sebastián Villa Gago. El ejemplar que tengo a la vista, del 2017, me lo regaló mi penúltimo cartero, (al último aún no lo conozco), que conservo con respeto, como se deben conservar los libros.
Y quisiera tener el servicio de los «Painanis«, los «mensajeros de los dioses», los corredores ligeros.
Y de lo «Yciucatitlantis«, que eran lo corredores que llevaban notas urgentes a las ciudades… Telegrafistas, vamos…
De menos, en estos tiempos, me gustaría tener a los «Tequihuatitlantis«, que eran los «mensajeros de guerra» y quizá también de los «Tamemes«, que eran los repartidores de productos y mercancías. Ahora llegan en moto.
Eran los cuatro tipos de mensajeros de la nación azteca. A los cuales preparaban desde niños y, cuenta la leyenda, eran capaces de recorrer, en relevos, hasta 600 kilómetros por día…
Todo esto lo aprendí por causa de mi visita a las oficinas de Correos de México, en este puerto de Veracruz en que radico. No sé cómo estén las oficinas de mi querida tierra, Córdoba de mis Amores, pero prefiero no indagarlo: para frustraciones postales es suficiente con lo que acabo de descubrir.
Nos están venciendo los medios electrónicos. Es más fácil y rápido escribir un «mail» que escribir una carta con tinta y papel, comprar los timbres para el sobre y echarla al buzón. Ya no hay buzones. No encontré ninguno. Y tampoco encontré «las casitas de las cartas», (como decía el padre de una amiga), que eran los Apartados postales. Sólo encontré empleados aburridos y de mal genio. Muchas motocicletas que se veían tristes y solitarias, en una vieja y triste cochera, llena de polvo.
Hace ya años que nuestros contactos son a través de las computadores, los celulares o las tabletas y no he visto a mi penúltimo cartero hace años, desde que comenzó la pandemia del demonio. No le he podido dar su regalo del Día del Cartero ni su aguinaldo.
Nos están robando el contacto personal. El chismito en las filas. El gusto de recibir un sobre de «mi buen amigo el cartero»…
Pero estamos saturados de información.
Casi toda negativa.
Luego nos escribimos. Voy a la caza de timbres nuevos…
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