Katorosz, en un encuentro con Beckenbauer en Buenos Aires. Del otro lado, la leyenda alemana y Orestes, en un entrenamiento en el Cosmos
A la hora de completar la planilla de migraciones, Orestes Katorosz seguramente cavilará durante varios minutos. Podría poner actor, periodista, modelo, entrenador, incluso bombero, rol que cumplió en Nueva York “para vivir la sensación de apagar un incendio en un rascacielos”. También futbolista, al punto que llegó a entrenarse en el mítico Cosmos de Estados Unidos, con estrellas de la talla de Pelé, Johan Neeskens, Giorgio Chinaglia y… Franz Beckenbauer.
En aquella experiencia de Orestes en la competencia predecesora a la MLS, se dio el lujo de generar un vínculo con el Kaiser, al punto que luego el alemán se acordó de él cuando se reencontraron años después e incluso le dejó su rúbrica en las fotos. Este lunes, el ex campeón del mundo como futbolista y entrenador falleció a los 78 años y Katorosz evoca con Infobae aquellas paredes en Nueva Jersey, cuando aspiraba a transformarse en futbolista profesional junto a un olimpo de deportistas, aunque sin dejar de paladear los zumos de las correrías nocturnas.
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Ahora bien, ¿cómo un futbolista amateur llegó a mezclarse con figuras de talla mundial? Mucho (o todo) en la historia lleva el sello de Orestes y su personalidad arrojada, sin temor al abismo. “Yo cubrí la guerra de Malvinas. Cuando terminó, vi a los soldados llegar a Puerto Madryn; con esa sensación lúgubre, vestidos con las ropas grises, derrotados, y me quebré. Decidí instalarme en Nueva York, Estados Unidos, en una zona muy exclusiva, en la Quinta avenida, Central Park. Era una buena vida; tenía como vecinos a Woody Allen, al director de cine Franco Zefirelli y al magnate de medios Rupert Murdoch, entre otros. Y buscaba potreros, y siempre había latinos jugando al fútbol. Me metía a jugar, y así participé en equipos de fútbol amateur, eran grupos multiétnicos, había árabes, ingleses, mexicanos, colombianos, brasileños. Había clubes más formales y en otros había una especie de patrón, que te pagaba 50 ó 100 dólares por partido”, detalla. Su rendimiento en aquellos picados le abrió de manera impensada la puerta del Cosmos, la nave insignia del fútbol estadounidense por aquellos tiempos, y con el sello de Warner detrás.
“En el fútbol nunca supe ser un volante creativo, y notaba el valor del gol; para eso era bueno”, se autodefine. Fue ahí que intentó amalgamar su ajetreada vida nocturna con la batalla de lograr un espacio fijo en el plantel del Cosmos, junto a Pelé y su admirado Beckenbauer. “Estaba viviendo una aventura completa, total. Tenía amigos, fiestas, champagne o whisky hasta las 5 de la madrugada… Después duchita, a cambiarse, a agarrar el bolsito, y en micro a New Jersey a entrenarme, hasta el estadio de los Gigantes. Sin dormir”, relata la rutina de aquellos días agitados.
Otra postal de Orestes con Franz en un entrenamiento. El Kaiser lo aguijoneaba cuando llegaba tarde. «Mujeres de Nueva York…», le decía
Esa doble vida, de alguna manera, tendió un puente con el serio Beckenbauer. “Franz era un caballero. Y era un crack, un tipo fino, elegante. Tenía una clase, un timming… Un jugador extraordinario. Era muy agradable para hablar. Hablábamos de temas mundanos y de fútbol”, rememora. “Con él hablábamos de lo imponente que era Nueva York, intensa, con sus rascacielos y la vida nocturna. Y de las mujeres norteamericanas. Porque eran inocentes, pero muy directas y sinceras. Le impactaba que eran capaces de acercarse y decirte, ‘te puedo invitar un trago”. En ese momento llamaba la atención. Y comparábamos qué sucedía en cada país”, revela.
“Yo llegaba agotado a los entrenamientos. Después de la fiesta -no lo digo como ejemplo, sino como mal ejemplo de un futbolista-, me iba a los ensayos, y la mayoría de las veces usaba el micro. Y no siempre coincidían los horarios de los buses, entonces llegaba 15 minutos tarde, me tenía que cambiar rápido, y él se reía al verme. Y me hacía siempre el mismo chiste: ‘Girls of New York -chicas de Nueva York-’. Suponía que siempre estaba con chicas, y no era siempre, a veces estaba con amigos y la pasaba muy bien”, confiesa el código que supieron compartir con el Kaiser.
Esas noches largas, en las que podía subir a la limusina de Frank Sinatra o brindar con la actriz Ursula Andress, limitaron el potencial del intrépido atacante argentino. Y supieron arrancarle una sonrisa a Franz. “Yo me tenía que mostrar ante el director técnico, el profesor Júlio Mazzei, un brasileño. Y en una práctica hubo un córner en contra de mi equipo y bajé hasta el área. Y no sé cómo la recuperé, agarré la pelota y empecé a correr hacia el arco contrario. Y saqué una ventaja bárbara en velocidad, como de diez metros. Y no estaba entrenado… Cuando llegué al área contraria, estaba muerto. Salió el arquero y nunca pateé peor que esa vez. La pelota salió muy alta, quedé todo torcido en el piso, hecho pelota. Y provoqué las risas de mis compañeros, entre ellas la de Franz, pero se rió con afecto, con buena onda. Más se rieron cuando me acerqué al técnico y le dije ‘Siga confiando en mí, sé que Chinaglia es el ídolo del equipo y lo respetamos todos, pero téngame en cuenta’. Obvio que no pude destacarme y el tiempo de prueba se terminó”, deja escuchar las carcajadas en medio de su narración.
El equipo multicultural amateur que integró Katorosz antes de la prueba en el Cosmos
No obstante su salida del Cosmos, volvieron a verse. “Cuando tenía que promocionar el Mundial 2006 en Alemania, vino al país y me invitaron a la recepción a través de la embajada. Estaba Bilardo, que tenía una relación profunda, porque había jugado dos finales con él. Había figuras, celebridades, y algunos preguntaban qué hacía yo ahí. Y cuando vieron que Beckenbauer me dio un saludo afectuoso, se callaron todos la boca”, se ufana.
De aquel vínculo asegura haber tomado herramientas para sus proyectos en el fútbol. Pudo aplicar sus métodos como DT en la temporada 1999/2000 de la Primera B Nacional con All Boys, elenco al que dirigió ocho partidos, con un récord de tres triunfos, tres empates y dos derrotas. Fue tomado como excéntrico por algunos de sus recursos, como hablarles a los rivales a cámara en la previa, mezclar los números de las camisetas, o introducir el yoga y la natación en los entrenamientos.
“Lo más importante que me quedó como legado suyo fue la preparación mental del equipo, me he especializado en eso a través de la neurociencia. Y cómo sintetizo esto, y lo asocio a la mentalidad alemana, y Franz es el símbolo: muchachos, los huevos, en la cabeza. Mentalidad ganadora. busco gente receptiva en los clubes, que entienda que la preparación mental es fundamental, importantísima. Si visualizaran un poco cómo evoluciona el fútbol… Hay cosas que impuse hace 24 años en All Boys, yo tengo un método creado, que no está patentado, que se llama ‘foot, mind, goal’, ‘pie, cabeza y gol’, y no encuentro gente perceptiva, con la sensibilidad para entender la preparación mental. Yo estoy en esa búsqueda, de ver dónde meto mi conocimiento y experiencia”, se explaya.
Mientras espera su chance, como le pasaba en el Cosmos, “hoy leo, escribo. Colaboro con grandes corporaciones de televisión extranjeras. Y trabajo como actor en publicidad, como uno de esos modelos veteranos. Voy a los castings cuando me convocan, pero dependo de que me seleccionen para tal o cual rol”. Y recuerda sus épocas codo a codo con Beckenbauer, en aquella historia de cuento que él mismo, con su osadía, supo construir.
Orestos, con Ursula Andress, la actriz que supo ser la contracara de BondEn las tribunas del estadio donde jugaba el Cosmos de Pelé y Beckenbauer
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