Tras perpetrar numerosos actos de censura contra las obras de varios cineastas a inicios del año, el Ministerio de Cultura colmó el vaso de los artistas el pasado junio. La transmisión en Televisión Cubana de una versión no autorizada del documental La Habana de Fito, dirigido por Juan Pin Vilar, desató una ola de protestas en el gremio, que terminó con la conformación de la Asamblea de Cineastas de Cuba (ACC).
La firma, por más de 600 realizadores, de una carta reprobando la actuación de las autoridades logró que el régimen accediera a reunirse «pacíficamente» con los cineastas.
No obstante, si del lado de los creadores estaban figuras de renombre como el director Fernándo Pérez, el ministerio no podía quedarse atrás. Alpidio Alonso y Fernando Rojas, ministro y viceministro de Cultura, respectivamente, además de la viceministra primera Inés María Chapman y el jefe del departamento ideológico del Partido Comunista, Rogelio Polanco, escoltaron a Ramón Samada, entonces presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), a la reunión con los realizadores.
- CHECALO -
Del duelo entre burócratas y artistas, por desgracia, no nacieron muchas soluciones a los reclamos del gremio. Por el contrario, del encuentro solo se recuerda la tensión en el ambiente y la intensidad con que Samada exigía que no se grabara la conversación. Miguel Coyula, uno de los directores presentes, hizo oídos sordos y registró, en audio y video, varias de las amonestaciones del funcionario: «Aquí a nadie se le prohibió nada. No nos desafiemos».
Ignorando el recelo y las advertencias del poder, los realizadores siguieron reuniéndose, pidiendo la rehabilitación de las obras censuradas y de los cineastas emigrados, consolidando su organización interna y reclamando transparencia.
Cuando el Ministerio de Cultura finalmente destituyó a Samada porque no lograba «entrar en caja» a los cineastas, estos también protestaron. «El cine cubano no le pertenece ni a un ministerio, ni a una institución. [Las instituciones] tienen que ponerse al servicio de los artistas y no a la inversa», reclamaron entonces.
Poco a poco, las intervenciones públicas de la ACC fueron menguando al tiempo que sus filas disminuían. Varios de los cineastas que terminaron conformando la directiva de la Asamblea viven ahora fuera de la Isla. Lo que parecía ser una avanzada del mundo de la cultura contra el poder quedó en tímidos reproches que, una vez más, tropezaron contra el muro de silencio de las autoridades.
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