Un tímido espíritu navideño ha comenzado a aflorar en algunas calles de La Habana. De la mano de los negocios privados llegan unas pocas luces y guirnaldas, pequeños árboles con estrella y pesebre colocados a la entrada de los comercios particulares y los muñecos inflables que representan a Santa Claus, los renos y el trineo. La decoración decembrina comparte espacio con las montañas de basura que crecen por todos lados, como la nieve en las postales de fin de año.
El poco entusiasmo marca los primeros días de un mes que tradicionalmente se ha caracterizado por los festejos, las reuniones de amigos y las cenas familiares. «No he querido poner las guirnaldas porque este año no se lo merece», sentenciaba este jueves una habanera que se topó con la imagen del viejo rechoncho, de barba blanca y cargado de regalos pegada a la entrada de la tienda Flogar, en la calle Galiano, en Centro Habana. «Este es el año en que mi marido y yo nos quedamos solos», sentenció.
Con el éxodo masivo todavía en curso, muchos hogares de la Isla se han quedado apenas con sus miembros de mayor edad. «Quería comprar una pierna de cerdo, pero ¿para quién?», explicó a 14ymedio la mujer. «No vale la pena hacer todos esos gastos para tener una Nochebuena en una mesa grande con solo dos sillas ocupadas». Su situación se repite donde quiera que se mire.
«Tengo la yuca ya congelada pero no he conseguido los frijoles», se quejaba este jueves Lisandro, un vecino de la calle Barcelona que discurre a las espaldas del Capitolio habanero. En contraste con el refulgente oro de la cúpula de la sede del Parlamento cubano, los desechos se acumulan en la vía a la que no dan las ventanas de los diputados. «Mi hija me dijo que me iba a mandar los turrones, pero le pedí que esperara unos días porque si me los manda ahora no llegan a fin de año», apuntó el hombre.
«No hay ganas de nada, recuerdo que hace unos años aquí mucha gente sacaba sus lucecitas y los amigos quedaban para comer o encontrarse antes del 31 de diciembre», continúa. Pero, «ya ni la mesa de dominó la montan porque en este barrio se ha ido hasta el pipisigallo (no confundir con el pipirigallo, en su acepción nica)», aseguraba. Su plan para la noche del 24 de diciembre: «quedarme en la casa, a buen resguardo que la cosa está mala. Si aparecen chicharrones, chicharrones; si lo que hay es huevo, entonces comeremos huevo».
La temporada navideña, para más añadidos, tampoco lleva rebajas. En el restaurante estatal Galiano 461, un empleado, con gorro a lo Papá Noel y rostro aburrido, permanecía esta mañana a escasos centímetros de una pizarra de precios en la que se anunciaba una paella marinera por 3.500 pesos, una ración de pescado a 2.500 y un plato de pollo a la milanesa de igual precio. Los transeúntes pasaban sin siquiera revisar las ofertas, acostumbrados a que «para donde quiera que se mire son miles y miles», advertía una anciana.
En una recién abierta bodeguita privada en la barriada de Nuevo Vedado, el litro de aceite vegetal asciende a 670 pesos, los frijoles han escalado hasta los 450 la libra y, si el cliente quiere recordar el sabor de un turrón estilo alicante, tendrá que desembolsar 340. La Navidad cubana lleva este año el sello de un país donde ya no se puede decir que «no hay», lo más certero es aclarar que «hay, pero pocos pueden pagarlo». La inflación, el deterioro económico y la emigración son los protagonistas de este final de 2023.
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