La marcha convocada para este jueves en La Habana por la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC) «en defensa de Palestina» empezó dos horas tarde. Anunciada en un principio para la 1 pm, el evento dio comienzo a las tres, en G y Malecón, con el fastidio de los presentes, cientos de jóvenes y trabajadores acarreados desde sus centros de estudio y empleos estatales.
El mandatario Miguel Díaz-Canel encabezó la manifestación, junto al primer ministro, Manuel Marrero, y el embajador palestino en Cuba, Akram Samhan, que recorrió el Malecón y culminó con un acto en La Piragua, la explanada a la altura del Hotel Nacional que desde hace años ha sustituido a la Tribuna Antiimperialista, frente a la Embajada de EE UU, como lugar de concentraciones oficialistas.
En las escuelas de todos los niveles en La Habana, la orden dada fue categórica: «Después del mediodía salimos para la marcha», anunciaron en el matutino. Garantizar ese volumen de estudiantes ya sumaba cientos, sino miles, de participantes en la demostración, una práctica que es común en las convocatorias oficiales pero que llevaba tiempo sin usarse.
- CHECALO -
Varios padres consultados por 14ymedio dejaron claro que sus hijos adolescentes no iban a sumar un número en la marcha. «Le dije a la directora que mi hija no iba a participar porque no había podido desayunar», contó, categórico, el padre de una estudiante de 10º grado del preuniversitario Saúl Delgado, de El Vedado.
Otros aprovecharon la convocatoria para evadirse en mitad del camino a pesar de la vigilancia de los maestros que acompañaron a los grupos de alumnos desde sus escuelas hasta las cercanías del Malecón habanero. Pero otros, en cambio, no tuvieron opción.
«Nos habían dicho de presentarnos a las 12:50 y ahí no había nadie», protestaba una muchacha con mochila en un momento de la larga espera, bajo el Edificio Girón, la deteriorada mole que en su momento fue estandarte de la arquitectura experimental de la capital cubana y que ha terminado siendo, como tantos inmuebles de la ciudad, una ruina moderna más, con escaleras a punto de desplomarse y vecinos molestos por la falta de respuesta oficial ante el deterioro. Otra a su lado le contestaba: «A mí ya no me va a dar tiempo a sacar los mandados de la bodega». Un tercer adolescente se quejaba: «Con la clase de perra hambre que hay, para qué la guanajá esta».
En todo el perímetro del recorrido se hallaba desplegado un fuerte operativo policial desde temprano. Los agentes, tanto de uniforme como de civil, se encontraban cada pocos metros.
Para el mediodía, ya impedían el paso por la avenida habanera que da al mar. De los bajos del Edificio Girón, junto al lugar de encuentro de la concentración, un oficial echó a dos señoras hasta tres veces.
Solo les faltaba arrastrar los pies a los grupos que se iban acercando a G y Malecón, estudiantes en su inmensa mayoría, muchos de la UCI (Universidad de las Ciencias Informáticas) y algunos de preuniversitario, pero también empleados de centros de trabajo estatales y sanitarios, guiados bajo la atenta mirada de profesores o de jefes. Si había curiosos en la multitud, parecían más segurosos que otra cosa.
No habían llegado a pie. Entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Parque Deportivo José Martí, fuera de la vista desde el Malecón, había estacionadas decenas de ómnibus estatales, en los que habían sido trasladados. «Para esto sí hay combustible», decía por lo bajo una transeúnte.
La reacción de fastidio de los asistentes se agudizó al pasar junto a una feria de privados instalada en F y Malecón. «Para qué ponen las carpas estas, si ningún estudiante de nosotros podemos comprar nada», se preguntaba amargamente un joven. «Es una falta de respeto».
A diferencia de otras manifestaciones alrededor del mundo por la misma causa, llamaba la atención la escasez de banderas palestinas. Unas pocas asomaban sobre las cabezas cuando, por fin, a las tres de la tarde, tomó la palabra un estudiante de medicina palestino para dar inicio a la marcha.
En un precario español y con un fuerte acento árabe, repetía una sarta de consignas desinformadas: que Estados Unidos apoya para que Israel «bombardee todos los días a Palestina», que «no es una guerra, es un genocidio», que «están atacando a niños y ancianos y hospitales», que «han tirado el equivalente a las dos bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki».
El discurso no distaba mucho del multiplicado en los medios oficiales desde que, el pasado 7 de octubre, milicianos del grupo terrorista Hamás se infiltraran desde Gaza en Israel, y masacraran a 1.200 personas y secuestraran a más de 200, aún hoy en poder de los islamistas.
La contundente respuesta militar de Israel se ha cobrado, siempre según fuentes de Hamás, no verificadas de manera independiente, a más de 13.000 personas.
Con la mediación de Catar, este viernes Israel ha acordado una tregua de cuatro días y se prevé que Hamás libere a 13 rehenes.
Lejos de contar así estos hechos, los convocantes de la marcha denunciaban «los más de 70 años de sometimiento al pueblo palestino», la «usurpación dantesca» y «la impunidad con la que el Gobierno de Israel lanza su maquinaria de guerra como bestia salvaje».
Mientras hablaba, numerosos agentes de la Seguridad del Estado realizaban movimientos estratégicos para disuadir a la gente de abandonar el lugar.
Este diario preguntó a unos estudiantes adolescentes: ¿pero ustedes saben qué es lo que pasa con Israel y Palestina? Solo un atrevido respondió: « Asere, yo no sé ni dónde queda Gaza».
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