La ceremonia de entronización del nuevo pontífice tiene antiguos orígenes seculares. Mientras que hoy este cargo lo ocupa alguien del colegio cardenalicio, en la Edad Media eran los obispos quienes competían por el puesto de papa, dice la Enciclopedia Católica.
“Tras recibir la consagración episcopal, el obispo recién consagrado era conducido solemnemente al trono episcopal, donde tomaba posesión de él. Recibía el saludo de la paz y escuchaba la lectura de un pasaje de la Sagrada Escritura, tras lo cual pronunciaba un discurso”, informa la plataforma.
Su finalidad, prosigue la fuente, es “proclamar al mundo cristiano que el papa recién elegido era el legítimo sucesor de San Pedro”. Es, por tanto, una forma de reafirmar la autoridad papal y la sucesión en el liderazgo de la Iglesia católica.
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Un dato curioso sobre la ceremonia de entronización es que, en la Edad Media, el pontífice electo tenía prohibido participar en la administración de la Iglesia hasta que se hubiera celebrado esta primera misa. No fue hasta 1059 cuando Nicolás II “declaró que la omisión de la entronización no impedía al papa actuar en la Iglesia”, señala la fuente online.
“Esta costumbre desapareció debido a que, en aquella época, los papas raramente residían en Roma”, finaliza.
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