Cienfuegos/Hace unas semanas que Adriano pidió la baja en Radio Ciudad del Mar, la emisora local de Cienfuegos donde trabajaba como sonidista desde su graduación de la universidad. La decisión le costó, sobre todo por la incertidumbre de no saber entonces si iba a disfrutar tanto otros empleos como la radio. Pero asegura a este diario que no se arrepiente de poner coto a lo que pasaba al interior del medio: “Nadie tiene el derecho de pensar por mí ni de poner en mi boca lo que debo decir”.
Trabajar en la radio no era un sueño que tuviera de niño, pero sí de adolescente, cuando empezó a interesarse por el trabajo de Radio Ciudad del Mar, enclavada en una casona de dos pisos frente al malecón cienfueguero. No le atraía tanto hablar en los programas como hacerlos él mismo, encargarse de la música y los sonidos, y después de graduarse de Cultura Física logró colarse en la emisora.
No obstante, con el trabajo de sonidista, aparentemente alejado de toda la propaganda oficial, también llegaron con las peticiones de no emitir ciertas “opiniones controversiales”. “Llegó el momento en que era imposible transmitir al aire los pensamientos reales que uno tiene o dar opiniones diferentes a lo establecido en las redes sociales y en el propio estudio”, cuenta.
“Llegó el momento en que era imposible transmitir al aire los pensamientos reales que uno tiene o dar opiniones diferentes a lo establecido en las redes sociales y en el propio estudio”- CHECALO -
El umbral de la puerta de Radio Ciudad del Mar marcaba para Adriano la frontera entre dos realidades distintas. Dentro, el equipo, y especialmente los locutores, “continuamente se ven forzados a emitir noticias que están muy distantes de la realidad”; y fuera, en la calle, “enfrentan las críticas de los oyentes que los tildan de mentirosos o de darle demasiado color a cosas graves. Nos vemos encerrados entre lo que es obligatorio decir y lo que vivimos diariamente como parte de la sociedad”.
“Es muy difícil trabajar en un sitio donde cualquier cosa que se haga debe contar con la aprobación de los de arriba. Lo creativo queda subordinado a un equipo metodológico de la institución, que a su vez se subordina a las órdenes de La Habana”, explica el joven cienfueguero, que admite que, aunque la vigilancia es general, algunos están más controlados que otros. En el caso de los realizadores, “la censura es constante y viene de asesores, asistentes y directores de programas. Lo que sea mínimamente problemático queda aplastado por la política editorial, que en realidad es una camisa de fuerza”, aduce.
En los últimos años, con la intensificación de la crisis también han aumentado los controles sobre los empleados de la emisora. A la par, añade Adriano, están los problemas prácticos: ¿Cómo se hace radio sin corriente? ¿Cómo se graba un programa en un estudio cerrado sin aire acondicionado? ¿Cómo se trabaja sin micrófonos, con computadoras viejas y equipos de sonido de hace décadas?
“Nadie se imagina lo asfixiante que es trabajar asediado por apagones. La planta eléctrica de la emisora no aguanta los equipos y a los aires acondicionados al mismo tiempo”, relata el sonidista, que revela los trucos que usaban en la emisora para evadir el calor sofocante. “Mientras estaba andando un programa nos bañábamos en sudor. A veces poníamos dos o tres canciones seguidas para tener unos minutos para salir y coger el fresco que viene de la bahía”, reconoce.
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Cuando se dirigía una queja a los superiores por no poder conectar los aires acondicionados o porque los equipos ya estaban demasiado viejos y necesitaban un reemplazo, “la respuesta de la Dirección Nacional de la Radio era la misma siempre: no hay recursos y el país enfrenta una situación compleja”.
Esa situación también va en detrimento de la audiencia, que ya de por sí está deprimida por la aparición de medios alternativos de información, más veraces, rápidos y que consumen menos tiempo del público. “Si en la emisora se hicieran encuestas serias para evaluar los niveles de audiencia, podría constatarse que la mayoría de la gente prefiere incluso las redes sociales antes que la radio para informarse. En teoría, la programación está diseñada para diferentes públicos, pero en la práctica está muy lejos de complacer los gustos populares”, valora.
Según explica, la emisora transmite programas en vivo hasta las diez de la noche. “A partir de ese horario todo lo que se escucha es grabado y, hay que decirlo, no está acorde con las exigencias de la madrugada. Así se pierde un importante segmento de la población, que amerita espacios capaces de concitar la atención de los radioyentes”, argumenta.
Durante un tiempo, cuando Adriano vio a varios colegas abandonar la radio para trabajar en otros centros estatales o del sector privado, la pregunta de si debería irse también lo inquietaba. La “cosa”, refiere, era elegir entre hacer lo que le gusta con un salario que no llega a los 4.000 pesos –depende de la cantidad de programas que se hagan– y vigilancia constante, o dar prioridad a su incomodidad con la censura y una mejor retribución.
Pero hace un mes, cuando supo que su esposa estaba embarazada de nuevo, las variables se despejaron. No obstante, Adriano asegura que no dejó la emisora solo por asegurar la economía familiar, sino que el embarazo fue solo un catalizador. Entre propuestas tronchadas al más mínimo “tono subversivo” y la frustración de no poder hacer su trabajo con calidad, la salida de Radio Ciudad del Mar fue “inevitable”.
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