En el otoño de 1983, en pleno apogeo de la Guerra Fría, el mundo entero quedó conmocionado por las fotografías del submarino de ataque nuclear soviético K-324 que había aparecido a flote en el mar de los Sargazos frente a las costas de EE.UU.
Sin embargo, a Washington le preocupaba no solo la presencia de un submarino nuclear cerca de su territorio, sino lo que se enredó en su hélice: un grueso cable de una sonoboya secreta con sus respectivos sonares en el extremo.
Los intentos de marineros estadounidenses de recuperarla se convirtieron en un encarnizado enfrentamiento, lleno de maniobras, amenazas y hasta disparos que podrían haber terminado con el estallido de un gran conflicto bélico.

La información sobre el incidente sigue siendo clasificada en Rusia y es poco conocida fuera del país, pero una entrevista concedida años atrás por el capitán del K-324, Vadim Teriójin, revela algunos detalles.
- CHECALO -
El ‘desafortunado’ K-324
Los marineros tienen la creencia de que hay barcos con suerte y otros que carecen de ella, en los que navegar no solo es incómodo sino peligroso.
Un ejemplo sería el submarino nuclear de ataque K-324 Shchuka, conocido en la OTAN como clase Victor 3, cuyo historial de servicio estuvo plagado de varios contratiempos.


Dejando aparte todas las averías, bastaría con mencionar que todo empezó con el hecho de que una botella de champán no se rompió en la quilla del submarino, como se acostumbra, durante su botadura desde la grada del astillero de Komsomolsk del Amur, algo que se considera un mal presagio. Y eso ocurrió cuatro veces seguidas.
La hazaña más peligrosa
La misión que terminó con el incidente del sonar fue la primera del K-324. La embarcación traspasó dos barreras de escuchas antisubmarinas estadounidenses y no detectó ningún seguimiento.
Sin embargo, unos cinco días después, detectó las sonoboyas de un adversario, lo que significaba que fue localizado.
El capitán decidió no informarlo al mando para evitar las críticas por ser detectado y decidió evadir el rastreo. En ese momento, sobre el sumergible navegaba un barco bastante grande que lo ayudó a pasar desapercibido ante los ‘oídos’ del enemigo. El K-324 se ubicó debajo de la quilla del buque y se movió debajo de él, logrando perderse nuevamente.


Tras esconderse del enemigo, la nave ocupó una posición en el mar de los Sargazos, cerca de una base de submarinos del país norteamericano. En la misma zona, al borde de las aguas territoriales, se encontraba el buque espía soviético Najodka, con el objetivo de seguir de cerca las próximas pruebas del nuevo sumergible estadounidense llamado Florida.
Se suponía que Najodka trasmitiría los datos al K-324 para su posterior seguimiento y registro de las características descubiertas. Sin embargo, la partida del Florida se retrasó varios días. El submarino ruso recibió la orden de cambiar de posición y, para evitar ser detectado, se ubicó debajo de un barco identificado como pesquero. Sin embargo, el barco no era pesquero en absoluto, sino que se trataba de McCloy, una nueva fragata de la Marina de EE.UU. que estaba buscando al K-324 con la avanzada sonoboya secreta TASS.
Después de llegar a la zona requerida, el K-324 abandonó la fragata y esta se dirigió tranquilamente a su base. Al llegar, los marineros estadounidenses se dieron cuenta de que McCloy había perdido una antena inteligente, diseñada para la detección de largo alcance de submarinos enemigos. Se trataba de un cable de acero, de varios cientos de metros, con una bola de metal que contenía componentes electrónicos en el extremo.
Mientras tanto, debido a que el grueso cable armado se enredó alrededor de la hélice del submarino, el K-324 perdió velocidad y, en medio de una tormenta, tuvo que salir a la superficie.


Ante esa situación, el Estado Mayor de la Marina soviética ordenó olvidarlo todo y no poner en riesgo la nave y la vida de los submarinistas. Al día siguiente, cuando la tormenta se calmó, el capitán y los tripulantes intentaron cortar el cable. Sin embargo, ni los disparos de fusil ni un desesperado intento de un marinero de córtalo con un hacha, pudieron hacer nada al cable armado.
El submarino fue localizado pronto y la Armada estadounidense envió dos destructores, así como helicópteros y aviones de patrulla a la zona de su ubicación.
Amenazas y maniobras que podrían haber desatado una guerra
Al acercarse al inmóvil submarino ruso, los buques estadounidenses comenzaron a maniobrar a ambos lados a una distancia de 30 metros. Al mismo tiempo, ofrecieron ayuda, lo cual suponía que suban a la nave.
En esos momentos, el capitán Teriójin ordenó colgar una señal en el periscopio: «¡Gracias, no la necesitamos! ¡Detengan las maniobras peligrosas! ¡Tengo carga peligrosa a bordo!».
El cargamento era realmente peligroso: torpedos y misiles con ojivas nucleares con un alcance de 3.000 kilómetros.


Los destructores, desde la popa del K-324, trataron de enganchar la antena de cable. La misma operación intentaron realizar los helicópteros que sobrevolaban el submarino. Al parecer, fue una verdadera batalla de nervios, que amenazaba con desembocar en una acción militar en cualquier momento.
La situación se volvió especialmente crítica el 5 de noviembre. «Los yanquis dieron la señal: ‘¡Prepárense para lanzar lanchas de desembarco de asalto!’. A bordo de los destructores aparecieron soldados, ataviados ostentosamente con trajes de buceo», contó Teriójin.
El submarino de propulsión nuclear ruso era territorio de un Estado soberano. Estaba situado en aguas neutrales. Si los estadounidenses realmente decidían capturar la nave, esto podría desencadenar una guerra. Por si acaso, el capitán del K-324 ordenó al minero que preparara el submarino para su detonación y hundimiento. Estaba previsto trasladar a la tripulación a balsas y luego al buque espía soviético Najódka que se aproximaba.
Cuando los estadounidenses comenzaron a preparar un grupo de desembarco y abordaje, el comandante envió ocho oficiales con fusiles automáticos a la superestructura de popa.


En ese momento, desde Moscú llegaron dos mensajes codificados. Uno de ellos decía: «¡No ceder a las provocaciones, la situación se está volviendo extremadamente peligrosa!», mientras que el otro, del comandante en jefe de la Marina, ordenaba a Teriójin que la antena ‘trofeo’ se conservara a toda costa y se enviara a Rusia lo antes posible.
El peligroso enfrentamiento entre las dos superpotencias continuó durante dos días más, hasta el 7 de noviembre. Pero los estadounidenses no se arriesgaron a abordar el submarino ruso.
El 8 de noviembre, el barco de rescate Aldán llegó desde Cuba. Sus buzos descubrieron una gran masa de metal destrozado en el eje de la hélice del K-324, junto con dos extremos de un cable que se extendía a lo largo de la popa del submarino.
No fue posible realizar el desmontaje de la hélice en mar abierto. Finalmente, el alto mando de la Marina ordenó que el submarino fuera remolcado hacia Cuba.
Remolque bajo disparos
La operación de enganchar un cable de remolque no resultó tan fácil: los marineros estadounidenses no querían que se marche el submarino soviético con su ‘presa’.
Cuando los marineros soviéticos intentaron tender un cable de remolque utilizando balsas de goma, un oficial estadounidense del destructor Petersen hundió las balsas con disparos de carabina. El segundo intento corrió la misma suerte. Quedaba solo un kit de balsas en el barco Aldán, por lo que esta vez decidieron ‘cubrir’ la operación con el buque Najodka.
La maniobra tuvo éxito y el averiado K-324 fue llevado finalmente a las costas de Cuba. Los destructores de la Marina de Estados Unidos escoltaron el barco hasta las aguas territoriales de la isla caribeña.
El regreso
Después de 11 días, los submarinistas soviéticos abandonaron Cuba y se dirigieron al mar de los Sargazos, donde siguieron cumpliendo sus misiones otras dos semanas. Y solo entonces recibieron la orden de regresar a casa.
«Dicen que todos los documentos oficiales sobre la hazaña del K-324 en el mar de los Sargazos permanecen clasificados hasta el día de hoy. Tanto en nuestro país como en Estados Unidos», concluyó su historia el capitán del submarino.
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