La Habana/El parque Fe del Valle, en Centro Habana, era, hace apenas una década, un hervidero de gente. De todas las edades, pero sobre todo jóvenes. En el lugar –nombrado por la “heroína” muerta en el incendio de los almacenes El Encanto, en 1961–, estaba uno de los primeros 35 puntos wifi que instaló el monopolio Etecsa, antes de que permitieran internet en los móviles. De pie o sentados en el suelo, apelotonados, concentrados en un móvil, una tableta o una computadora, decenas de cubanos apuraban el tiempo de lenta conexión –costaba 2 CUC la hora– como si les fuera la vida.
Hoy el paisaje es muy distinto. Los que pueblan el parque son, principalmente, indigentes. Deambulantes, desesperados por comida, algunos con claros problemas mentales. Muchos de ellos ahí duermen. Una estampa este viernes lo mostraba. Sentado en un banco, un hombre desplumaba un gallo sin cabeza.
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Se trataba de los restos de un ritual de santería o de alguna otra religión sincrética. No muy lejos de él, en otro banco, estaba la huella: una bolsa de basura negra, rota y medio abierta, llena de objetos de una ofrenda ritual que habían quedado esparcidos, entre ellos la figura de un indio roto, habitual en las prácticas de espiritismo en los hogares y cementerios cubanos. “De ahí lo tomó, imagino que para comérselo”, observaba un anciano testigo de los movimientos.
A decir de un especialista en esos ritos, “pareciera que el pollo era un sacrificio a un muerto –al muerto que habitaba el indio roto– y por eso estaba fuera de la casa: a los antepasados se les hacen ofrendas en los patios y lejos de donde se vive”. Lejos de reutilizarse para algo, prosigue el experto, “se dejan en cualquier lugar para que se pudran, porque, como le dijo un santero a Lydia Cabrera, los muertos no mastican con los dientes”.
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Indolente del resto del mundo, y sin ningún tipo de remordimientos –la santería establece que los restos de ofrenda se entierren en un cementerio o en la manigua– el hombre trabajaba rápido y con destreza. A los pocos minutos, había desplumado al animal, que de pronto lucía escuálido y blanquecino.
“Eso no tiene ni carne, y a saber si está podrido”, decía el mismo anciano, que afirma renegar de esas prácticas “oscurantistas”: “Esto es un país maligno, por eso es que no salimos adelante, ni vamos a salir”.
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