La Habana/Decenas de soldados de las Fuerzas Armadas, en uniforme de diario, entraron este sábado por el gran portón del recinto Morro-Cabaña junto a cientos de lectores habaneros. Las dos fortalezas coloniales, cuyos muros se utilizaron durante tres siglos como paredón y cárcel, sirven cada febrero como sede de la Feria del Libro, celebrada este año en medio de una agobiante crisis energética.
El evento cultural más importante del año fue inaugurado pese a la paralización total del país este fin de semana. Con varios días de apagones de más de 24 horas, subir a ambos castillos fue para los habaneros una maniobra de escape de la realidad, más que de amor por la lectura. No obstante, la feria ha hecho de la mediocridad una costumbre y el sol, que reverbera sobre el pavimento con un calor propio de agosto, hace de la expedición una tortura.
Los directivos de la Feria fueron claros: para llenar los pabellones hubo que “raspar” los almacenes del Instituto Cubano del Libro en busca de ejemplares impresos incluso décadas atrás. Novedades, solo las que –por obra y gracia de las mulas– venden los particulares, con títulos de dudosa calidad y siempre a precios exorbitantes.
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Para los que sí desean un libro para llevarse a casa, la decepción está servida desde hace años. A los pabellones también ha llegado el racionamiento y solo es posible llevarse un ejemplar por persona. La “estrella” del evento, el relanzamiento de la llamada Biblioteca del Pueblo, protagoniza la compra limitada: por 50 pesos, después de empujones y disgustos, se podía acceder a un solo ejemplar de La Edad de Oro o Winnie the Pooh.
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“Parece un libro de Español-Literatura de la secundaria”, valoraba una joven que logró “cazar” los Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera, el más buscado del evento por tratarse de una autora a la que Fidel Castro censuró durante décadas.
El de Cabrera es uno de los 10 libros de la Biblioteca del Pueblo en venta. Algunos tendrán presentaciones, como este –el viernes 21 de febrero, a dos días de la clausura–, en el Memorial José Martí, una de las subsedes de la feria. “Es un libro con tratamiento especial”, comentaba el dependiente de la Editorial Oriente.
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“Esto no es ni la chancleta de lo que fue”, decía una anciana que abandonaba La Cabaña a toda velocidad, con dos libretas escolares bajo el brazo, a las 11 de la mañana. En el antiguo puente levadizo, otros esperan su turno para entrar. “Esto es una tortura”, clamaba una mujer que ya acumulaba 50 minutos de cola bajo el avasallante Indio.
A los custodios les importa poco que se acumule cada vez más gente en las inmediaciones del castillo. Listos para resistir al asedio, uniformados e inmunes a cualquier ruego, gestionan la cola con cuentagotas.
En la carpa central –donde, en teoría, están las pocas novedades de la Biblioteca del Pueblo–, “solo hay dos cajeras, las otras no han llegado por el transporte”. Esa es la explicación que corre de voz en voz bajo la no menos agónica luz azul de la lona. Todos se preguntan cómo puede sufragarse una industria del libro cuya oportunidad más valiosa para vender el producto se desperdicia con poco personal y bajos recursos.
Nadie mira los que, jocosamente, ya se conocen como los “ejemplares plantilla”, aquellos libros que por su contenido –generalmente memorias de generales o antologías de Fidel Castro– nadie quiere comprar.
Los otros “permanentes” son los libros que llevan las embajadas o el país invitado en esta edición, Sudáfrica, casi decorativos o a precios que el cubano descarta automáticamente. Había pabellones de Venezuela, Guatemala, Vietnam, Irán y la República Árabe Saharaui.
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También se ha vuelto un hábito ir a la Feria a conseguir el material escolar que necesitan los niños y alguna caja de colores para consentirlos. Este año se pueden comprar 10 libretas a 250 pesos cada una. Las gomas de borrar están a 200 pesos. Para llegar a cualquiera de estos objetos de papelería hay que vencer las colas y tener paciencia.
Donde único se sienten los lectores en una feria del libro es en el pabellón de los best seller. Allí el lenguaje que se habla es el del dólar. Una novela del estadounidense Stephen King o un volumen de Harry Potter –además de incontables panfletos de autoayuda– puede salir en casi 40 dólares. “¡13.000 pesos por un libro!”, traduce un lector, llevando el precio a la humilde moneda nacional.
“Tendría que ser una edición especial o de tapa dura para costar eso”, afirmaba una joven, al tanto del mercado del libro en el extranjero. “Te venden los libros de Stephen King como si fuera su último éxito, y esos libros que están vendiendo tienen 40 años”.
Cuando acaban los recorridos por la explanada de los castillos, los lectores enfrentan el último desafío de la Feria: volver a La Habana. La operación es digna, en efecto, de una novela de horror de King, y no se resuelve ni con toda la magia de Harry Potter.
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