▲ Fotograma de la cinta del iraní Mohammad Rasoulof.
C
- CHECALO -
uatro años después de filmar La maldad no existe (There is no Evil, 2020), estremecedor largometraje compuesto por cuatro episodios, el realizador iraní Mohammad Rasoulof vuelve a arremeter en La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig, 2024) contra el oscurantismo teocrático represor que impera en su país. Esta postura disidente le ha valido durante años amenazas y condenas de cárcel y latigazos, la prohibición de filmar (pena sufrida ya por su colega connacional Jafar Panahi) y de tener incluso un pasaporte. Sus desplazamientos clandestinos a festivales internacionales, donde sus películas gozan de gran reconocimiento, lo exponen continuamente a represalias por el régimen autoritario. No obstante esas restricciones y esa carrera a salto de mata del fugitivo, no han socavado de modo alguno la actualidad e impacto de sus propuestas.
El enemigo en casa. El primer episodio de La maldad no existe planteaba ya la situación de un hombre ordinario, trabajador aplicado y buen padre de familia, convertido en verdugo virtual al verse forzado a prestar sus servicios para la aplicación de la pena de muerte por ahorcamiento a opositores políticos del régimen. La premisa narrativa en la cinta más reciente de Rasoulof es parecida. El abogado arribista Iman (Missagh Zareh) acepta agradecido la promoción a un cargo como juez de instrucción en el tribunal revolucionario sin percatarse de que sus nuevas funciones incluyen supervisar y dar un expedito visto bueno a penas de muerte decididas de manera arbitraria. De este modo, el hasta entonces intachable ciudadano se ve atrapado en un engranage penal represor que, en el plano moral, hará de él un hombre irreconocible a los ojos de su familia. Para colmo de males, a Iman se le entrega una pistola para defenderse en casa de eventuales ataques suscitados por sus acciones, arma que desaparece misteriosamente haciendo que tanto la madre como sus dos hijas jóvenes se vuelvan sospechosas de la inexplicable sustracción de la misma. Esta situación desata una espiral de recelo y acoso contra las tres mujeres, donde el patriarca se transforma en un iracundo tirano doméstico, como reflejo claro de la brutalidad institucional misógina que a diario soportan las mujeres iraníes.
La novedad en La semilla del fruto sagrado es que las dos hijas, en especial Rezban (Mahsa Rostami), la mayor, oponen una vigorosa resistencia a la voluntad del padre. El contexto social favorece esa postura, pues justo en ese momento se multiplican en las calles de Teherán las protestas femeninas bajo el lema Mujer, Vida, Libertad
, reivindicaciones que asumen sin rodeos Rezban y su hemana Sana (Setareh Maleki) para desasosiego impotente de sus padres tradicionalistas. El drama doméstico pronto se transformará en un thriller trepidante con la polarización creciente de las posturas morales irreconciliables en ese ámbito familiar, microcosmos de una sociedad en crisis. Una escena notable muestra la confrontación directa de Rezban con su padre, desmontando la primera las falacias y manías paranoicas de quien, acostumbrado a detectar conspiraciones políticas y a reprimirlas, ahora se ve obligado a resolver una inesperada sublevación feminista en casa. En momentos en que la misoginia de Estado ha dejado de ser característica exclusiva de países autoritarios en los que domina el fundamentalismo religioso, para extenderse a democracias occidentales inclinadas a la extrema derecha, la estupenda película de Mohammad Rasoulof es una advertencia premonitoria.
Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional Xoco a las 14 y 20 horas, en el Cine Tonalá y en salas comerciales.
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