En el transcurso de este extraordinario viaje, llenó cuaderno tras cuaderno de bocetos y observaciones. Envió a casa barriles, cajas y botellas por docenas, llenos de plantas prensadas, fósiles, rocas, pieles y esqueletos. Exploró paisajes que iban de la gris desolación de las Malvinas a las gloriosas alturas de los Andes, de los salvajes acantilados glaciares del Canal de Beagle a las playas de Tahití, de la exuberancia tropical de Río a la selva tropical del sur de Chile.
El primer lugar en el que tocó tierra fue la isla volcánica de St. Jago (hoy Santiago) en las islas de Cabo Verde. Tras tres semanas de mareos, Darwin se lanzó con entusiasmo a su primer trabajo de campo independiente, identificando muestras de rocas y registrando un corte transversal de los estratos volcánicos.
Tenía el mejor equipo que podía comprar: un microscopio, un clinómetro para medir ángulos, martillos geológicos y un vasculum (un recipiente para especímenes botánicos), pero seguía siendo un novato. En una carta a su profesor de Cambridge, John Stevens Henslow, se jactaba de que su descubrimiento de un pulpo que cambiaba de color “parecía ser nuevo”. No lo era, y Henslow le desengañó amablemente.
- CHECALO -
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