Manzanillo (Granma)/«Me desperté por el malestar en el pecho y con falta de aire. Eran más de las 2 de la mañana y creía que algo se quemaba. Fue en la mañana, cuando llevé al niño al seminternado, que vi a cinco cuadras de mi casa un contenedor metálico que ardía con todo tipo de desperdicios».
Así explica Gisela por qué ha tenido que hacer un nuevo recorrido para llevar a su hijo a la escuela con el que evitar el basurero que crece frente a un parque infantil y un consultorio médico. «Lo que empezó en una esquina con una bolsita de nailon, hoy es una montaña de gajos, escombros y animales muertos».
«Los de Comunales demoran tanto en recoger la basura que el contenedor se desborda. Te dicen que el camión se rompió, que no hay combustible. Siempre es algo”, lamenta. “En primavera, supuestamente, los vecinos prendían fuego para ahuyentar los mosquitos, pero ya no se justifica. Muchos pensamos que realmente son ellos los que queman, para que sea menos a recoger. Ahí arden lo mismo almohadillas sanitarias, plásticos o vaya usted a saber. Ahora estamos en temporada de seca y con mucho aire, así que mejor ni pensar en lo que respiras o se te mete en los ojos».
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La ciudad, antaño sinónimo de cultura y esplendor, hoy se desdibuja del mapa. Manzanillo ha pasado de ser la Perla del Guacanayabo, a un enorme vertedero a cielo abierto.
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«Ya aquí no hay quien viva», dice Eduardo, vecino de La Kaba, un mercado agropecuario. «Lo mismo tiran la basura de las casas que la mercancía descompuesta de las tarimas. Creyeron que iban a solucionarlo con un cajón de hierro pero fue peor”. Se refiere a las enormes volquetas anaranjadas desperdigadas por el centro de la ciudad que han proliferado ante la incapacidad de los Servicios Comunales, subordinados al gobierno municipal, de hacer su trabajo y que, además de arruinar el ornato, legitiman los vertederos.
“Tardan un siglo en vaciarlo y mientras tanto tienes que tragarte toda esa inmundicia. En los alrededores hay cafeterías y ya da asco por las moscas y la peste», dice Eduardo, que recuerda tiempos mejores.
«Hubo una época en que no veías tanta suciedad en las calles. Llegaron a contratar carretoneros que eran bastante eficientes. Después no siguieron porque les pagaban muy poco y la miel de purga para el alimento de los caballos subió de precio. Hasta en eso afectó el cierre de los centrales azucareros», sentencia. Pasó lo mismo en Las Tunas, donde los carretoneros contratados por Servicios Comunales se plantaron por los bajos salarios y las pésimas condiciones.
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«Con los basureros, reaparecieron los buzos. Es terrible que alguien sobreviva así. Ellos escarban buscando chatarra, leña o cualquier cosa que puedan vender. Es deprimente, pero he visto ancianos comer frutas podridas que botan los vendedores ambulantes. A ese extremo hemos llegado».
A pesar del orgullo que siempre han demostrado por su ciudad, los pobladores de Manzanillo admiten que ha entrado en una imparable espiral de decadencia.
Temen que en cualquier momento llegue una nueva epidemia como el covid, esta vez provocada por la contaminación y la insalubridad. Y lo que más les entristece es ver a niños y ancianos que, empujados por la necesidad, hurgan en la basura por un trozo de metal o una lata vacía de cerveza que puedan ser canjeados por alimentos.
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