La Julia (Villa Clara)/“Fue un trabajo duro, pero valió la pena. Ahora tenemos frijoles para consumir este año en mi casa”, cuenta Jorge Luis Pérez. El agricultor villaclareño, de 46 años, decidió sembrar frijoles en una parcela entregada por la cooperativa Dagoberto Cubela, en un desesperado intento por revitalizar sus cañaverales que, en esta ocasión, está funcionado.
“La tierra estaba en malas condiciones y tuvimos que prepararla con nuestras propias manos, pero yo no tengo tierra propia y esto era una oportunidad”, comenta, tras lograr su primera cosecha en menos de cuatro meses gracias al apoyo de su familia y pese a sus recursos limitados.
La Dagoberto Cubela fue durante décadas un símbolo de prosperidad en La Julia, Villa Clara. Durante los tiempos de gloria de la industria azucarera, los campos de caña se extendían como un mar verde interminable, reflejando la esperanza de una comunidad que vivía al ritmo de la zafra. La molienda era un acontecimiento en el batey, la gente curiosa venía para observar cómo las combinadas –una máquina agrícola diseñada en la Unión Soviética (KTP-1 y KTP-2)– cosechaban la caña de azúcar, los camiones cargados cruzaban el pueblo y el aroma dulce de la melaza impregnaba el aire.
“Era otro tiempo”, recuerda Roberto Machado, un campesino que aún trabaja en la cooperativa. “Todos los hombres del pueblo estábamos vinculados de una manera u otra al azúcar. Había trabajo para todos, y la caña era lo más común del paisaje”.
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Con los años, esa imagen se desvaneció. La falta de insumos, el deterioro de las maquinarias y los problemas estructurales en la industria azucarera comenzaron a pasar factura. Lo que antes eran campos exuberantes se transformaron en tierras maltrechas, invadidas por la maleza –especialmente el aroma, una planta invasora en muchas regiones de la Isla– y marcadas por el abandono.
“Vimos cómo se apagaba la vida en estas tierras”, comenta Marta Álvarez, una de las directivas actuales de la unidad. “Año tras año, intentábamos recuperar la producción, pero la falta de fertilizantes, herbicidas y combustible nos hacía retroceder más y más”.
En el último año, la situación llegó a un punto crítico. Con siete campos sembrados de caña en pésimas condiciones, la cooperativa se enfrentó a una realidad insostenible: el cultivo no prosperaba, los animales devoraban los retoños y los recursos, simplemente, no alcanzaban para salvar la cosecha.
“La decisión de buscar una alternativa no fue fácil”, explica Álvarez. “Somos una unidad azucarera por esencia, pero insistir en la caña en estas condiciones era condenarnos al fin de la unidad”. Así surgió la idea de entregar temporalmente las tierras a los campesinos locales, permitiéndoles cultivar otros productos mientras se busca una casi imposible solución para recuperar la producción azucarera.
Pedro González, un viudo de 56 años, es otro de los que han encontrado en esta iniciativa una forma de sostener a su familia. “Decidí sembrar maní porque no requiere tanto esfuerzo como otros cultivos. Ahora puedo vender mi producción y pagar el porcentaje a la cooperativa sin problemas”, explica.
Según el acuerdo, los campesinos asumen el 100% de la inversión y el trabajo en las parcelas cedidas y, a cambio, entregan el 30% de su producción a la cooperativa si cultivan alimentos básicos como frijoles, arroz o viandas. En el caso de productos menos consumidos en los comedores locales, como maní o ajonjolí, los agricultores pueden quedarse con el 100% de su producción, pero deben pagar en efectivo el equivalente al 30% del valor de la cosecha.
“Es un modelo en el que todos ganamos”, dice Álvarez. “Ellos tienen acceso a tierras que de otra manera estarían abandonadas, y nosotros obtenemos ingresos para mantener la unidad”.
Pese al éxito inicial, los campesinos de La Julia enfrentan las dificultades habituales, entre ellas la falta de insumos, como fertilizantes y pesticidas, que deben adquirir por sus propios medios. Además, la cooperativa no puede ofrecerles apoyo logístico, ya que sus maquinarias están paralizadas por la falta de combustible. Es lo que condena esta iniciativa a ser finalmente una simple opción de supervivencia para unos guajiros sin acceso a créditos ni ayudas del Estado.
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