Cienfuegos/«Queridos Reyes Magos, queremos un oso panda de peluche y una pelota de fútbol», así empieza la carta de los gemelos, de siete años, de Susana. El papel, doblado y colocado dentro de un zapato cerca de la ventana, ha desatado en la familia un constante sacar cuentas para determinar si podrán cumplir con sus deseos. A diferencia de otros años: «ofertas hay, lo que no hay es dinero», sentencia la preocupada madre.
En el boulevard de la ciudad de Cienfuegos los peluches, las muñecas y todo tipo de divertimentos infantiles han ido ganando espacio en los últimos días. Los comerciantes particulares, que exhiben su mercancía en mesas, pequeños quioscos o locales estatales arrendados, saben que la tradición de Melchor, Gaspar y Baltasar sigue muy arraigada en Cuba a pesar de los intentos oficiales por eliminarla.
Susana, de 39 años, creció en unos años en que la Navidad y los Reyes Magos eran considerados «debilidades pequeñoburguesas» por el discurso gubernamental. «Por eso me tomo muy en serio que mis hijos puedan vivir esta ilusión que yo no tuve», cuenta a 14ymedio. Pero el empeño de la cienfueguera no es suficiente para satisfacer los deseos de ambos niños. «Es muy duro decirles que no puedo hacer un gasto tan grande».
Susana tiene un salario de unos 7.000 pesos mensuales por su trabajo como profesora en la universidad. «He visto en el boulevard el oso panda de peluche y cuesta 20.000 pesos, la pelota sale en unos 3.000, eso son más que tres meses de salario sin gastar ni un centavo en otra cosa», calcula la mujer. Otros años, sin embargo, el problema ha sido la falta de ofertas en el mercado o la poca variedad de juguetes para niños.
- CHECALO -
«Ahora hay de todo, he visto muñecas que lloran, carritos operados por control remoto y cuanto juguete uno pueda imaginar». Los padres de muchos niños cienfuegueros han optado por no pasear con ellos por el boulevard. «Si por alguna casualidad pasan cerca de ahí con sus hijos o nietos, se los llevan rápido para evitarse el mal rato», explica. Pero resulta difícil esconder los cochecitos de plástico, el dinosaurio de peluche o el Superman que saltan a la vista en una de las mesas de la céntrica calle.
En otro punto de venta, el comerciante se ha disfrazado de payaso para atraer a una clientela infantil ajena a las estrecheces que viven las billeteras de sus padres. «Quiero un Mickey Mouse», ha dictado una niña pequeña a su abuela que a inicios de este año la ayudaba a redactar la carta a los Reyes Magos. «También quiero que me traigan un juego de cocinita con unas cazuelas rosadas», añadió la pequeña. En la mente de la anciana, cada nuevo pedido iba sumando cifras, ceros y costos.
Otros niños, con más edad, saben que la magia también tiene sus límites. «Ustedes siempre han sido buenos conmigo, pero mi mamá me dijo que la cosa está mala», escribió de su puño y letra un alumno de cuarto grado que quiere una pistola de agua y una nueva mochila escolar con una imagen de Spiderman. La suma de sus pedidos ronda los 15.000 pesos en los locales del boulevard.
«Cuando yo era niña mis padres lo tenían más fácil porque nadie recibía nada por los Reyes Magos», reflexiona Susana. En aquellos años, mediados de los 80 y principios de los 90, todos los juguetes que se vendían en el país llegaban a través del mercado racionado de productos industriales. «No había, como ahora, todas estas ofertas importadas y muy atractivas».
A través de un alambicado mecanismo de venta, las familias cubana tenían la posibilidad de adquirir, durante el mes de julio, los regalos para sus hijos. Aquellos juguetes se dividían en tres grupos, según la complejidad y calidad de cada uno: básicos, no básicos y dirigidos. Después de largas colas y tras presentar la libreta de racionamiento, los padres podían comprar muñecas, juegos de mesas y otros divertimentos infantiles.
«La mayoría de las veces te tocaba algo que no te gustaba», recuerda Susana. «Ahora hay muchas opciones y también muchos contrastes. En mi cuadra hay varios niños que sus padres viven en el extranjero y le mandan buenos juguetes o el dinero para que los abuelos se los compren aquí. Con eso no se puede competir», subraya. La mujer ha intentado advertir a sus gemelos de que es probable que los Reyes Magos no puedan cumplir con todos los pedidos.
Susana siente que necesitaría escribir su propia carta a Melchor, Gaspar y Baltasar. La misiva de ella, una adulta que creció sin seguir las tradiciones, empezará pidiendo un salario que le permita no tener que elegir entre alimentar a sus hijos o comprarles juguetes.
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