La Habana/En un panorama cinematográfico signado por la censura se ha hecho habitual que los realizadores recurran a espacios alternativos para exhibir sus películas. A uno de ellos, la casa del director Miguel Coyula y de la actriz Lynn Cruz, acudí para ver el documental Crónicas del absurdo, premio a la Mejor Película en la competencia Envision, en uno de los más importantes certámenes del mundo: el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam. Sobre la realidad de la que se nutre el filme conversamos esa tarde de diciembre.
Pregunta. Hace unos días finalizó el Festival de Cine de La Habana. Pareciera que el evento todavía “vive”.
Miguel Coyula. Siempre envío mis películas a los festivales cubanos para que quede constancia de que las rechazan. Hay cineastas que, por principios, no lo hacen, pero cuando tú estás seguro de lo que cuentas, tu obra es para que idealmente la pongan en todas partes. Las premisas de mis últimos cuatro largometrajes jamás hubieran sido aprobadas por el Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos). Entonces, la única manera de funcionar es estar al margen de las instituciones.
Cuando existe una lista tan larga de temas tabú –no puedes hacer una película donde toques frontalmente la figura de Fidel, ni a un médico o profesor de primaria corrupto, ni a un policía o militar–, hay realizadores que creen que hacen cine independiente mientras pactan con el Icaic, donde los guiones tienen que ser aprobados atendiendo al Decreto 373, que dicta que los contenidos tienen que estar dentro del “clima de libertad creativa que permite la Revolución cubana”. La propia institución te da tu carné de “cineasta independiente”.
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El cine independiente tiene que ser incómodo. No es independiente porque lo financies de tu bolsillo, sino por su contenido y forma.
Lynn Cruz. He escuchado que el evento estuvo muy politizado. La cuestión no es cerrar puertas, no es eliminar espacios, sino que esos espacios sean utilizados como foro. Y, como cineasta, tener una película en el Festival significa también tener una tribuna, poder expresar tus ideas políticas.
El Festival vive porque pasó, se dio, se seguirá dando. Lo que preocupa es el cine que se hace, que quiere encajar en esos espacios por las pocas oportunidades que tienen los cineastas de exhibir sus obras.
P. Regresa, a la par del deterioro de la situación política, económica y social de los cubanos, la exclusión de las voces diferentes. ¿Cuál es el papel de la intelectualidad, de ustedes mismos, en momentos como este?
LC. Hay un agotamiento. Pasó la “sentada” de los intelectuales frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020. Luego las protestas masivas de julio de 2021. Es como si todo se condensara en el tiempo y sucediera más de prisa. Antes era más o menos cada diez años que surgía un grupo de inconformes y plantaba cara al sistema. El poder hace sus limpiezas, sale la gente del país. Así, lamentablemente, nada perdura.
MC. Pasa con los cineastas también: hacen su primer largometraje –es un país curioso, surgen artistas nuevos todo el tiempo– y después se van. No puedes ver su trayectoria dentro de la Isla.
Tratar de hacer tu obra fuera de Cuba es mucho más complicado. Me pasó cuando hice Memorias del desarrollo, una película que analiza críticamente la Revolución. “Tengo que filmar las escenas en Cuba”, me dije. Descubrí desde Estados Unidos que todas las rarezas que hay aquí son tierra fértil, material ideal para trabajar la distopía. La vivimos a diario, de una forma que muchos extranjeros no pueden entender si no pasan un tiempo residiendo en Cuba. Necesitaba estar en la zona de conflicto, no me sentía bien haciendo desde afuera una película crítica sobre mi país.
El cine que me interesa realizar es el que va a las zonas más oscuras de la sociedad en que a uno le ha tocado vivir
El cine que me interesa realizar es el que va a las zonas más oscuras de la sociedad en que a uno le ha tocado vivir. Como dicen en Elpidio Valdés: “La candela es aquí”.
LC. La realidad es cambiante: lo que hace un mes se veía de una manera, ya hoy empiezas a verlo de otra. El cambio que está dando el país es vertiginoso, lo mismo para bien que para mal –casi todo para mal–, pero no puedes entenderlo bien si no estás.
MC. En Crónicas del absurdo hay una cita de Palabras a los intelectuales –curiosamente, como en el filme, lo que se conserva es el audio– que es espeluznante: “El artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”. Es terrible.
P. Han insistido en el carácter clandestino de las grabaciones que sustentan la película. ¿Cómo les va con la clandestinidad?
MC. Yo he estado siempre fuera del sistema. Lynn sí trabajó en el Icaic. Por eso en Crónicas del absurdo me pareció mucho más interesante que ella fuera la protagonista, para que se viera gradualmente el proceso de borrar a la persona de la vida cultural del país.
La manera en que filmo siempre ha sido la misma, hasta cuando lo he hecho fuera de Cuba. Mi primera película, Cucarachas rojas, y Memorias del desarrollo fueron filmadas en gran parte en Estados Unidos. Por razones económicas tuve que hacerlas de la misma forma. Es, lo que se dice, un “cine de guerrilla”.
Crónicas del absurdo, como dijo Orwa Nyrabia, director artístico del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, es de alguna manera la crónica de los diez años que estuvimos haciendo Corazón azul, de gran parte de sus obstáculos y de lo que significa funcionar fuera de las instituciones.
LC. Lo clandestino en Cuba está ligado al mercado negro, y el cine que nosotros hacemos es semejante. No somos magos: existimos porque existe una fractura en una sociedad en transición, donde se está privatizando lo que antes, en teoría, era “de todos”.
En medio de ese caos económico hay un lugar para nosotros, de otra manera no puedes existir. Y el clandestinaje no es pensar que lo que hacemos no se sabe, sino que existen las condiciones para que este cine emerja, y hay que tratar de hacerlo mientras podamos. No sabemos cuál será el futuro de nosotros mismos, porque tampoco sabemos cuál será el futuro de este país.
MC. En Corazón azul algunos actores abandonaron el proyecto. Uno sabe desde que empieza que, si se va a demorar diez años haciendo una película, no solo es porque la gente sea intimidada por la Seguridad, sino porque la realidad y los intereses de esas personas cambian.
LC. Crónicas del absurdo es un oscuro making of de Corazón azul, de cómo todas esas cosas estaban ocurriendo mientras nosotros filmábamos. De algún modo se conecta también con mi libro Crónica azul. Teníamos que lidiar no solamente con los obstáculos creativos y económicos, sino también con la persecución política. Por supuesto, cada persona tiene su manera de lidiar con eso. Es la realidad la que te condena a la política. Todo, absolutamente todo, se politiza, porque es un sistema totalitario y, además, estás haciendo un cine que cuestiona esa realidad.
MC. La idea estructural de Crónicas del absurdo, en sus diez capítulos, fluctúa en situaciones que tienen que ver con el absurdo. Es un precepto que va más allá de la política, pero en el contexto de Cuba es imposible desligarlo. Eso explica la cita de Virgilio Piñera al comienzo del filme: “Si Kafka hubiera nacido en Cuba, sería un escritor costumbrista”.
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