C
uando las consecuencias de una autorregulación tan prolongada como imprevisora a cargo de propietarios y concesionarios de plazas, promotores, criadores de reses bravas, autoridades y crítica especializada amenazan con reducir a su mínima expresión la tradición taurina de México de casi medio milenio de antigüedad, hay que reflexionar, así sea a toro pasado, sobre los frágiles argumentos de una confundida defensoría de los animales que pasa por alto su naturaleza y función en la Tierra, además de servir como alimento. El columnista Alcalino, de La Jornada de Oriente, transcribe algunos fragmentos harto elocuentes del finado crítico colombiano Antonio Caballero, que con ironía alude al poco imaginativo acoso prohibicionista:
El problema detrás del debate sobre las corridas de toros –señalaba Caballero– es la ignorancia. Los enemigos de la fiesta de los toros, sean animalistas sinceros o politiqueros sin escrúpulos, no saben de qué están hablando… No saben por qué se torea ni por qué se va a los toros. Pero en vez de intentar averiguarlo se inventan un porqué: por sadismo, dicen, por amor a la sangre violentamente derramada; por placer en el dolor y la muerte de bellos animales; por complacencia morbosa en la tortura. De nada sirve que toreros y aficionados les expliquemos que no es así, y que si ésos fueran los elementos que constituyen el toreo y la afición no seríamos ni toreros ni aficionados a los toros.
El también autor de Los siete pilares del toreo añadía: En Colombia un magistrado propone algo tan difícil como la cuadratura del círculo: corridas de toros en que se proscriban y eviten los sufrimientos, dolores y malos tratos a los animales como seres sintientes
. Es decir, sin combatir con los toros. Sin herirlos: ni con la puya del picador (habrá que suprimir el tercio de varas); ni con las banderillas de los peones (habrá que suprimir el tercio de banderillas); ni, desde luego, con el estoque del matador (habrá que suprimir el tercio de muerte). ¿Cómo se hará para eliminar los tres tercios de la corrida sin eliminar la corrida? El magistrado da una solución: Como se hace en Francia y Portugal
. La idea viene, como sucede con los antitaurinos, de una información inventada: la de que en esos países no se mata a los toros. Al magistrado le habría bastado con informarse mejor. En todas las plazas de Francia se mata a estoque a los toros… Y en Portugal se los mata también, pero no a estoque: se los apuntilla fuera de la vista del público, en los corrales…
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Pero tampoco eso daría satisfacción a los antitaurinos, que lo que quieren no es que no se mate a los toros sino que no se los toree. Que no se les lleve en camión del campo a la plaza, lo cual los somete a un cruel estrés; que no los asuste el griterío del público; que no los fatiguen las incitaciones y los engaños de la capa y de la muleta. En resumen: que las corridas de toros se hagan sin toros.
Lo cual tiene, curiosamente, un precedente en el anecdotario taurino-musical. Hace un siglo el gran torero Rafael Guerra, Guerrita, ya retirado y rico, era el dueño del único teatro que había en la ciudad de Córdoba. Llegó allí en una gira de conciertos el famoso pianista Arturo Rubinstein y Guerrita, que de su juventud borrascosa recordaba el piano como un instrumento propio de burdeles, se negó a prestar su teatro, que era un recinto decente. Acudieron a su vergüenza torera: Rubinstein, le dijeron, también era un artista, como él. Y Guerrita cedió, magnánimo, diciendo: “El señor Rubinstein puede dar su concierto… pero sin piano”.
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