La Habana/Por muchos años, llevar una credencial del Festival de Cine de La Habana era un símbolo de estatus, que permitía acceder no solo a las proyecciones fílmicas sino también a fiestas, conferencias de prensa y cenas bien surtidas donde uno se podía codear con directores, actores y altos funcionarios. En este podcast cuento algunas anécdotas de aquellos días de diciembre en que la capital cubana se vestía para aparentar cierta libertad creativa y los espectadores hacían larguísimas colas alrededor del Yara, el Payret o el Chaplin. Pero detrás de aquella imagen distendida, el evento era controlado estrictamente por la policía política. Del regaño que recibí de uno de esos inquietos “muchachos del Aparato” cuando entrevisté a un diseñador brasileño hablo en este episodio de ‘Como lo viví’.
Ahora, que el Festival no es ni la sombra de lo que un día fue, en parte por los propios excesos de censura que le torcieron el cuello a la cita, cuesta imaginar el fervor con el que íbamos a aquellas salas oscuras y el entusiasmo con el que discutíamos sobre interpretaciones o guiones a la salida de esas maratónicas tandas. Tener una credencial del Festival es hoy casi una obligación burocrática impuesta a directivos y ‘segurosos’ que, ajenos a la pasión por el cine, siguen vigilando de cerca a los invitados,a los periodistas oficiales y hasta a los habaneros que, sin un techo donde dormir, van por estos días en busca de las sombras dentro de La Rampa o el Riviera.
- CHECALO -
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