Hablar de autismo como un todo no es sencillo, pues en realidad no se trata de una única condición. De hecho, hace años que se dejó de hablar de autismo para hacer referencia a trastornos del espectro autista (TEA). Esto engloba un conjunto de condiciones con algunos factores en común, pero también muchas diferencias. Por eso, porque no hay una definición exacta, es muy difícil dar también con un origen. Hace unos años se descubrió que la mayoría de pacientes TEA tenían una modificación concreta en una proteína, llamada CPEB4, que afectaba a 24 letras del ADN que la codifica. Pero no se sabía cuál es la consecuencia ni cómo se podría solucionar. Esto, por supuesto, hace imposible dar con un tratamiento para el autismo.
Ahora, un equipo internacional de investigadores, dirigidos por los españoles Raúl Méndez y Xavier Salvatella, ha dado un paso más hacia ese posible tratamiento para el autismo. Es importante remarcar que sus resultados están en una etapa muy inicial y que no podemos lanzar las campanas al vuelo. Sin embargo, todo paso es importante y este no es una excepción.
En estudios preliminares de laboratorio, estos científicos han descubierto que se pueden introducir 8 aminoácidos en el organismo que revierten ese pequeño fallo de la proteína CPEB4. Si en humanos ocurriese lo mismo, sería una gran noticia, pero aún queda mucho camino para saberlo. De momento, vamos a ver un poco de bioquímica básica para entender por qué este hallazgo es tan importante.
Las claves del código genético
Todas nuestras células necesitan una serie de instrucciones para funcionar. El libro de instrucciones que utilizan para ello es el ADN. Este tiene las claves de todo lo que somos y podemos hacer. Para llevar a cabo todo eso hacen falta proteínas. Ellas son las que llevan a cabo todas esas funciones en nuestro organismo. Se sintetizan en unos orgánulos, llamados ribosomas, pero hay un problema: los ribosomas no saben leer el ADN. Es como si le diésemos el manual de instrucciones de una máquina al operario que la utiliza y este estuviese en un idioma que el operario no entiende. Para que pueda leerlo, es importante pasarlo a su idioma. Esto se hace transcribiendo el contenido del ADN en ARN. Los ribosomas sí que saben leer el ARN, así que se pueden poner a fabricar los aminoácidos, que son los ladrillitos que componen las proteínas.
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Por lo tanto, el ADN se transcribe en ARN, este pasa a los ribosomas y ellos, leyendo la información del ARN, empiezan a fabricar los aminoácidos que, una vez ensamblados, forman las proteínas que nuestro organismo necesita. A menudo se habla erróneamente de código genético para hacer referencia a esas instrucciones ocultas en el ADN, pero en realidad no es así. El código genético es una especie de plantilla que relaciona conjuntos de tres letras de ARN con un aminoácido concreto. Por ejemplo, la valina se compone de las letras GUA, entre otras (hay varios conjuntos de 3 letras para un solo aminoácido), y la arginina la constituyen las letras CGA, entre otras.
¿Por qué es importante la proteína CPEB4 en un tratamiento para el autismo?
Desde un estudio de 2018 se sabe que a la proteína CPEB4 de muchas personas TEA le falta un fragmento de 24 letras, que son las siguientes: GCAAGGACATATGGGCGAAGGAGA.
Ya sabemos que cada tres letras componen un aminoácido. Por lo tanto, 24 letras se corresponden con 8 aminoácidos (24/3). En este nuevo estudio, sus autores han querido comprobar, por un lado, cuál es el efecto de la ausencia de esos 8 aminoácidos y, por otro, qué ocurre si se le suministran a los pacientes. ¿Sería un tratamiento contra el autismo?
En primer lugar, realizaron un estudio con ratones modificados genéticamente para carecer de ese fragmento. Así, vieron que cuando muchas proteínas tenían este error se veía afectada la regulación de 200 genes. Todos ellos están involucrados en algún tipo de trastorno del espectro autista. Por eso, se explicaría que un solo error provoque un espectro tan amplio de síntomas.
¿A qué nos referimos con esa de la regulación?
Ya hemos visto que el ADN es el libro de instrucciones de nuestras células. Pero no todas las células necesitan todas las instrucciones. El libro es el mismo para todas, pero cada una lee lo que necesita. Por ejemplo, las instrucciones para sintetizar insulina están en las células del ojo, pero no se utilizan porque no hacen falta. En cambio, en las células del páncreas sí se usan, porque es el órgano encargado de sintetizar esta hormona.
El uso de unas instrucciones u otras se enciende o se apaga según sea necesario. Ese proceso de encendido o apagado es lo que se conoce como expresión génica y está regulado por muchos factores. Por ejemplo, puede haber proteínas que se encarguen de regularlo, como ocurre con CPEB4.
¿Cómo sería el tratamiento contra el autismo?
Una vez descubierto esto, los científicos comprobaron cuáles eran los 8 aminoácidos que se corresponden con el fragmento de ADN que falta. Ya hemos visto que los ribosomas no saben leer el ADN, por lo que esa secuencia de letras, que se corresponde al ADN, se transcribió a ARN y luego, mirando el código genético, se comprobó con qué aminoácidos se corresponde.
A continuación, se procedió a realizar un experimento con proteínas cultivadas en laboratorio, consistente en añadir esos 8 aminoácidos. Ya hemos visto que los aminoácidos son los ladrillitos que componen las proteínas, por lo que le estarían dando a una proteína rota los bloques para reconstruirla.
Y así fue. Podría haber ocurrido que los aminoácidos no se ensamblaran en el sitio correcto, pero lo hicieron, de modo que la proteína recuperó su función.
Todo esto es muy preliminar. El experimento se ha llevado a cabo en proteínas purificadas de laboratorio. Ni siquiera en animales, ya que el experimento con ratones fue otro. Queda mucho por escalar, pero, al menos, se ha avanzado un paso más en un camino hacia el tratamiento del autismo que ya estaba abierto. Con cautela, no deja de ser interesante.
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