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uegos de poder. Aun cuando Halina Reijn, actriz y realizadora de origen holandés, radicada en Estados Unidos, insiste en señalar dos thrillers eróticos de los años ochenta y noventa ( 9 semanas y media, Adrian Lyne, 1986; Bajos instintos, Paul Verhoeven, 1992), como fuentes de inspiración para Babygirl, deseo prohibido ( Babygirl, 2024), su cinta más reciente, en realidad la referencia más evidente será, para muchos espectadores, Bella de día ( Belle de Jour, 1967), de Luis Buñuel. El cineasta aragonés tuvoallí el acierto de volver propuesta perturbadora el esquema atractivo, aunque trillado, de la mujer rica y hermosa, hastiada de la rutina conyugal y la frustración erótica, que se procura los goces más insólitos en un burdel de lujo al que acude a prestar sus servicios. Catherine Deneuve en el papel de Séverine, la prostituta de belleza glacial que convierte la humillación y el sometimiento voluntario en expresiones máximas del placer sexual, tuvo en esa cinta un lucimiento consagratorio. Cinco décadas después, el asunto de esa heterodoxia sexual femenina cobra un giro novedoso en Babygirl, una ficción en clave de suspenso erótico tiene como curioso fondo escénico una empresa comercial de entregas a domicilio, especializada en robótica y administrada por una directora ejecutiva que en algo o mucho ha incorporado en su propio carácter y conducta, las faenas mecanizadas que supervisa con eficacia.
Una Nicole Kidman soberbia y desinhibida interpreta en Babygirl a Romy Mathis, esa exitosa emprendedora de 50 años, con residencia en Manhattan, madre liberal de dos hijas adolescentes, casada con un apacible director de teatro (Antonio Banderas), quien pese a su mejor prestancia erótica, ha sido incapaz de provocar en su mujer una respuesta sexual auténtica, distinta en todo caso a la multitud de orgasmos que ella le ha venido fingiendo durante 19 años de matrimonio. Este círculo vicioso de simulaciones y mentiras podría haberse perpetuado como una sorda crisis doméstica, de no ser por la oportuna y providencial aparición de Samuel (Harris Dickinson, excelente), un joven de 28 años, empleado de Romy, quien pronto advierte en ella una fuerte carga de insatisfacción sexual y un anhelo de sumisión incondicional, para luego atribuirse el poder de remediar, con seducción tiránica, esas carencias.
- CHECALO -
La trama es, de principio a fin, previsible, tal vez demasiado. Incluso convencional en su desenlace, pese al aparente deseo de provocación en escenas explícitas que muestran a Romy Mathis como una mascota amaestrable, decidida a afrontar todo tipo de chantajes y amenazas, reales o simuladas, a su estabilidad profesional por parte de su dominador imberbe, a cambio de experimentar las intensidades eróticas que hasta el momento sólo había podido procurarse, literalmente, por mano propia. Sin embargo, la dinámica muy ágil de las dos actuaciones protagónicas permite sortear con fortuna las obviedades del guion, olvidar incluso la opacidad del marido que interpreta Banderas, y adentrarse en el complejo juego de poder al que se libran Samuel y Romy. Difícil determinar de cuál de las dos partes proviene la mayor dosis de dominio. ¿De la mujer controladora que finge ser sometida? ¿Del joven paternalista que reduce a su compañera sexual a la categoría de una babygirl? Hay un indicio de respuesta a estas interrogantes en una escena en la que la ejecutiva Romy Mathis, ante las insinuaciones de un colega de trabajo, mayor que Samuel, pero deseoso de imitar la conducta despótica del joven, le responde: Largo de aquí, Sebastián. Cuando tenga ganas de ser humillada, le pagaré a alguien para que lo haga
. Apenas sorprende que una directora que dista mucho de ser antifeminista, opere de esta manera una sugerente distorsión de los roles tradicionales de género y de sus juegos de poder.
Se exhibe en la Cineteca Nacional Xoco y salas Cinemex y Cinépolis.
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