La Habana/La caótica acumulación de basura en La Habana es explicada por los medios de propaganda oficiales como el resultado de un cúmulo de factores que incluyen la indisciplina social y los efectos del bloqueo. Los que ejercen un criterio discordante reducen la causa de este desastre a la incapacidad del Gobierno de cumplir una tarea a la que está obligado.
Si los que mandan en Cuba reconocieran su incapacidad para resolver el problema tal vez se verían en la necesidad de renunciar a sus cargos para que los ocupen otros más capaces.
Como no están dispuestos a renunciar a todo aquello que disfrutan por sostenerse en el poder y como carecen de la capacidad de mantener limpias las ciudades del país, entonces apelan a ese principio revolucionario, devenido en método de trabajo, que se expresa en una voluntariosa idea dejada como herencia por Fidel Castro: “Lo vamos a hacer al precio que sea necesario”.
Como se evidencia en la imagen que acompaña este texto, la basura se recogió y un disciplinado ciudadano se apresta a dejar su bolsa en unos contenedores vacíos.
- CHECALO -
Obviamente, la aplicación de este legado fidelista se extiende a casi todas las esferas
Como no se contaba con los vehículos adecuados para manipular los contenedores (por culpa del bloqueo) y como la basura se desbordaba hacia la calle (por culpa de los indisciplinados), se procedió a movilizar camiones de volteo y diferentes tipos de excavadoras que, con sus voraces cucharas, diseñadas para trabajos más toscos, recolectaban los desperdicios y los depositaban en los camiones. Un trabajo sencillo con resultados inmediatos.
El precio a pagar fue la demolición del contén que resguarda el parterre y la acera en la calle Estancia, a un costado del parqueo del Ministerio de Agricultura. El destrozo no se ocasionó de una sola vez, sino en virtud de las repetidas ocasiones en que se aplicó este método que fue produciendo gradualmente el actual deterioro.
Ese es el hecho banal, pero lo que subyace es la voluntad de enfrentar una dificultad al precio que sea necesario. Resistir hasta donde sea posible con tal de no rendirse.
Obviamente, la aplicación de este legado fidelista se extiende a casi todas las esferas. Para no darse por vencido se decidió usar petróleo nacional para alimentar las termoeléctricas con la consiguiente afectación a las calderas que no han podido resistir el efecto corrosivo del azufre. Para no claudicar ante la estampida de personal calificado en los centros escolares se decidió formar a la carrera maestros emergentes con la consecuencia de un desplome de la calidad en los resultados académicos. Para no rendirse ante el enemigo en el área de la Salud los cirujanos aprenden a suturar con otros hilos que no son los recomendados y se enfrenta la escasez de medicamentos con homeopatía.
Sería abrumador seguir con los ejemplos que se pueden sacar a relucir. En la construcción de viviendas de bajo costo, en la agricultura con la ausencia de fertilizantes, herbicidas, maquinaria o regadíos, en la industria que supedita sus planes de producción al horario de apagones, en la ciencia sometida a una minusválida conectividad a internet, incluso en la defensa del país, donde la proclamada invulnerabilidad militar se ve menoscabada porque los pilotos no pueden entrenar, los radares no se encienden para ahorrar combustible y ya resulta casi ofensivo para la sufrida población civil gastar recursos en maniobras.
La pregunta clave en este asunto es: ¿a qué cosa hay que renunciar? y eso no se responde con lo que parecen banalidades vistas cada una por separado, porque más allá hay otra pregunta más inquietante: ¿quiénes tienen que renunciar a qué? La ciudadanía, la población, la gente, a los supuestos beneficios de un socialismo disfuncional, que ni siquiera puede ser cambiado de forma civilizada, o los que desde el poder, con tal de mantener sus prerrogativas, insisten en la irrevocabilidad del sistema.
Ojalá que no haya que pagar el precio que parece necesario.
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