La Habana/En una primera mirada parece un nido, en otros ángulos recuerda un arca y no faltan quienes la vean como un amasijo de tablas sacadas de los tantos apuntalamientos que soportan los portales y los balcones de la ciudad. La instalación Nube de madera, del escultor alemán Martin Steinert, se erige por estos días en la Plaza Vieja de La Habana y se ha convertido en improvisado muro de los lamentos y de los sueños de los cubanos, pero también de las tachaduras de la intolerancia.
La pieza, que su creador ha construido en más de 35 emplazamientos de nueve países, ha aterrizado en la Bienal de La Habana en medio de una de sus ediciones más grises y cuestionadas. Pero a diferencia de otras obras, acabadas o parapetadas en las paredes de las galerías, Nube de madera incluye la interacción con el público, cuyos escritos sobre los tablones contribuyen a dar un sentido a la estructura. Así que en poco más de una semana de inaugurada, la pieza revela las ansias de libertad y su contraparte: los brochazos de los censores.
Donde hace unos días alguien había escrito «Viva Cuba sin comunismo» ya la mano de la corrección política ha tachado una palabra y enunciado «Viva Cuba sin yankismo». La misma suerte ha corrido la última palabra de la frase «Viva Cuba libre», suprimida con tanta saña que el pegote que la esconde se ve más oscuro que los apagones de madrugada y más tenebroso que el faro del Morro sin luz. La reescritura y borrado de las frases que, espontáneamente, dejaron los transeúntes, advierten que ni siquiera en el terreno del jugueteo artístico hay espacio para la libertad individual.
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Pero los censores no han podido aún tapar todos los sueños que les molestan. Un urgido «Que me llegue la salida para estar con mi familia», escrito con marcador verde ha quedado todavía expuesto a las miradas que pasan. En el arca que carga con los deseos de los cubanos destacan dos sueños: libertad y escapada, o quizás ambas compartan idéntica genética en una Isla donde para ser libre hay que salir, sí o sí, de las fronteras nacionales.
Sin embargo, no alcanzan las maderas para recibir los lamentos y las expectativas de un pueblo que ha aprendido, con décadas de miedos y delaciones, a colocarse con habilidad la máscara para evadir la vigilancia. Instados por Steinert a poner por escrito sus aspiraciones, ya la parte inferior y media de la nube está casi totalmente pintarrajeada de ansias y expectativas. Los que lleguen a partir de ahora deberán estirar el brazo, alzarse sobre la punta de los pies y colocar sus empeños aún más arriba.
También tendrán que evadir a los que tachan y acomodan las frases incómodas. En lugar del diálogo que el artista alemán buscaba, la bola de apuntalamientos ha mutado en un objeto que muestra la reescritura de la historia presente. Nave orwelliana, diera la impresión de que la orden de enmendar y retocar las palabras ha sido dada. Este sábado, un hombre de mirada severa inspeccionaba cada frase al detalle, moviéndose muy lentamente alrededor. ¿Quería dejar su sueño o recomponer los ajenos? ¿Era alguien necesitado de gritar aunque fuera a través de una instalación de vida efímera o un censor en busca de su presa?
Martin Steinert no imagina lo que ha desatado, pero la mayoría de los que pasan saben cómo terminará la instalación: las tachaduras y las enmiendas enterrarán bajos capas de tinta y saña buena parte de los deseos de libertad de los cubanos.
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