La Habana/Ha pasado un cuarto de siglo y ahora, cuando se vuelve la vista atrás y se repasa todo lo relacionado con el naufragio, en noviembre de 1999, del niño Elián González, el debate que provocó entre las dos orillas y su posterior devolución a Cuba, es difícil deslindar aquel momento del individuo en que se ha convertido. Basta escucharlo hablar, con tono robotizado y sin entusiasmo, en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de la que es diputado, para que salte de inmediato la pregunta de cómo hubiera sido de haberse quedado junto a su familia en Miami, es ese lugar al que su madre quiso llevarlo y perdió la vida en el mar intentándolo. En el capítulo de este viernes repaso aquellos días que aprovechó el oficialismo cubano para convertir la natural emoción, que genera cualquier tragedia que rodee a un menor de edad, en una vuelta de tuerca ideológica. Buena parte de los que, dentro de la Isla, se pusieron aquellas camisetas con la frase «Salvemos a Elian», hoy viven justo en el país de donde hicieron que lo trajeran de vuelta.
También hablo en este episodio de Como lo viví del regreso de los restos de los cubanos muertos en Angola, la guerra más larga de nuestra historia y que ocurrió fuera de las fronteras nacionales. A pesar de que la propaganda gubernamental ha tratado de disfrazar aquel pasaje de gesto altruista en solidaridad con África, el tiempo ha dejado claro que se trató de una intervención en los asuntos internos de otra nación, con el apoyo del imperialismo soviético ávido de nuevos terrenos y de nuevos títeres. En las familias que perdieron algún hijo en aquella absurda contienda quedó un vacío irreparable, pero la autocrítica oficial sobre ese turbio pasaje nunca ha llegado. Los muertos siguen muertos y en Angola un clan familiar asfixió por décadas las libertades y extendió la corrupción.
- CHECALO -
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