La Habana/El origen de la actual crisis económica en Cuba tiene sus raíces en 2016, pero el país recibió una estocada mortal en 2019 –la antesala de la pandemia– y este año ha tocado fondo. Sobre esa línea del tiempo, el Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura de EE UU ha redactado un informe que expresa, con números y datos del último decenio, el deterioro acelerado de la Isla en la producción, la capacidad de importación, el turismo, la calidad de vida y la seguridad alimentaria.
El texto llega en buena hora si se trata de entender la multiplicidad de factores que han encaminado a Cuba al “abismo sin fondo” en que el Gobierno niega estar, pese a la parálisis de las escuelas, las actividades culturales y buena parte de los servicios decretada este jueves. El colapso se veía venir y se siente de forma más intensa –además de en la situación energética– a nivel alimentario. La reducción drástica de las importaciones en 2023 llevó, según el informe, a que 1,4 millones de cubanos carecieran de las 2.100 calorías diarias indispensables para una dieta correcta.
Los cubanos que sufren inseguridad alimentaria son 4,2 millones, un 37,8% de la población. El hambre se debe a la ineficiencia productiva del país y a su incapacidad financiera para comprar comida a raíz del derrumbe de las exportaciones mientras crecen las importaciones. Roto –desde hace años– el equilibrio de la balanza comercial, la Isla registra un enorme déficit y las consecuencias para las arcas estatales han sido nefastas.
El informe tiene en cuenta el embargo de Washington sobre el régimen, pero lleva un registro minucioso del aumento de la dependencia de Cuba, que lleva tres años consecutivos trayendo cada vez más insumos de EE UU. Sin embargo, advierten, La Habana ha concentrado sus compras en un solo producto: el pollo, la proteína que –tras la extinción casi total del puerco y la res– se ha convertido en emblema de la crisis.
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La caída de los cultivos, de la cual la prensa independiente lleva años alertando –14ymedio es, de hecho, una de las fuentes citadas por el informe–, presenta también números alarmantes. Azotadas por los huracanes y las inundaciones, la producción de maíz descendió de 404.000 toneladas métricas en 2016 a 250.000 el año pasado. Por el mismo camino fue el trigo, que bajó de 335.000 toneladas métricas a 140.000 en esos años, y el azúcar –antiguo blasón de la economía cubana–, de la que solamente se pueden exportar anualmente 110.000 toneladas métricas, de las 1,1 millones que se vendían antaño.
Sin productos que exportar, el país se quedó sin dinero para importar. El precio lo han pagado los hogares cubanos, cuyo poder adquisitivo ha mermado de manera considerable, debido a la inflación y el aumento del coste de la vida.
En el escenario internacional, la pérdida de prestigio financiero de Cuba, un país habituado a las deudas e impagos, también se ha disparado. Entre 2017 y 2022, la Isla importó frenéticamente lo que necesitaba desde la Unión Europea, Estados Unidos y Brasil, mientras exportaba una cantidad modesta de productos a Europa, China y Suiza. En 2023, Rusia –que le regaló a su socio caribeño unas 25.000 toneladas métricas de trigo– ascendió a los primeros lugares de la lista. El acercamiento no estuvo exento de tintes políticos, pero tampoco con Moscú los negocios han marchado sobre ruedas.
Estados Unidos, un socio clave para la supervivencia del país, envió productos a Cuba en 2020 por un valor de 157 millones de dólares. A partir de ese año, la cantidad fue en aumento: 299 millones en 2021, 319 millones en 2022 y 337 millones en 2023. El 89% de estos envíos –que, pese a ir en aumento, el informe considera moderados– fue de pollo.
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas también ha enviado alimentos a la Isla, y en 2022 brindó una ayuda de 3.142 toneladas de comida a las escuelas cubanas y benefició a 510.000 personas. El auxilio vino tras el huracán Ian, que causó estragos que el Gobierno sigue invocando para justificar las carencias alimentarias. El pasado febrero, además, La Habana pidió una ayuda inédita a la ONU para garantizar el consumo de leche en polvo a niños menores de siete años.
El Departamento de Agricultura insiste en que para calibrar de forma integral la debacle “multidimensional” cubana habría que contar con datos de aliados importantes de la Isla –Rusia, Venezuela y Vietnam–, tradicionalmente herméticos a la hora de facilitarlos. Cuba no solo es la economía comunista monopolizada por el Estado más añeja de la región, sino que su planificación central ha llevado a numerosas “distorsiones” que el régimen pretende corregir, con estrategias hasta ahora inefectivas.
La incapacidad administrativa de La Habana –obsesionada con un sector turístico que no acaba de despegar y con la exportación de servicios médicos– también ha llevado a desaprovechar recursos clave como el níquel y el zinc, cuyas minas han sido sobreexplotadas por compañías como la canadiense Sherritt International y la australiana Antilles Gold, a quienes Cuba además debe millones de dólares.
El documento realiza asimismo una suerte de “historia del racionamiento” en la Isla, desde la aparición de las libretas en 1962 hasta los sucesivos recortes durante el mandato de Miguel Díaz-Canel. Si en 2010 estos productos “subsidiados” le costaban al Estado –según cifras oficiales– unos 14.100 millones de pesos, en 2020 esa cifra había bajado a 8.900 millones, casi la mitad. Desde entonces, lamenta el informe, el discurso oficial no cesa de hablar de “entregas tardías” o “retrasos en las importaciones”.
Hay numerosas evidencias de que el turismo, otro de los sectores en los que el Gobierno cifra sus posibilidades de adquirir divisas, tampoco aporta lo suficiente como para estabilizar el bolsillo del país. En 2019, las restricciones de EE UU afectaron –discretamente, porque el turismo siguió representando un 10,4% del Producto Interno Bruto– el flujo de visitantes. Pero fue durante la pandemia cuando la debacle alcanzó su punto crítico: de los 4,3 millones de visitantes reportados en 2019 a los 1,1 millones recibidos en 2020 y solo 356.000 el año siguiente. La recuperación ha sido lenta: el año pasado solo se recibió a 2,4 millones de turistas.
Las mulas y la tendencia a llevar al país divisas en efectivo y de manera personal complican, dice el informe, el estudio del comportamiento de las remesas. A partir de 2019, según el investigador Emilio Morales, la cifra experimentó una caída radical, de un 45%. Entre 2019 y 2022 solo llegaron al país 9.180 millones de dólares, un promedio de poco más de 3.000 millones al año, lo cual se interpreta como un cambio de intención de la diáspora: si antes los emigrados intentaban ayudar a sus familiares en la Isla, ahora su principal objetivo es sacarlos del país.
En efecto, según el informe, 1,3 millones de cubanos viven en Estados Unidos y la cifra, desde 2020, no ha hecho más que aumentar dramáticamente. Si se suman los cubanos que entraron al país entre 2022 y 2023 –unos 435.000– y los que han pedido asilo en México entre enero de 2022 y noviembre de 2023 –unos 36.000– hay argumentos para afirmar que Cuba ha perdido aproximadamente el 4% de su población, si bien estudios independientes sugieren que el porcentaje es incluso mayor.
Aunque la relación –a nivel migratorio, familiar y económico– entre Cuba y Estados Unidos ha continuado estrechándose tras los avatares de los últimos años, no se ha producido un acercamiento total entre ambos países. Vecinos complicados a lo largo de la historia, un vínculo mayor parecería “lógico”, concluye el informe. Sin embargo, el anquilosamiento de un régimen que parece adentrarse cada día en su fase final, aleja al país del bienestar y lo precipita hacia niveles casi irreparables de miseria.
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